De porteros, conserjes y lo poco que nos queda
BAJO CIELO
Poco a poco, los edificios de Madrid han ido prescindiendo de los servicios de portería para contratar empresas de mantenimiento
La ciudad de las manadas que pasean maletas
Madrid
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Iniciar sesiónDe un tiempo a esta parte, Madrid ha ido mutando la figura del portero de finca. Años ha, los serenos paseaban las noches de Madrid de manzana a manzana, con su manojo de llaves y la capa de invierno, pendientes de los vecinos ... que requerían sus servicios. Hasta mediados del siglo pasado, era habitual toparse con el sereno de turno que lo mismo abría una puerta como velaba por una calle más segura. También servían de correo para Julio Camba, que entregaba sus artículos de ABC ayudado por los serenos desde el Palace hasta la mítica sede de esta Casa en la calle Serrano.
A la vez, los edificios de viviendas contaban con un portero, uno más de la familia o un auténtico canalla en otros casos, cuya labor era la de cuidar y mantener el buen funcionamiento de la comunidad de vecinos. Durante la Guerra Civil, muchos fueron santos que escondían a las personas que corrían el riesgo del 'paseo'. Otros, en cambio, fueron unos auténticos hijos de puta que delataban a las milicias asesinas los escondites de civiles que después fusilaban por el mero hecho de pertenecer a una familia u otra. Wenceslao Fernández Florez lo cuenta en detalle en Una Isla en el mar rojo, así como en la monumental Madrid de corte a checa, de Agustín de Foxá.
El homocentricus, ciudadano de todas partes
Alfonso J. UssíaEl paisano del centro es una raza en sí mismo. Habita en todas las ciudades de la misma forma, con el mismo aspecto y similar modo de vida
En mi niñez, Félix era el custodio de mi casa en García de Paredes. Vivía en el sótano, en una vivienda que complementaba al sueldo, y se pasaba el día ayudando a todo aquél que podía. Siempre tenía una sonrisa en la cara y se ponía el mono azul de faena de mañana, que se cambiaba de tarde para lucir un traje gris y una corbata, pues consideraba que la buena imagen era también parte de su trabajo. En Navidad no fallaba su regalo y, muchas tardes, las pasaba con él mientras terminaba los deberes del colegio o compartíamos un donut de chocolate de la Barrita de Viena de la calle Zurbano. Recuerdo una vuelta de vacaciones en la que, por algún motivo, no logramos entrar en casa. Mis padres no estaban y Félix, sin dudarlo ni un momento, pasó de la terraza del quinto izquierda a la nuestra, desafiando a la gravedad y a su propia vida, para reventar un cristal y poder abrirnos la puerta desde dentro. También cuando me quedé clavado en el pico de un banco de madera y me sujetó la cabeza bajo un grifo de agua mientras limpiaba la brecha de sangre y de susto.
Poco a poco, los edificios de Madrid han ido prescindiendo de los servicios de portería para contratar ciertas empresas de mantenimiento y frialdad. Aquellas viviendas donde se alojaban los porteros se han ido vendiendo porque las comunidades de propietarios también han preferido pagar menos y tener menos servicios. Esa figura, esa parte de nuestro día a día está en peligro de extinción porque ya no compensa pagar por un buen trato, cuando se puede cobrar por perder esas buenas formas. También, por el negocio que supone para los propietarios lo de tener los pisos preparados para los que vienen y no para los que están, que es una forma de ir a menos mientras ellos van a más haciendo buena caja. Me gustaría ver la reacción de Félix al toparse con un grupo de guiris que utilizan la casa para una fiesta de dos días. A escobazos los hubiera sacado del edificio. Todavía quedan porteros de bien, porque en muchas casas el portero es la persona que ayuda a los mayores en todo aquello que la vida se lo pone más difícil.
Porque el portero de una casa es mucho más que un conserje, como se hacen llamar ahora para distinguirse de quienes forman parte o no, de la vida de sus inquilinos. Es una de esas figuras que no deberían perderse, una profesión en horas bajas porque es mucho más importante en la sociedad de hoy sacarle beneficio hasta al cuarto de calderas, que muy pronto veremos ofertarse en algún portal de alquiler al son de 'se alquila sótano estival con acceso desde el cuarto de ascensores. Muy coqueto. Sin ventilación. 2.300 euros al mes. Chollo'. Mis hijos conocen el nombre de todos los porteros del barrio desde nuestra casa al colegio. Sé que, si algún algún necesitan algo o tienen una urgencia, cualquiera de ellos se partiría la cara por ayudarles. Desde Eugenio a Mario, de José Manuel a Teresa, tengo la tranquilidad de saber que al menos, ellos, sí que saben la importancia de decirle buenos días a las personas que forman parte de sus vidas. Aunque sea de lo poco que nos queda.
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