Familias con vidas entre rejas
España sólo cuenta con un módulo donde los niños menores de 3 años pueden vivir con sus padres, ambos cumpliendo condena, en la misma celda. Está en la cárcel de Aranjuez. Allí pagan su pena 18 parejas
Riani, con apenas un año y medio de edad, está en la cárcel por tráfico de drogas. Zehra, Natali y Thanakorn, casi con dos, también. Hay menores de tres años que duermen en una celda por estafa, incluso por asesinato y terrorismo. Eso sí, ninguno ... lo sabe; tampoco son los autores de estos delitos ni se dan cuenta de que viven en un contexto excepcional. Estos pequeños son algunos de los 23 niños que residen con sus padres y madres en el Centro Penitenciario de Aranjuez (Madrid VI).
Esta prisión es la única que cuenta con un módulo familiar, el F-1, donde los progenitores con un niño menor de 3 años y ambos con responsabilidad penal pueden cumplir condena junto a su hijo en la misma celda. Tan solo 18 parejas cumplen las condiciones exigidas para gozar de este «privilegio» en Aranjuez, de un total de 1.697 reclusos que hay en el centro.
Celda 106. Más que un calabozo parece un piso de 20 metros cuadrados del centro de Madrid. Sólo una cosa lo diferencia: una cenefa con dibujos animados que adorna toda la estancia y muñecos perfectamente apilados sobre la cama, que hace de sofá, y las estanterías. Huele a limpio y se respira amor. Es la habitación que todas las noches se cierra a cal y canto para Anuncia, una paraguaya de 25 años, y Domingo, un albaceteño de 30. Ambos consiguieron superar las pruebas hace tres años para pagar su pena en el mismo habitáculo junto a su niña, cuando aún estaba en camino. Son los más veteranos del F-1 y paradójicamente, la cárcel les ha proporcionado «lo mejor» de sus vidas. Se conocieron en el penal y tuvieron a su hija, Danna, que ha nacido y se ha criado en prisión durante sus dos años de vida.
«Hay que sacar siempre una lectura positiva de todo. Aquí se te quitan las ganas de volver a hacer algo malo y, además, esto te enseña a que no vas a pasar nada peor en tu vida, salvo la muerte», dice convencido el cabeza de familia mientras contempla un corcho donde cuelgan fotos de toda su familia. Al mismo lo condenaron a 17 años de prisión por un delito de estafa. Lleva 5 cumplidos y en los próximos meses obtendrá el tercer grado, con el que podrá obtener la libertad. Ese régimen ya lo ha conseguido su pareja, pero ella prefiere continuar en la celda para no separar a Danna de su padre.
Ahorran en la cárcel
«Este verano nos iremos a Valencia. Ya tengo un trabajo cerrado en la construcción y mi hermana nos deja un piso», explica Domingo. La pareja ha conseguido ahorrar en la cárcel. Él trabaja todos los días de 22.30 a 6.00 de la mañana en la panadería, donde se saca mensualmente 450 euros. Ella es la vendedora del economato, que con cuatro horas diarias obtiene 225 euros. «Aquí nos dan todo: los pañales, la comida, los juguetes, la ropa. Solo hay que pagar el tabaco y el café y los caprichos que se quieran, como chocolates, refrescos o bollería. Tenemos cubiertas todas las necesidades. Cuando salimos de permiso nos gastamos bastante en comprarle caprichos a la peque, pero por lo demás, ahorramos», señala Domingo.
24 horas juntos
Esta pareja prefiere llevar a su hija a una guardería externa concertada con la cárcel en Aranjuez, al igual que Priscilia, una holandesa de 21 años, que busca el mejor disfraz para su niña de dos años y medio en la escuela infantil del centro. Mientras escarba entre las bolsas llenas de ropa apunta que es mejor que los niños salgan. «Así saben lo que es otro sitio. Vienen más espabilados». Esta joven, recluida por tráfico de drogas, al igual que su pareja, no cumplió los objetivos para vivir en el mismo calabozo con el padre de su hija. «Nos pusieron expedientes disciplinarios y no pudimos estar juntos», explica.
