Bandas en las aulas: asignatura forzosa en colegios e institutos de Madrid
Pese a que los compañeros y amigos de William niegan su relación con las bandas, la Policía Nacional lo tenía marcado como un potencial pandillero. El profesorado y los agentes tutores redoblan esfuerzos para prevenir esta problemática
Un grupo de niños mira las pintadas y banderas en recuerdo de William
Del colegio Comunidad Infantil de Villaverde a la pequeña plaza de la calle Angosta hay apenas cien metros y dos homenajes en cada extremo: un mural sobre fondo negro a la entrada del centro y un altar improvisado a unos pasos de donde cayó desplomado ... William. Sus amigos, muchos de ellos compañeros de pupitre, confluyen en ambos: «Tus 'shorys' te aman eternamente», se puede leer en el primero; «tus 'shorys' te aman dónde quiera que estés», se observa en el segundo. Lo normal, por otro lado, para un joven que hace solo un mes había cumplido los 15 años. Es lunes y la lluvia, aunque intermitente, no cesa.
El pasado viernes, los estudiantes volvieron a las aulas. También la familia, partícipes todos de los actos en recuerdo del pequeño. Cumplida la primera semana desde su asesinato, el entorno escolar del adolescente lo tiene claro: «William no pertenecía a ninguna banda ni tampoco quería saber nada de ellas». La directora del centro declina hacer declaraciones. Los alumnos de 4º de la ESO adoptan posturas diferentes: algunos prefieren no hablar y pasar el golpe en silencio; otros, en cambio, sí lo hacen, aunque con muestras evidentes de dolor. Como Alex, uno de sus mejores amigos.
«Él siempre estaba en el parque de abajo de su casa, no se metía en líos y sacaba buenas notas», señala el adolescente, sin entender el por qué de su crimen. «No sabemos nada de quién lo pudo hacer», cuestionado por un posible enfrentamiento entre bandas. El runrún en el barrio es notorio. ¿Por qué razón alguien acudiría armado hasta la plazoleta y apretaría el gatillo sin ni siquiera mediar provocación? Las pesquisas de la Policía Nacional lo situaban como un miembro potencial de los Trinitarios; es decir, cumplía con los suficientes requisitos para ello (relación con otros pandilleros, edad e incluso el lugar de residencia). Pero no estaba considerado un integrante activo.
Indagaciones al margen, lo cierto es que en el distrito de Villaverde (el más afectado por esta problemática junto al de Usera) se trabaja desde hace tiempo en colegios e institutos para prevenir la adhesión a este tipo de grupos. Así, además del olfato del profesorado para intuir comportamientos violentos, la Policía Municipal de Madrid cuenta con los llamados agentes tutores. Uno de ellos, Carlos, de 27 años, cuatro como funcionario y los dos últimos dedicado a este menester, explica a este diario los entresijos de una actividad que ha repuntado hasta alcanzar los niveles prepandémicos.
Carlos, el agente tutor de la Policía Municipal
«El volumen de trabajo es el mismo al que había antes de 2020, pero los colegios solicitan ahora unos temas más que otros», remarca, consciente de que el fenómeno de las bandas juveniles es uno de los más demandados. El acoso escolar, el consumo de drogas o los riesgos de las redes sociales tampoco se quedan atrás. «Lo que se busca y en lo que se intenta incidir es en la prevención», añade el agente. Las charlas en materia de bandas se dan en Secundaria, con edades comprendidas entre los 11 y los 16 años.
Los tutores municipales modifican el mensaje en función del curso en el que estén los implicados. «A los más pequeños no les decimos de primeras según qué frases», recuerda Carlos, aunque sin perder la perspectiva. «La interacción que tenemos con los chavales es diferente a la que puede tener cualquier patrullero. Se les explica que no es un cuento de hadas, tratamos de que entiendan la realidad tal y como la vemos nosotros», prosigue. Lidiar en una clase no es tarea sencilla: los expertos saben por boca de los menores que al entrar en estos grupos les ofrecen numerosos beneficios: regalos, facilidades para conseguir cosas, respeto… «pero siempre a cambio de cometer delitos».
La detección de posibles pandilleros es ahora más complicada que hace años. El hecho de que los códigos de vestimenta se hayan difuminado obliga a redoblar esfuerzos; los gestos, la jerga, los mensajes vertidos en redes, cualquier indicador es susceptible de ser analizado. Respecto a las nacionalidades, «tampoco hay un grupo en particular como antes». Las chicas están más presentes, y no siempre como meras acompañantes. Y en relación a las armas, el policía tutor sostiene que al menos dentro de los centros educativos el porcentaje continúa siendo muy bajo.
Implicación familiar
Sin distinción entre centros públicos, privados o concertados, los uniformados tratan de hacer partícipes a los estudiantes y que el discurso no sea unidireccional. Lo último que les han pedido es una charla con el Ampa de un colegio, lo que pone de relieve la progresiva implicación de todas las partes afectadas. «Recordar a las familias que estamos aquí para ayudarles. Si tienen una duda, por pequeña que sea, no la deben dejar pasar», pide el agente Carlos.
Entre las labores de los profesionales del Cuerpo Municipal destinados a este servicio también están la de vigilar las posibles captaciones en la entrada y salida de los colegios, así como en los recreos; y la actuación en los diferentes espacios y contextos en los que se mueven los menores (calles, parques y lugares de ocio, entre otros) para garantizar su seguridad. Una complicada tarea a tenor de los últimos movimientos. El factor sorpresa de muchos de los ataques y el alto número de menores (hasta hace meses la mayoría de ellos sin estar fichados en las bases policiales), son dos de los elementos que explicarían esta controversia.
Los padres esperan la salida del colegio de sus hijos
Mientras la guerra entre bandas se recrudece en la calle, los amigos de William mantienen que estaban celebrando un cumpleaños y jugando al dominó (una de las grandes pasiones del finado) cuando fueron abordados por un individuo encapuchado y tapado con una mascarilla, de apenas 1,60 metros de estatura. En la mesa tipo merendero para jugar al ajedrez, donde estaban los adolescentes, las pintadas de homenaje se suceden. A dos metros, en el punto exacto que cayó el menor, una 'W' escrita con espray blanco resiste al paso de la lluvia y las pisadas.
Y en el altar de la esquina, las velas, fotos, cartas, flores y banderas se acumulan al resguardo del saliente de una terraza. Entre las misivas, una llama la atención: «No más mentiras, William inocente». Será la investigación la que dictamine si el menor fue víctima de un ataque cruzado o el objetivo real del asesino.