Sergi Doria - Spectator in Barcino
Estructuras del caos (catalán)
«Además de dañar la convivencia y la economía, con el inútil gobierno Torra peligra nuestra salud»
Sergi Doria
El 19 de julio de 1936 era domingo como hoy. En Barcelona, las milicias de la CNT-FAI combatían a los militares sublevados. Temperaturas caniculares, sin aire acondicionado; el virus de la violencia cainita se propagaba en España.
Una sección de ametralladoras discurre ... por el Ensanche de las clases mesocráticas. «Los balcones permanecen entornados, los vecinos duermen, una ciudad tan trabajadora es justo que descanse durante las primeras horas de un domingo. Son los obreros quienes permanecen desvelados y dispuestos a jugárselo todo. Y los obreros también trabajan. Ellos, los militares profesionales, van a arriesgar la vida para sacar las castañas del fuego a los burgueses que no madrugan ni por curiosidad».
Así describe aquellas horas Luis Romero en Tres días de julio (Ariel) , crónica coral del estallido de nuestra guerra. Libro de cubiertas fatigadas: primera edición de 1967, ilustrada con el óleo Un poco más cerca, de Juan Genovés: un enjambre de siluetas sobre un espacio gris: unas parecen avanzar; otras acaban desplomadas entre manchas negruzcas.
En la zona portuaria, «el monumento a Colón, las golondrinas amarradas al muelle, los vapores, la vía férrea, los tinglados; nada parece haber cambiado, y sin embargo ha adquirido de pronto un aspecto distinto, trágico… El ruido de los disparos y la soledad convierten en insólito un lugar de costumbre tan concurrido», prosigue Romero.
Hace 84 años España padeció una epidemia de odios y hoy padecemos los rebrotes de ese coronavirus que retoma su ofensiva. En la Cataluña del 36, el gobierno de Lluís Companys ya había intentado quebrar la legalidad constitucional en el infausto 6 de octubre del 34. Sus herederos de Esquerra y los risibles «burgueses oprimidos» de Junts per Catalunya, ómniums y anecés pretenden echarle un pulso a la Monarquía constitucional.
La Generalitat fue rehén del anarquismo en los tres días de julio del 36: aunque se aplastó el golpe militar, la República del 14 de abril ya empezaba a morir. Cuando Companys, con su estéril demagogia, contemporizó con el anarcosindicalismo la seguridad jurídica se disolvió en setenta y dos horas: «Los Mozos de Escuadra son escasos; nada más que una guardia presidencial. En cuanto a los paisanos catalanistas y de partidos pequeñoburgueses que pretendieran enfrentarse con ellos, no les causan el menor miedo». A partir de mayo del 37, la hegemonía estalinista, demostraría que el Estat Català era una cáscara hueca; la actual pandemia vuelve a certificar la incompetencia de quienes decían construir la República catalana. Le llamaban «estructuras de Estado» y a la hora de controlar los rebrotes víricos han resultado ser «estructuras del caos».
La lista de vividores es larga desde que Artur Mas eligió a dedo a Carles Puigdemont y este, después de su fuga, nombrara a Quim Torra. Cuando se desbocó el Covid-19, el gobierno más inútil de la crónica autonómica decía que el estado de alarma era otro 155: limitaba unas competencias que tampoco ejerció antes del 14 de marzo.
Tras cuatro meses de oírle despotricar contra el Estado y la UME, incluso quienes abominamos de Torra esperábamos constatar que en su República catalana todo funcionaría como en la Dinamarca del Sur del Astuto Mas. El antagonismo político se vería superado por una solvencia gestora que deberíamos reconocer.
Pero no. Poco han aprendido de estos trágicos meses. Tampoco de los veinte años de intemperie de los temporeros de fruta leridana. Helena Legido-Quisley, profesora de la Universidad de Singapur y visitante de la Universidad de Lérida , lamentaba en «El País» que el gobierno catalán no tomara nota del rebrote de abril en los barracones de temporeros de Singapur: «La semejanza radica en las condiciones de vivienda en hacinamiento. Pero en Lérida es incluso peor: hay gente viviendo en la calle, sin contrato… En Cataluña se ha visto que falta personal, faltan epidemiólogos y expertos en salud pública, no hay suficientes y no se están contratando».
Lamentamos no poder rectificar nuestras opiniones sobre el nacionalismo: el maximalista Torra persistió en el estéril enfrentamiento con el Estado . Errar es humano, perseverar en el error, es propio del necio, advertía Cicerón en sus Filípicas.
Mientras Torra proclama que solo le importa nuestra salud, a muchos catalanes nos preocupa su tóxica pulsión de saltarse la ley y la pandilla de pelotas que le acompaña. En su único diagnóstico certero, tras el fiasco de su medicamento milagroso, Oriol Mitjà calificó al gobierno catalán de «conxorxa de ximples» por el sistema de rastreos adjudicado a la empresa Ferrovial.
Si en el 36 la sublevación franquista y el caos antifascista enterraron la República, la actual guerra epidémica está lejos de ganarse en Cataluña (casi dos tercios de los contagios de España). El caos lo depara un independentismo anclado en la desobediencia. No trabajan por la ciudadanía, sino por el procés. Además de dañar la convivencia y la economía, con el inútil gobierno Torra peligra nuestra salud.
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