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Luis Ojea - La semana

Respetarse o no a uno mismo

Ningún gallego podrá reconocerle a Gonzalo Caballero que haya antepuesto jamás los intereses de los ciudadanos a los del PSOE

Luis Ojea

El día de Navidad de 1937 el portero Sam Bartram protagonizó una de las historias más surrealistas del fútbol. Su equipo, el Charlton Athletic, se enfrentaba aquel día en Stamford Bridge contra el Chelsea. Cuentan las crónicas de la época -y él en sus memorias- que a pesar de que una densa niebla dificultaba la visibilidad se decidió jugar. Al descanso, empate a uno. Pero poco después de la reanudación el árbitro entendió que ya era imposible que se pudiese seguir disputando el encuentro en aquellas circunstancias y lo suspendió. El público se fue a sus casas y los jugadores al vestuario. Todos menos Bartram . El arquero, que no se había enterado, se quedó bajo los palos… hasta que un cuarto de hora más tarde un agente de seguridad se lo encontró defendiendo su portería y le explicó que el partido se había parado y el estadio ya estaba vacío.A veces da la impresión de que algunos políticos desarrollan su actividad cegados por una niebla incluso más densa que la que cayó aquel día sobre Londres. La niebla del dogmatismo.

La mal entendida fidelidad a su partido, olvidando que la primera lealtad debería ser para con la sociedad a la que representan , no para con unas siglas. Es el caso de Gonzalo Caballero. Ningún apparatchik de Ferraz podrá reprocharle que se haya desmarcado nunca ni una coma del discurso dictado desde La Moncloa. Ningún gallego podrá tampoco reconocerle que haya antepuesto jamás los intereses de los ciudadanos a los del PSOE. Por ejemplo, en la gestión de la pandemia. Paladín siempre de Pedro Sánchez. Hasta el límite de lo ridículo. Como esta semana, en la sesión de control en el Parlamento, cuando el secretario general del PSdeG atribuía a la Xunta «el caos absoluto en la hostelería con el certificado Covid»… apenas unas horas después de que el Tribunal Supremo avalase que esa medida adoptada por la Administración autonómica era «idónea, necesaria y proporcionada».

Caballero siempre ha sido de ese tipo de políticos que no se bajan del eslogan, ni por muy malo que sea ni por mucho que la realidad lo desmienta. Llevaba un mes -en sintonía con Ferraz- asegurando que esa normativa era «ilegal» y una «chapuza» e interpretando que el auto en agosto del Tribunal Superior de Justicia era «una enmienda a la totalidad» a la gestión desarrollada por el Gobierno gallego. Y él no es de los que rectifica o asume que se ha equivocado . Él es de ‘sostenella y no enmendalla’. Que el Supremo respalde el certificado Covid como la actuación «más adecuada para salvaguardar la vida y la salud de los ciudadanos» es para el líder del socialismo gallego apenas un detalle menor. Como debe serlo también que el uso de ese «pasaporte» que él critica se haya ido extendiendo hace tiempo ya por casi toda Europa. Para acceder a conciertos, espectáculos, encuentros deportivos, bodas, bares o piscinas. En España no, porque en España el Gobierno se ha borrado de la gestión de la pandemia. Peor incluso, como el perro del hortelano, ni actúa ni deja actuar.

Y Gonzalo Caballero no es ni será nunca quien vaya a cuestionar las prioridades de Sánchez. Siempre obediente -a ver si le dejan seguir en la Rúa do Pino- prefiere precipitarse él mismo al abismo de lo absurdo que contrariar a La Moncloa.«Respétese un poco a sí mismo», le aconsejaba Alberto Núñez Feijóo al portavoz socialista esta semana en el Parlamento. Pero a veces la niebla del dogmatismo partidario es más densa incluso que la que cayó sobre Londres aquel 25 de diciembre de 1937. Esa mal entendida fidelidad a las siglas conduce a escenas más ridículas -como la protagonizada esta semana por Caballero en la sesión de control- que la de Sam Bartram solo sobre el césped defendiendo la portería un cuarto de hora después de que el partido se hubiese suspendido.

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