¿La lista más votada?

Los partidarios de esta innovación (que exigiría, para empezar, algún retoque en el título VIII de la Constitución y en el capítulo IX de la Ley del Régimen Electoral General) arguyen que se evitaría así la aparente vulneración democrática por la cual las minorías se imponen a las mayorías. Quienes así opinan, se olvidan de que la fórmula de «la lista más votada» generaría gran inestabilidad en los concellos, sobre los cuales pendería constantemente la espada de Damócles de la moción de censura. Los casos de Lara Méndez en Lugo, de Inés Rey en A Coruña o del atrabiliario Pérez Jácome en Ourense son ejemplos que suelen utilizarse entre nosotros para ilustrar el aparente desajuste entre la contabilidad del voto directo y la elección indirecta.

Cuando el tema se hace carne de debate, las críticas al vigente sistema electoral proceden indefectiblemente de los que se consideran perjudicados por él. Y así se da el caso de que el PP es capaz de reprochar al BNG su apoyo a la segunda lista más votada en Lugo o en A Coruña, pero se cuida muy mucho de omitir el escandaloso caso del Concello ourensano, en el que los populares entregaron la alcaldía no a la segunda fuerza sino a la tercera. Nada menos.

En resumidas cuentas que en esto, como en casi todo, las formaciones políticas muestran una sospechosa veleidad: que gobierne la candidatura más votada, sí, pero siempre que sea la nuestra.