José Luis Pellitero, administrador de este centro penitenciario, sostiene que para que la unidad familiar comparta estancia se realizan estudios previos: «Primero establecen comunicaciones de 2 y 3 horas durante los fines de semana. Se les observa el comportamiento durante tres meses. Si todo va bien, se les traslada a una celda del F-1, donde ya pasan las 24 horas juntos». Eso sí, matiza, ningún recluso que tenga en su historial delitos de tipo sexual o abuso a menores puede convivir así.
Celda 201. Krisana, una tailandesa de 31 años, está de zafarrancho en su habitáculo. Gediminas, un lituano de 24 años y padre de su hijo, la ayuda. «Aprovechamos que el niño está en la guardería para limpiar», comenta esta curiosa pareja. Muestran su nido y el hombre repara en un conjunto de dvd's con temática religiosa. «Antes no creía en nada, pero cada día aquí te hacer reflexionar para reconducirte por el buen camino», argumenta él con un imperfecto castellano. Los dos obtendrán el tercer grado en mayo y agosto de 2013, después de que pagen su castigo por narcotráfico. Eso sí, Gediminas tendrá que pasar tres meses sin su familia. «Ahora soy afortunado, pero no quiero pensar cuando se vayan. Me deprimo», expresa. Pronto reparan: «Son las 14.00. Hay que recoger a Thanakorn», el pequeño de la “casa”. Solo tienen que bajar un piso. Después, el funcionario de turno les abre una gran puerta con cristal de seguridad y rejas blancas. A continuación, tras pisar tres metros de calle del recinto penitenciario abren la puerta de ese oasis en medio del desierto, donde la vegetación y el agua son sustituidos por juguetes, columpios y una gran piscina de bolas: la escuela infantil.
Esta guardería es un refugio con dos caminos, a la izquierda y a la derecha. En ambos sentidos y a medio metro del suelo descansa una hilera de minúsculos babis multicolor con el nombre de sus dueños en la parte superior. Los mini propietarios se encuentran ajenos a la realidad que les rodea tras las puertas de tres aulas: una para bebés, otra para niños de 1 a 2 años y otra para los de 2 a 3. En la segunda juega Thanakorn. Los rasgos asiáticos de la madre han ganado a los europeos. El pequeño recibe a sus padres con una sonrisa, aunque parece serio. «Es muy social», asegura orgulloso su padre.
No afecta a los niños
Para estos infantes, la vida en prisión no supone una alteración en su desarrollo, según aseguran los seis educadores sociales que cuidan de ellos, de 9.30 a 14.00 horas, todos los días. Y ese es el objetivo por el que vela la ley penitenciaria. «No se dan cuenta de que están aquí. Para ellos es su casa. La diferencia que les notamos de otros niños es que a nivel motriz están más avanzados», apunta una de las educadoras.
Llega la hora de comer. Todos, padres y niños, se reúnen en un comedor que también hace de sala de reuniones. El espacio está adornado con grandes dibujos de la Bella y la Bestia en tonos pastel. Nada más entrar, uno se topa con una veintena de carritos de bebé aparcados en línea. Allí se encuentran Jorge, de 26 años, y Paola, de 32. Esta pareja de colombianos se deshace en besos con su pequeño, Jason, que no para de reír. Cumplen una pena por tráfico de drogas y tienen otro hijo, de 8 años, en Colombia con la familia. Su mirada se nubla cuando piensan en él. «No sabe que estamos en la cárcel. Le hemos dicho que no podemos estar con él porque tenemos trabajo aquí», lamenta Paola. Mientras, Jorge muestra el juguete preferido de Jason, un elefantito de Playskool, que les vuelve a reportar una sonrisa.
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