«Hoy está tranquila la frontera porque no hay mujeres policía»

Los gendarmes marroquíes se retiran de la tierra de nadie ante la presencia de medios

CRUZ MORCILLO C.M. MARTÍN BIANCHI

Los activistas, alborotadores o lo que quiera que sean han convertido a la quincena de agentes femeninas del control fronterizo de Beni-Enzar en el objetivo directo de sus ataques contra España. No es nuevo, pero los carteles ofensivos que cuelgan sin tregua en la ... estrecha franja que separa las dos fronteras, empiezan a hacer mella. El de un varón de uniforme tocándose la entrepierna y su compañera mirándole pese a ser un burdo montaje provoca náusea.

Ayer los arrancó la lluvia pero en un rato volvieron a aparecer. Ellas siguen en su puesto, aguantando el chaparrón y los insultos: «putas», si son españolas o «renegadas», si son musulmanas son algunas de las lindezas que tienen que soportar a diario. Mientras, la Delegación del Gobierno en Melilla y el Ministerio del Interior callan y miran para otro lado. Beni-Enzar se asemeja a una frontera tercermundista.

Provocaciones constantes

La tormenta, mínima, que cayó la convirtió como siempre en un arroyo, repleto de agua y de gente, una marea humana (30.000 personas la cruzan a diario) que hay que controlar con un ojo puesto en la tierra de nadie, donde se colocan los gendarmes invadiéndola sin ningún complejo.

Ahora no, ahora han dado un paso atrás ante la expectación creada y apenas se asoman a sus garitas. Por esa tierra de nadie se mueven los autoerigidos cabecillas de la protesta, Abdelmounaim Chaouki y Chamti Said, como «Pedro por su casa», repartiendo parabienes y amenazas. «Hoy está tranquila la frontera porque no hay mujeres policía. Esas son las peores, les gusta maltratar», suelta Chaouki sin inmutarse. No tienen pruebas ni falta que les hacen. Ellos a lo suyo. «Piden a las niñas que se quiten el hiyab para verles la cara, no respetan nada», dicen. Los policías, que no pueden adentrarse ni un metro, miran y oyen resignados.

«Esto es lo que tenemos», nos explica un agente señalando a un marroquí de menos de 20 años que tiene prohibida la entrada en Melilla y desafía una y otra vez la paciencia de quienes están en el control, sentado a medio metro. Nadie puede hacer nada. Las miradas de impotencia lo dicen todo. No es el único, otro grupo se ha apostado en la parte derecha del control. «Son unos torturadores», grita uno sin ningún pudor. Hay una alambrada que han tenido que levantar un metro más para sortear las piedras que de vez en cuando lanzan desde el otro lado.

El escenario resulta insólito, como insólita parece la concentración «pacífica y espontánea» de transportistas marroquíes que anuncian los cabecillas para esta noche. Desde ese momento —aseguran— no pasarán hacia Melilla camiones ni de fruta, ni de verdura, ni de pescado. Otra vez la cantinela de la semana pasada. No hablan apenas de la manifestación que planean hacer en la comisaría de Policía de Melilla —que no ha sido solicitada— supuestamente melillenses musulmanes. «Esa sí que no se va a permitir de ningún modo», aseguran los policías.

Por lo pronto el jefecillo Said no podrá entrar porque tiene varias causas judiciales abiertas en la Ciudad Autónoma, una de ellas por dar una paliza a un inspector jefe de fronteras que acudía con otros agentes a una reunión de trabajo a Marruecos. «Sus» gendarmes no parecen tenerlo en mente; eso sí, prohíben a los fotógrafos tomar imágenes en tierra de nadie. «Ayer hicimos», les contestan. «Ayer, era ayer. Hoy es hoy». Pues eso, a golpe de improvisación orquestada.

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