Algunas calles como Valderribas
BAJO CIELO
Puede que sean oasis entre paisajes urbanos, una forma de mirar Madrid detenida en el tiempo. En realidad es un barrio entero que se estira en una calle
Ese azul sobre Madrid
Madrid
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Iniciar sesiónHay algunos pasajes, calles o plazas de Madrid que mantienen intacto el pueblo que fueron. Quedan menos, pero eso las ensalza y hace que brillen más, como si un paréntesis se colocara a cada lado de la calle, esquivando al destino que aguarda al resto ... de la ciudad. No están exentas de las nuevas costumbres, pero aún con eso parecen detenidas en un aura de extraña calidez. Valderribas, por ejemplo, es una de ellas.
Desde arriba mira a un oeste de Madrid que alcanza hasta Vallecas. El horizonte se parte por la torre de la parroquia Nuestra Señora de la Paz, y la propia calle, antes Camino de Valderribas, se fractura por una M30 que condenó a los vecinos de uno y otro lado separando, no solo la acera, sino también la forma de entender la vida y el bolsillo.
Los primeros números de la calle están arriba, física y rentablemente. Ya se ven bajos que fueron escaparates y que ahora esconden viviendas a pie de calle, colocando vinilos opacos en las ventanas para que el salón de su casa no sea el restaurante o la ferretería que hubo algún día. También fruterías regentadas por españoles nuevos que se codean con el viejo Mercado de La Paz, que no se deja seducir por las modas del puesto/tasca/experiencia-gastro que ha colonizado otros viejos mercados de abastos de la capital. Las peluquerías destacan por los degradados; los jóvenes prefieren pelarse con Moha que compartir esperas viendo un Hola atrasado con Conchita la del quinto A. Se integran futuro y pasado con una naturalidad que anula los mensajes pedantes y alarmistas de una inmigración que ha sido siempre Madrid.
Ese azul sobre Madrid
Alfonso J. UssíaUno puede reproducir la Puerta de Alcalá con yeso para un jardín inglés. Pero el cielo madrileño, solo se consigue en la propia capital
Más abajo, esquina con Juan de Urbieta, un comercio ofrece a los miembros de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, su boutique de tropa de asalto. Hasta allí peregrinan policías y guardias civiles, seguratas y aficionados, para armarse de artilugios por si acaso o por eso que los demás no sabemos. Justo al lado, cuando la calle deja de inclinarse está la óptica La Paz, donde dos encantadoras mujeres atienden la ceguera del barrio entero desde 1970, en un negocio familiar que denota calidez. Hay también una cocina que vende comida casera para esos que ya no quieren guisar, que es lo mismo que querer dejar de vivir. Pero allí lo hacen bien y es un parche a la pereza para los que habitan en la prisa y la pena. Hay tiendas de recambios y pastelerías añejas, un mostrador donde arreglarse desaires de la ropa y hasta un taller de confianza. Hay tascas, bares de viejo y un mexicano en oferta, pero a medida que suben los números de los portales, uno se acerca a la muga de dos mundos que están pegados pero que son distintos. Es justo donde la calle deja de ser calle y aparece el viejo camino, después de Numancia, pero antes de Vallecas.
Leo en un artículo fabuloso de Alfredo Pascual, en El Confidencial, una referencia de Baroja en La Busca, cuando se usaba ese camino de Valderribas para mangar a quien se dejara en el asentamiento de Doña Carlota. Si antes fue este Madrid el suburbio de su tiempo, hoy se cruza al otro lado de la M40. Todo va creciendo en esta ciudad y se aleja el suburbio como lo hace lo barato. Y por eso muchos jóvenes de parné se están haciendo con esas viejas fábricas y talleres del otro lado del río de coches para construirse hogares diáfanos con plaza de garaje en el salón de cemento pulido. Dejan el ladrillo visto, como en Nueva York o Berlín, porque Madrid mira a todos lados desde hace décadas. Por eso Vallecas, y este camino de Valderribas, quiere dejar también atrás a Peña Prieta y todo eso que parece no entender dónde está.
Madrid tiene estas calles que son en sí mismas una villa entera. Y Valderribas es una de ellas. Puede que sean oasis entre paisajes urbanos, una forma de mirar Madrid detenida en el tiempo. En realidad, es un barrio entero que se estira en una sola calle. Una calle, que es completamente distinta a la de hace algunos años, pero que sigue siendo completamente igual. Eso pasa en Madrid como en ningún otro sitio de España. Y si uno se para en Menéndez Pelayo para ver la calle desde arriba, verá un cuadro de Antonio López que en vez de mirar a la ciudad lo hace a sus arrabales. Aunque el horizonte enseñe, como siempre hace, el lado más bonito de la lejanía.
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