Ese azul sobre Madrid
BAJO CIELO
Uno puede reproducir la Puerta de Alcalá con yeso para un jardín inglés. Pero el cielo madrileño, solo se consigue en la propia capital
El Encinar, donde anochece más despacio
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónAgustín de Foxá lo llamaba «el frío azul del Guadarrama». El genial escritor basaba su descripción en los cielos velazqueños que cuelgan en las paredes del Museo del Prado. Y es que hay ciudades que presumen de monumentos, de avenidas y hasta de tradiciones ... emblemáticas. Madrid, en cambio, presume de cielo. Y no porque carezca de lo demás, sino porque su cielo es el único elemento que nadie ha conseguido imitar ni en cartón piedra.
Uno puede reproducir la Puerta de Alcalá en yeso para un jardín inglés, o improvisar una Gran Vía en Las Vegas, con neones y casinos incluidos. Pero el cielo madrileño, ese azul insolente y limpio como un traje recién planchado, solo se consigue en la propia capital. Y, a ser posible, después de que el viento del Guadarrama se haya tomado la molestia de barrerlo.
El cielo de Madrid es una especie de cortina que cambia de carácter con la misma facilidad que un currante cuando se da la hora de comer. A primera hora, se muestra discreto, casi tímido, con un azul desteñido de acuarela barata. Luego, hacia el mediodía, se pone tan intenso que obliga a los turistas a sacar las gafas de sol aunque estemos en enero.
Las palomas de Madrid
Alfonso J. UssíaNuestra ciudad no tiene en la Paloma a una Virgen declarada, sino a una patrona popular decidida así por las personas desde hace varios siglos
Al caer la tarde, se entrega a unos fuegos de artificio cromáticos que, en otras latitudes, justificarían el viaje de media humanidad. Aquí, en cambio, basta con girar la cabeza desde la terraza de un bar de Chamberí y darse cuenta que nos cubre un azul distinto a cualquiera que podamos imaginar. Y eso que apenas vemos las estrellas.
Dicen los sabios meteorólogos que este fenómeno tiene que ver con la altura de la ciudad, con la sequedad del aire y con esas cosas científicas que nadie recuerda cuando se encuentra con semejante espectáculo. Lo cierto es que el cielo madrileño se ha convertido en una institución, una especie de teatro gratuito al que todos acudimos, queramos o no. Hay ciudades en las que uno levanta la vista y se encuentra con cables, chimeneas o un gris que parece sacado del calcetín más viejo del cajón.
Lo cierto es que el cielo madrileño se ha convertido en una institución, una especie de teatro gratuito al que todos acudimos, queramos o no
En Madrid, se encuentra con un techo azul que parece pintado por un dios municipal con aspiraciones artísticas pero demasiado virtuosas para los asuntos de ventanilla. El madrileño medio, sin embargo, no suele reparar demasiado en su propio cielo. Como todo lo bueno y cotidiano, lo da por sentado. Es el forastero el que llega y se queda pasmado, mirando hacia arriba, con esa cara de provinciano al que le han dejado entrar en el palco del Teatro Real por equivocación. El madrileño, por su parte, sabe que el cielo está ahí, pero lo utiliza como simple fondo de pantalla para sus preocupaciones: el atasco de la M-30, la subida del menú del día y el gol anulado al Atleti, que ya en la segunda jornada parece tener la urgencia desmedida de una necesidad eterna.
El cielo de Madrid, además, tiene una cortesía muy española: se deja fotografiar de maravilla. No hay turista que no vuelva a su país con una tarjeta de memoria repleta de cielos madrileños. El Prado, el Retiro o el Palacio Real quedan como excusas para justificar el viaje, pero lo que de verdad impresiona a sus familiares es esa bóveda limpia que parece sacada de una postal de otra época. Porque, y conviene decirlo, el cielo de Madrid tiene algo de clásico, de antiguo.
No es un cielo de última generación, con artificios tecnológicos ni colores de filtro de Instagram. Es un cielo honesto, de los de antes, azul y punto. Lo cual, en los tiempos que corren, ya es bastante. Ahora bien, no todo son ventajas. Ese mismo cielo, tan hermoso, es también un despiadado fiscalizador de las resacas. Nada como un sol madrileño, rebotado contra un cielo sin nubes, para poner en evidencia los excesos de la noche anterior. Por eso, quizás, los madrileños han desarrollado esa costumbre tan castiza de llevar gafas oscuras incluso en invierno: no es moda, es defensa personal. El cielo, en este caso, se convierte en juez y parte de la vida social de la capital, una, que por cierto, no perdona la sobriedad de ir por allí como si no pasara nada.
Así, entre ironías, tertulias y paseos, el cielo de Madrid sigue siendo uno de sus patrimonios más firmes. No se paga entrada, no necesita restauración y siempre está en su sitio. Y si alguna vez le sorprende con nubes o con un amago de lluvia, no se engañe: es el cielo madrileño jugando al despiste, como quien se pone un disfraz para que lo echen de menos. Porque en el fondo lo sabe: su verdadera esencia es ese azul interminable que, más que un color, es ya un carácter. Y, como todo lo madrileño, tiene algo de exagerado, algo de chulapo y algo de eterno.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete