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Juan Soto - El Garabato del Torreón

Vandalismo protegido

¿Qué maldición es esta que incrusta en las corporaciones locales a los más burros de la parroquia?

Existe algo peor que el sectarismo: la estupidez. Y tanto el sectarismo como la estupidez son magnitudes perfectamente mensurables cuya gradación oscila entre lo llevadero y lo insufrible. En algunas personas, estupidez y sectarismo se adhieren hasta formar una unidad hipostática. Esta variedad zoológica suele ser relativamente abundante en las instituciones públicas, todas ellas concienzudamente trufadas, en porcentajes variables, por lo peor de cada casa, es decir, por la morralla más petulante de la banda. Hay capitales de provincia en las que para llegar a concejal parece que le exigen al aspirante un certificado de tonto de capirote. «¿Y tú qué sabes hacer?», le preguntan en el partido. «Servidor, salvo chupar del bote, nada de nada». «Pues que lo incrusten entre los tres primeros de la lista».

En algunos ayuntamientos de Galicia, las diferencias entre ciertas coaliciones gobernantes y las letrinas de comuna son meramente circunstanciales. En otros, la imbecilidad de los opinantes en nómina (ahora les dicen portavoces) es no ya antológica sino ontológica, es decir, trascendental. Quedémonos en el de Lugo, donde el pleno corporativo acaba de rechazar la instalación de cámaras de vigilancia en el recinto histórico, con el argumento de que la libertad de quienes atentan contra el patrimonio (la monumental fuente de San Vicente sufre embestidas vandálicas todos los fines de semana) no puede ser coartada ni siquiera invocando la protección del bien común. Por lo visto, según el argumento esgrimido por el cupo intelectual del colectivo municipal del BNG, identificar a presuntos delincuentes y llevarlos ante el juez significaría «unha intromisión na súa intimidade».

El lector admitirá que la cosa es como para echarse a llorar. Porque quienes arremeten de tal modo no son particulares que se ganan la vida por sus manos, sino representantes institucionales de partidos que cobran sueldos, dietas, comisiones y si cae una propina, bienvenida sea. ¿Qué maldición es esta que incrusta en las corporaciones locales a los más burros de la parroquia?

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