Guerra y Felipe: el entierro de una época
La contracrónica
El expresidente socialista repartió a Podemos y a Yolanda Díaz, de la que se sorprende que sea capaz de dar lecciones a un Feijóo que lleva quince años dejándola sin escaño en Galicia
González y el que fuera su vicepresidente aseguran que defienden al PSOE más que Sánchez
Madrid
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Iniciar sesiónLos asistentes a este tipo de actos se dividen entre los que quieren que se sepa que han ido -Tomás Gómez-, los que no muestran demasiado entusiasmo en que se sepa que han ido -Rodríguez Ibarra-, los que quieren que se sepa ... expresamente que no han ido -el corifeo de 'pedrettes' que airean sus coartadas- y un extensísimo grupo de gente al que todo esto les da igual y que solo quieren ver si ahí dentro les dan un vino o algo. Entre estos últimos unos hinchas del Union Berlin que se acercaron al Ateneo una hora y media antes de que empezara el tema para ver qué pasaba, a qué se debía tanto revuelo. Uno me preguntó con curiosidad y en perfecto acento etílico que a qué iba toda esa gente, que qué pasaba. «Venimos todos a rezar por el Real Madrid», les dije. «Es una tradición que tenemos». Y se perdieron extrañados por Cibeles ante mi presencia segura y contrarreformista. Posiblemente ahí ganamos el partido.
Pero a lo que vamos. Como digo, el exterior del Ateneo estaba lleno desde una hora antes y se iba llenando más hasta que media hora antes del comienzo del evento ya no cabía un alma ni dentro ni fuera. Además de los ya citados -Gómez, Ibarra- allí se dejaron ver Javier Fernández, García-Page, Lambán, Paco Vázquez, Juan José Laborda y Redondo Terreros, es decir, 'La Résistance', el PSOE mítico, el socialismo mitológico, los restos del partido que un día fue y que, sin duda, ellos siguen pensando que es. Lamentablemente, no queda nada de aquello más que ellos y otros cuantos socialistas, que llenaban el Ateneo a centenares. Toda una generación que hoy se ve huérfana de partido y abandonada por un Pedro Sánchez al que, pese a todo, siguen votando casi de modo unánime. Curiosas estas rebeliones que cambian los puños en alto por pellizquitos de monja. Nunca he comprendido el embrujo de esas siglas ni el influjo que debe provocar en ellos para seguir apoyando activamente aquello que tanto desprecian. Pero qué sabré yo.
Lo importante es que en el escenario estaban juntos Starsky y Hutch, Jagger y Richards, la cara y la cruz -o, si se prefiere, las dos caras- del socialismo setentero, ochentero y noventero. Una de esas parejas casi literarias y con más leyenda a cuestas que el indomable Paul Newman en 'Cool Hand Luke'. Guerra presentaba 'La rosa y las espinas' (La esfera de los libros) y se encargó de recordarlo. Pero pronto Alfonso Guerra se olvidó de eso, sacó su fusil y nos dejó perlas, una tras otra, perlas que caían entre las butacas con una cadencia casi ordenada, como si se hubiera arrancado el collar del cuello en ese momento y quisiera desquitarse de una vez por todas. «Amo España», dijo, como un verdadero fascista. Y siguió aclarando que una persona de izquierdas tiene la obligación de no callarse si ve injusticias. Y no necesariamente en el bando de enfrente, sino, sobre todo, en su bando. El exvicepresidente del Gobierno eludió a esas «mentes lunáticas» que en este acto buscan conspiraciones y gente de otros partidos para enfatizar que «una persona de izquierdas tiene la obligación de no callarse si ve injusticias, también en la zona progresista». Y siguió dejando recaditos. «Yo no he sido desleal ni disidente. Mas bien lo ha sido el otro, que va cambiando». Aplausos en un patio de butacas que se iba encendiendo mientras generaba complicidades.
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«Siento todo lo que ocurre hoy como la derrota de mi generación», dijo citando al historiador vasco Juan Pablo Fusi. Y reivindicó a toda esa quinta de conservadores, socialistas, comunistas y nacionalistas que hicieron posible la transición. Bien, pues «la amnistía es la humillación de mi generación y la condena de la transición y de la democracia. Pido como demócrata que no se dé una amnistía». Se arrancaba la gente en aplausos hasta en la sala de prensa. «Aceptar en silencio esta decisión nos convertiría en cómplices». Y terminó pidiendo un pacto entre los dos grandes partidos que representan al 76% de los votantes españoles. Para ello, sugirió cambios en la ley electoral y pidió al socialismo que «tome distancia del nacionalismo, que es siempre algo regresivo».
El exterior del Ateneo estaba lleno una hora antes del inicio y poco después no cabía un alma ni dentro ni fuera
«Esta situación no puede durar, no debe durar y no va a durar porque la libertad y la democracia anidan en el corazón de muchos socialistas», remató. Y el Ateneo se puso en pie. Y en ese momento comenzó Felipe, camisa blanca de su esperanza, para hacer suyo todo el discurso de Guerra. Lo hizo en un discurso más medido, con menos entusiasmo y sin tantas ganas de meterse en líos. Pero con una extrema claridad. Repartió a Podemos y a Yolanda Díaz, de la que se sorprende sea capaz de dar lecciones a un Feijóo que lleva quince años dejándola sin escaño en Galicia. Nos aclaró que es falso que llevaran treinta años sin aparecer juntos, como dicen. «Hicimos la ultima campaña de Zapatero. No se si debo arrepentirme, pero desde luego la hicimos». Un discurso marca de la casa, con esa prosodia de mi infancia y ese color como de vacaciones en yate para pedir reformas, acuerdos entre los grandes partidos, consensos y, sobre todo, para recordar que la amnistía ni es legal ni es moral. «Uno puede defender las ideas que quiera. Lo que no puede es saltarse la legalidad».
Se llevaron juntos un aplauso de esos de Plácido Domingo en La Scala, con la gente entregada, en pie y agradeciendo sentirse reconocidos en una escala ideológica e incluso moral que se ha perdido: la del centro-izquierda moderado, sensato, cabal, responsable y con sentido de estado. Y de ahí salimos con la sensación de que ese discurso es compartido por gran parte de la población. Y que, si se presentan, ganan. «No nos podemos dejar chantajear», concluyeron. Y uno no puede evitar pensar que ese mensaje no iba destinado a los que los escuchábamos sino, fundamentalmente, a su propia culpa y al reproche interior de quienes saben que, a pesar de todo, siguen votando a Pedro Sánchez.
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