Análisis
La 'podemización' de Vox
«Este teatrillo en forma de consulta recuerda a aquellos referéndums en los que el caudillo Pablo les decía a sus súbditos que votasen a Iglesias»
Vox se revuelve contra el pacto entre PSOE y Junts en materia migratoria

Quisiera poder dar marcha atrás y cambiar algunas de mis decisiones pasadas. Porque yo misma he contribuido con múltiples errores a quitarme las razones, razones de peso, que han guiado cada uno de mis pasos desde que dejé Vox, hasta el punto de ... convertirme por momentos en la mejor aliada de los que han intentado derribarme por tierra, mar y aire.
Hoy, reincorporada a mi puesto como abogado del Estado ante la Audiencia Nacional, comienzo este artículo como mi niño de cuatro años escribía la carta a los Reyes Magos, pero, en mi lista de deseos, incluiría esa capacidad de echar marcha atrás para tomar decisiones con la experiencia y el conocimiento que hoy atesoro debajo de las cicatrices.
No cambiaría el privilegio que para mí ha supuesto representar a los españoles en el Congreso de los Diputados junto a la familia que formamos, primero los veinticuatro, luego los 52, del Grupo Parlamentario Vox. Especialmente por la oportunidad que supuso liderar los 36 recursos que, estando en la Cámara Baja, interpusimos ante el Tribunal Constitucional. No me escondo. Nunca he dejado de ser una política togada a la que muchas veces se le veía más la toga que la política.
No cambiaría la decisión que tomé de marcharme de Vox, un 29 de julio de 2022, aprovechando la ventana de oportunidad que me dio un golpe de salud. Porque yo solo lo vi primero. Y no saben cuánto tiempo estuve deseando haberme equivocado en mi diagnóstico. Porque acertar implicaba reconocer un fracaso, el fracaso de lo que una vez millones de españoles vimos como un proyecto de país. Y a nadie nos gusta reconocer un fracaso.
«Yo no soy la enfermedad de Vox, solo soy un síntoma, aunque es cierto que el más evidente». Así describí la deriva de Vox los primeros meses después de mi salida. Los cobardes a la verdad le llamaron locura y a la razón, despecho. Frente a su acoso, mi mejor aliado, el tiempo, ese juez soberano que da y quita razones. Solo tenía que resistir, aunque no haya sido una tarea fácil cuando, en solitario, te enfrentas a todo un aparato que a la entrada te llama familia y a la salida se comporta como una secta con el disidente.
Pasaron meses, tiempo durante el que recopilé información, hasta que comprendí que yo no representaba un riesgo para un partido político, sino que, al no aceptar marcharme a mi casa callada y por la puerta de atrás, mi simple recuerdo, el recuerdo de mi voz en Vox, ponía en riesgo un negocio. Por eso se empeñaron tanto en destruir ese recuerdo.
La deriva de Vox es negocio, el negocio del patriotismo, en tres años, 11.000.000 de euros de dinero público desviados desde el partido a todo un entramado de fundaciones y sociedades privadas de reciente creación. Con unos beneficiarios, el Clan Intereconomía, Santiago Abascal, Kiko Méndez-Monasterio, Julio Ariza y su hijo Gabriel Ariza.
La deriva de Vox es autodestrucción. La muerte anunciada de un proyecto que pasó de veinticuatro a 52 diputados, que soñó con el 'sorpasso' al PP y que ahora va en caída libre, cuesta abajo y sin frenos. Sin nadie al volante. El barco va camino del mismo iceberg con el que chocaron Ciudadanos y Podemos.
Y esta semana ha comenzado la última etapa de ese periplo hacia la desaparición: la 'podemización' de Vox.
Este congreso a la búlgara que se ha preparado Abascal para que nadie más pueda discutirle la Presidencia de Vox, es el último paso del atrincheramiento total del Clan Intereconomía. Durante un año y medio se han ocupado de desmantelar todo lo que funcionaba para cambiar lo útil por lo controlable, haciendo desaparecer cualquier rastro de democracia interna. Han laminado sin contemplaciones a la gran mayoría de figuras que aportaban trabajo y sensatez al proyecto, desde Rubén Manso a Víctor Sánchez del Real, desde el doctor Steegmann a Iván Espinosa de los Monteros, así como muchos cargos municipales y autonómicos.
Ahora, retorciendo los estatutos, se ha adelantado la Asamblea General para frenar cualquier alternativa. Cómo tenían que ver de negras las cosas para perpetrar esta cacicada después de haber apuñalado a medio partido y haber atemorizado al otro medio. Sin baronías y sin corrientes internas. Y es que Abascal y su Clan Intereconomía se han presentado a revalidar el liderazgo con los siguientes logros: bajar 19 escaños, perder la mitad de los afiliados y echar a todas las caras visibles del proyecto. Además de no poder explicar con claridad las cuentas. Once millones de dinero público desviados. Este teatrillo en forma de consulta recuerda a aquellos referéndums en los que el caudillo Pablo les decía a sus súbditos que votasen a Iglesias. Y ya hemos visto cuál ha sido el resultado de los morados, de 71 a cinco diputados. Vox, por esta senda de despotismo, bunkerización y 'alós' presidente, va camino de su podemización.
Hay dos opciones, liderar con respeto o liderar con miedo. Abascal, habiendo perdido lo primero, ha decidido optar por lo segundo. Esta no es la derecha valiente que conocí, es la derecha de los sirvientes. Lo único que les salva es el miedo. Porque sí, el liderazgo de Abascal ya solo se sustenta en el terror a represalias. Yo no he callado, porque prefiero ser proscrita antes que esclava. Mi cariño a todos aquellos, como yo, cuyo proyecto nunca fueron unas siglas, sino España.
A Vox lo matará la autocracia de Abascal. Y no saben cómo lo lamento. Pero el tiempo volverá a darme la razón. La verdad solo tiene un camino.
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