La huelga en la que los soldados conducían los autobuses madrileños
Historias capitales
Para cubrir la demanda, el Ayuntamiento contrató también autocares particulares con sus conductores para hacer las rutas
Madrid
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Iniciar sesiónMontar en el autobús y que al volante fuera un soldadito -de los de reemplazo, de cuando la mili era obligatoria-, o un conductor privado con un agente de la Policía Armada al lado, es algo que vivieron los madrileños en 1976, durante la ... huelga de la EMT que puso patas arriba la ciudad. Los ciudadanos sortearon como pudieron el caos circulatorio, con la inestimable ayuda de los dueños de turismos que se ofrecían en las parada a acercar a vecinos que fueran hacia la misma zona.
La huelga comenzó el 28 de octubre; la convocaba la autodenominada Plataforma Unitaria Sindical, que unos días antes celebró una Asamblea en una parroquia de San Blas -lo habitual en la época-, de la que fueron disueltos. El paro fue muy secundado, y dejó la mayor parte de los autobuses en las cocheras, y colas inmensas de madrileños esperando en las paradas a que llegara su medio de transporte para llegar al trabajo.
Pararon sobre todo conductores y cobradores: en los años 70, cada autobús llevaba el suyo, al final del vehículo, que es por donde entraban y pagaban los usuarios. Según explicaba el Ayuntamiento -que dirigía entonces Juan de Arespacochaga-, unos 1.300 vehículos debían haber salido a primera hora de la mañana de las cocheras. Pero de las 80 líneas que había en servicio entonces, a media mañana sólo funcionaba la que iba de Colón al aeropuerto de Barajas.
Las soluciones que se pusieron en marcha siguieron dos vías. Por un lado, la EMT contrató a unos 350 autocares privados, con sus correspondientes conductores, para que cubrieran las líneas más demandadas. Por otro, 125 vehículos de la EMT fueron puestos en circulación conducidos por personal del parque móvil de los ministerios y del de la Guardia Civil. Entre todos, transportaron a aproximadamente medio millón de personas.
A demanda
Pero la huelga se prolongaba, y pronto se vio que la ciudad sin autobuses era un caos. Así que se adiestró también al personal militar en la Casa de Campo, para ponerlos al frente de los autobuses. Había que ver a aquellos jóvenes soldados manejando semejantes vehículos, en especial en puntos de la ciudad con grandes cuestas o vías más estrechas.
En cuanto a los privados, conductores y propietarios de autobuses escolares y turísticos, la experiencia en la conducción la tenían, pero no conocían las rutas, y testigos presenciales relatan cómo en más de una ocasión, se utilizaron las paradas «a demanda», por indicación de los usuarios que pedían al hombre al volante que les parasen «en esta esquina, por favor», hubiera o no parada.
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Mientras el conflicto hacía crecer la presión en las calles, en los despachos se buscaba una solución. Complicada, por la organización propia del momento: la dirección de la EMT se reunía con el Jurado de Empresa, una representación de los trabajadores creada por Ley de 1953. Pero la Plataforma Unitaria convocante de la huelga no sólo no estaba presente en el acto -de hecho, esperaba en otra habitación a que finalizaran las reuniones-, sino que tampoco reconocía la legitimidad del Jurado. Hubo, de hecho, broncas entre ellos, aunque finalmente lograron pactar una tabla reivindicativa.
Reivindicaciones
Pedían la readmisión de varios trabajadores despedidos con anterioridad, la actualización del salario base, que pedían que se equiparase al salario mínimo interprofesional: un conductor cobraba 317 pesetas, mientras que el salario mínimo era de 380. También reclamaban el pago de atrasos, y actualizar el pago de las vacaciones al salario real. La empresa se negaba a todo, y sólo ofrecía una paga extra de Navidad, por una sola vez, de 4.000 pesetas. Respecto a la actualización de salarios, argumentaban que sería automática cuando se firmara el nuevo convenio, a comienzos del siguiente año, y supondría un 19 por ciento de subida. Una cifra absolutamente asombrosa, a día de hoy.
La situación política de España en 1976 no tenía tampoco nada que ver con la actual: Francisco Franco acababa de morir y la democracia era aún sólo un sueño en el que comenzaba a trabajarse, con muchas dificultades por delante. Derechos ahora tan normalizados como el de huelga, no lo eran hace 45 años; de hecho, la Policía acudió a casa de tres miembros de la Plataforma Unitaria durante el conflicto, y detuvo a uno de ellos, Santos López; los otros dos se libraron porque no estaban en su domicilio.
Asamblea en la iglesia
De nuevo, la Asamblea de huelguistas eligió una iglesia para sus reuniones: en este caso, fue la de Santa Margarita, en Aluche. A sus puertas, informaba la prensa, se situó «la Guardia Civil con lanzagranadas de humo».
Durante los días que duró la huelga, en algunas líneas no se cobró el billete porque los vehículos con que contaban no tenían la máquina correspondiente. La solidaridad ciudadana volvió a hacerse patente: era muy habitual que turismos particulares se detuvieran en las paradas -muy concurridas esos días- en busca de alguna cara conocida del barrio a la que acercar hasta su casa.
El 4 de noviembre, en vista de que el conflicto no avanzaba, la huelga fue perdiendo fuelle; el 4 de noviembre se dio por finalizada, con la promesa del alcalde de mejoras económicas sin determinar.
No fue la primera, ni la única, de las huelgas de la EMT. Ni tampoco de otros transportes públicos: Metro llegó a ser militarizado de la noche a la mañana tras un paro sorpresa cuando Franco aún gobernaba. Y en enero de 1976, en vísperas de los Reyes Magos, también hubo una huelga en el suburbano que acabó con los soldados de los regimientos de movilización y prácticas de ferrocarriles y de zapadores ferroviarios conduciendo los convoyes. El Gobierno acabó entonces declarando ilegal el paro en un consejo de ministros extraordinario.
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