SPECTATOR IN BARCINO
Los amigos españoles de Maduro
Después del 1-O Maduro pidió a la UE que escuchara al separatismo catalán. Aducía el dictador que «al pueblo hay que oírlo, no hay que caerles a porrazos como hizo Rajoy». Eso es lo que Maduro está haciendo con su pueblo (la lista de muertos crece)
Hay cosas que no cambian, como la fascinación del comunismo español por los dictadores izquierdosos. Una ojeada a Mundo Obrero, órgano del PCE, el partido de la vicepresidenta Yolanda Díaz, permite constatar que el agitprop de hogaño conserva el tono de 1937 cuando hacía pasar ... a Andreu Nin por agente de Franco. El líder del POUM había sido secuestrado y asesinado por el esbirro del NKVD, Alexander Orlov. Una pintada con alquitrán rubricaba la farsa estalinista: «¿Dónde está Nin? En Salamanca o en Berlín».
El día después del golpe electoral de Maduro, Mundo Obrero reproducía el comunicado del PCE. Hablaba de una jornada electoral normal y pacífica «pese al llamamiento a la violencia de Corina Machado y del resto de los sectores fascistas del país». El «doble pensar» orwelliano de que la guerra es la paz trufaba los titulares de este -¿pseudomedio?- digital. Se utilizaba la muletilla del pueblo «alegre, pacífico y combativo» para subrayar que el triunfo bolivariano acontecía en el 70 cumpleaños del «Comandante Eterno Hugo Chávez».
Con una jerga que rivalizaba con la del Granma de la Cuba castrista, una colaboradora celebraba que Venezuela, «ha apostado por la paz no por vender su soberanía a una banda fascista, ni al interés del imperialismo». Toda «una lección de democracia popular al mundo». El tonillo recordaba al del fallecido Jordi Miralles, en su tiempo coordinador general de EUiA (hoy Comunes). En 2009 elogiaba el «desarrollo humano» del castrismo, una «democracia sin cortapisas ni coartadas». Clavadita a la «democracia popular» venezolana que tanto gusta al PCE.
Cuando la realidad, pertinaz aguafiestas, demuestra que la victoria de Maduro consiste en hurtar las actas a la oposición porque su cacareado 51 por ciento es un embeleco; que la violencia solo la ejerce el sátrapa que no reconoce su derrota, que el enésimo fraude chavista tiene más oposición de la prevista y no cuela esta vez en los foros internacionales, nuestra izquierda comunista constata cómo se precipitó al reconocer los resultados electorales venezolanos sin pruebas que los respaldaran: «Es lo que hacemos los demócratas», aducía Díaz. Cosas de las democracias populares, suponemos.
Los lazos de Maduro con España no se limitan a la extrema izquierda comunista. En diciembre de 2014 la entonces lideresa de la CUP, Anna Gabriel, fue invitada por el dictador chavista para participar en un congreso al que también asistieron miembros de Podemos. En abril de 2017, el colectivo Ítaca -ligado a Arran, el apéndice juvenil de la CUP- se fotografió con Maduro con una estelada que portaba Lluís Bartra, activista de esa organización independentista y codirector con Dayon Moiz del documental hagiográfico 'Maduro, lealtad indiscutible'. El líder bolivariano, aseguraba Bartra, apoyaría la independencia de Cataluña: «Me comentó que hace poco estuvo con otros catalanes que, igual que yo, no quieren ser españoles».
Después del 1-O Maduro pidió a la UE que escuchara al separatismo catalán. Aducía el dictador que «al pueblo hay que oírlo, no hay que caerles a porrazos como hizo Rajoy». Eso es lo que Maduro está haciendo con su pueblo (la lista de muertos crece) pero con una diferencia fundamental: el referéndum separatista -un pucherazo en el que se podía votar varias veces- venía de un golpe legislativo -las leyes de transitoriedad del 6 y 7 de septiembre- para «desconectar» Cataluña de España. Maduro reafirmó su apoyo al golpe separatista el 27 de octubre cuando reconoció como Kosovo la proclamación de la república catalana de los ocho segundos. Gabriel se largó de España, pero en lugar de disfrutar de la democracia popular venezolana «alegre y combativa» prefirió la aburrida confortabilidad de Suiza. Hasta la victoria. Siempre.
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