Cartas al alcalde

La inútil cabina

Nos había servido el nombre de una calle o un busto, y no este artefacto

La réplica de la cabina de Antonio Mercero en Chamberí EFE

Antonio Mercero fue un talento de bonhomía que firmó series de rastro memorable como 'Verano azul' , o 'Farmacia del guardia' . Firmó también Mercero 'La cabina' , aquella película donde López Vázquez no perseguía alemanas, porque se quedó ... encerrado en una cabina telefónica. Mercero murió, y también la cabina, pero la cabina resucita ahora, porque la ha puesto usted, alcalde, en plena calle, de homenaje al cineasta. Ahí está la cabina, que es réplica, en la calle Arapiles, donde se rodó la película célebre. A uno el detalle le parece bien, alcalde, pero la cabina la veo feúcha, mostrenca, y tirando a trasto, más bien, como inmobiliario de sorpresa en la zona.

Se lee en la inscripción de pedestal: «Por su contribución a hacer de Madrid una ciudad de cine, y un referente cultural». Vale. Pero puestos a levantarle un homenaje merecido a Mercero igual nos había servido el nombre de una calle o un busto de parque, y no este artefacto de cabina, que es una cosa de belleza discutible, con algo de ascensor enfermo, con algo de novedad de desguace. Nada tengo contra un homenaje a Mercero, obviamente, más bien lo contrario. Pero la cabina me parece un exotismo de exceso, y no es ni guapa ni fea sino tirando más bien a inútil. ¿Había que levantar ahí una cabina, alcalde? Yo soy paseante de ambición, y de empleo, y no veía en las pocas cabinas que iban quedando por Madrid sino un estorbo, porque la cabina dejó de usarse, y su estampa era un prescindible bulto atentatorio.

Las cabinas, en Madrid, se fueron retirando poco a poco del horizonte, como el que desaloja el osario del ferrocarril de la cháchara, como el que se lleva un cadáver de cristal con la entraña de muchas décadas. En Madrid, hasta hace poco, quedaban dos cabinas que todavía cumplían, la de la calle Hacienda de Pavones, y la de Marqués de Vadillo. Pero cumplían poco, porque eran muy a menudo el juguete del recreo de los vándalos. El primer teléfono público se instaló en el Florida Park , entonces llamado Viena Park, ahí donde Lola Flores perdió una noche un alhajón, en medio del escenario, ahí donde José María Iñigo preparaba programas de variedades.

Una llamada telefónica era entonces un puro milagro y el teléfono mismo resultaba una artesanía lunática. Uno, modestamente, hubiera dejado una cabina para el museo de los ingenios antiguos, como un saurio de las esquinas de la ciudad. Y el homenaje a Mercero, bajo el cielo, lo hubiera cumplido con la estatuaria tópica. Que da un mejor cromo.

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