La lengua mordida de los políticos

Pedro Castro, el polémico alcalde socialista de Getafe / CHEMA BARROSO

Corría la Segunda República, allá por 1934, cuando José María Gil Robles se estaba dirigiendo al Parlamento. Su discurso no debía gustar mucho a un diputado, que consideraba que las palabras del político estaban muy alejadas de la realidad social. «¡Usted es de los que ... todavía llevan calzoncillos de seda!», le soltó en medio de la rechifla general. Gil Robles aguantó el tirón. Esperó a que las risas y los aplausos se calmaran y, muy tranquilo, se la devolvió: «No sabía que la esposa de su señoría fuera tan indiscreta».

Los almanaques recuerdan a ésta como una de las primeras grandes salidas de tono de la política nacional. Por lo tanto, la metedura de pata de Pedro Castro -aunque imperdonable- no es más que un lamentable nuevo episodio. El viaje a la India de Esperanza Aguirre ha concentrado el penúltimo enfrentamiento. José Blanco e Ignasi Guardans aprovecharon la marcha de la presidenta regional hacia Zurich, el mismo día que los terroristas tomaron la ciudad, para atacar su actitud.

El vicesecretario general de los socialistas no tuvo reparos en destacar que la dirigente madrileña decidió aplicar el «sálvese quien pueda» y lamentó que «se marchara corriendo» de la India «sin importarle los que quedaban». El eurodiputado de CiU, además, la criticó por «salir de prisa ella sola».

Estos comentarios espolearon el miércoles a la presidenta que en la cena de Navidad del PP de Villaverde les mostró su «desprecio». «Reaccionar como lo han hecho algunos miserables -dijo- les convierte a ellos en unos bellacos».

En aguas calientes

La política española siempre ha nadado en aguas calientes. Sobre todo en los últimos años. El pasado verano un micro que se suponía apagado jugó una mala pasada al presidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra. Al acabar la sesión, y cuando se suponía que los micros estaban ya apagados, pudo oírse a Fabra llamar «hijo de puta» al portavoz socialista, Francesc Colomer. El PSOE montó en cólera y pidió su dimisión.

El duelo Zapatero-Rajoy también ha concentrado algún que otro despliegue dialéctico. Como en 2005 cuando el presidente del PP apuntó que «para España es mucho más peligroso un bobo solemne que un patriota de hojalata» en referencia al presidente. El «segundo» de Zapatero también se la ha devuelto alguna vez al cabeza visible del PP. En julio acusó a Rajoy de «importarle un bledo» la economía.

Más sembrado estuvo el vicesecretario de Comunicación del PP, Esteban González Pons, que calificó a José Blanco como un «minidemócrata y un demócrata de pacotilla, al que le gustaría ser Alfonso Guerra pero que le faltan algunas lecturas». El ex vicepresidente del Gobierno en la época de González también calificó de «bambi» a Zapatero antes de llegar a la Moncloa. José María Aznar acumuló también numerosas perlas de sus adversarios: «chivato», «desleal», «caradura», «indeseable», «ignorante» o «desequilibrado» son solo algunas de las lindezas más suaves.

En las hemerotecas también está registrado cuando el primer teniente de alcalde del PP de Guadalajara llamó «soplagaitas» al portavoz socialista Daniel Jiménez. O cuando el alcalde de Lucena (Cantabria) agredió e insultó a un edil del PP al llamarle «gilipollas» y «sinvergüenza» y advertirle de que «la próxima vez te mato».

Lo dicho, que si muchos de estos políticos se muerden algún día la lengua a lo mejor se envenenan.

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