Madrid es inmigrante
BAJO CIELO
Si se dan un paseo por la calle Atocha entenderán que nuestras raíces han crecido con semillas de todas partes. Hay quien todavía no se ha enterado
Colón, esa plaza que Madrid se toma en serio
Madrid
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónLa calle Atocha es un programa electoral. Desde el paseo del Prado hasta Benavente, esta calle luce todas las pieles como un anuncio de Benetton. Un restaurante de comida rápida reúne a repartidores bajo una escala jerárquica cuasi militar. Los recién llegados van ... en bici o a pie. Son paquistaníes que trabajan para los que tienen dos o tres perfiles en Glovo, y así cubren servicios veinticuatro/siete. Son los que llevan años con las idas y venidas de vuestra cena, progresando en moto o incluso en coche. Se han acostumbrado a esperar dos, tres y hasta cuatro pedidos. Por eso, al último siempre le llega la comida fría. Suelen ser españoles de primera y segunda generación que, después de miles de viajes, se aprovechan ahora de los que tienen hambre y ambiciones.
Subes hacia el oeste la cuesta. Hay locutorios y supermercados baratos que lo mismo venden una manzana que una tarjeta SIM. De golpe te topas con Azúcar, un garito de salsa y bachata que fue un after en los primeros dos mil, con muertos y todo. Nunca supe distinguir si eran antros de muy tarde o de muy temprano. Pero pasaban cosas, mientras la bebida más vendida era el agua embotellada para tragar pastillas.
A medida que avanzo, las nacionalidades echan raíces: los argentinos de Pastelería América o los portugueses que, en Antón Martín, hacen el mejor café del centro. Quien no haya entendido todavía que Madrid es inmigrante no es de Madrid. Mundo Fantástico cerró y dejó a Atocha huérfana de picardías y cabinas individuales. Hasta un conde fue visto subiéndose el cuello para evitar al paparazzi. Ahora se casa por la Iglesia, porque en Madrid no todo es blanco o negro: es gris. Como todos, un poco. Enfrente se mantiene una tienda de miel y una perfumería donde compro Gotas de Oro, la colonia que usamos los Hornedo como identidad.
Colón, esa plaza que Madrid se toma en serio
Alfonso J. UssíaLas torres, renovadas, son las guardianas de la noche iluminadas desde dentro, como si la ciudad fuese de candiles y luz tenue
Hasta aquí se suceden los restaurantes asiáticos: de un chino a un vietnamita, pasando por otro de cocina turca que anuncia sus platos en fotos como si fueran destinos turísticos. Más arriba, la Sociedad Cervantina, donde se imprimió por primera vez el Quijote, apoya su agotada pared en la torre de los Nazarenos. Hoteles de cuatro estrellas lucen fachadas entre niños que van al colegio y jubilados que van al teatro, pues en el Monumental de Antón Martín se ofrecen en turno de mañana funciones y conciertos de la Orquesta y Coro de Radio Televisión Española. Delante, el homenaje a los abogados asesinados el 24 de enero de 1977 por ser de izquierdas. Madrid, entonces, era un escenario de provincias, una partida en la que jugaban las primeras chutas, tintes de pelo y abrigos Loden, que por fin se guardaban en los armarios mientras otros salían de ellos sin temor al brazo alzado.
Hoy son inmigrantes quienes suben al andamio que reforma la Iglesia de San Sebastián, como también lo son los dependientes del segunda mano tecnológico que vende a granel cuando Atocha se estrecha. Frente al Teatro Calderón se dejan ver candidatos a cirrosis. Prefieren vivir del brik de vino, en una resaca permanente que interrumpe la policía municipal al quitar los cartones del suelo. Creo que la frontera de la expulsión la marcan los delitos, así que, mientras su pecado sea gastarse, no hay razón para que los echen de aquí. No hay carné de puntos para las tajadas. Madrid tuvo Las Injurias en el diecinueve. Ahora tiene la iglesia del padre Ángel, donde el hampa ha vencido a la estampa sin quitarse la bufanda roja.
La estatua del barrendero sigue sin inmutarse y la plaza sucia. Turistas arrastran maletas y los churros con chocolate son el atractivo de todas las cafeterías hasta Plaza Mayor. Allí sobrevive una tienda de cuernos de chocolate y pepitos rellenos como los que desayunábamos en los ochenta. Y, de vez en cuando, alguien grita desgarrado porque en su cabeza chispea un cortocircuito. De esos hay en todos los centros del mundo; en todas las capitales; en todas las personas.
Madrid es inmigrante: del tren al cayuco, de Barajas a Chamartín y en toda esta calle Atocha. Unos llegan en primera clase y otros en bodega, pero todos tienen la misma fobia. Inmigrante es también un madrileño de toda la vida y hay quienes todavía no se han enterado. Pero si dan un paseo por la calle Atocha entenderán que nuestras raíces han crecido con semillas de todas partes. Y me gusta.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete