Un museo congelado en el tiempo
Las figuras del Museo de Cera de Barcelona llevan tiempo sin recibir a un nuevo inquilino
JAVIER CABALLERO
Como una figura de su colección: estático, perenne, sin vida... Así se presenta el Museo de Cera de Barcelona en su interior un día entre semana, al menos en temporada baja. Silencioso, oscuro, excesivamente tranquilo hasta para lo que una sala de exposiciones requiere. ... La música y los efectos que sorprenden al público al acceder a cada espacio retumban en el vacío. Como las sirenas y los tiroteos de la caja acorazada —cuyas instalaciones originales, que fueron en su día la Banca de Barcelona, han respetado— que muestra un atraco en un banco, o las cadenas y gritos de la sala del terror inmediatamente después.
Pese las dificultades, el museo lleva años recibiendo una media de 200.000 visitas al año
El Museo de Cera da la impresión de un centro anclado en la constante contemplación de sí mismo, sin capacidad para evolucionar, que no se renueva o modifica, indiferente al paso del tiempo y a las adaptaciones que las nuevas generaciones piden. Al entrar a una sala, el visitante es sorprendido por música ambiente que suena a antigua, que no se renueva desde que se incluyó en los 90, igual que las paredes, los techos y los suelos permanecen tal cual se presentaron en su inauguración, en 1993.
De una habitación a otra, el visitante observa grupos de figuras sorprendentemente fieles a la realidad, que recogen cada gesto, cada arruga e incluso cada pieza de ropa de una fotografía concreta del imitado. En general, de fotografías muy antiguas que no reflejan el paso del tiempo en personajes aún vivos. Algo que al museo le gustaría hacer —renovar cada figura a menudo—, pero que los costes de los muñecos de cera, en torno a los 20.000 euros por pieza, impiden.
Figuras demasiado caras
Carmina Vall, directora del museo, siente lástima por lo que considera « demasiado tiempo» sin añadir una nueva personalidad. «El precio de cada figura es muy elevado. Nos gustaría tener al menos un muñeco nuevo al año, o más», confiesa. «Además, estos últimos años hemos invertido en la tienda de regalos, Passatge dels Temps, lo que también ha impedido encargar nuevos personajes», añade. Aún así, Carmina ve algo de luz: este año estrenan una nueva figura. Sólo adelantan que se trata de un personaje histórico.
Pese a todas las dificultades, Carmina asegura que el museo funciona y lleva años recibiendo una media de 200.000 visitas al año, suficiente para que la instalación no pierda dinero. «Estos días no se ve gente, pero en verano hay mucho más movimiento», cuenta la directora. Además, ofrecen visitas nocturnas que pueden incluir cenas y espectáculos, lo que más dinero aporta al museo y de las que, según Carmina, salen todos satisfechos. «Son un tipo de público que quiere hacer algo diferente, y nos contratan precisamente a nosotros, saben lo que buscan. De hecho, muchos repiten», asegura la directora. Por ahora, realizan una o dos al mes.
Bien cultural de interés local
El edificio de la Banca, donde se encuentra el Museo de Cera, goza de una calificación urbanística de equipamiento con un grado de protección B: esto es, un bien cultural de interés local. La calificación, fijada por el Ayuntamiento, l i mita sus posibilidades de transformación.
«Que un museo privado, en estos tiempos, siga abierto y funcione es casi un milagro», asegura la directora
Su destino «natural» en la Barcelona turística, su reconversión en hotel, no es posible. A Museo de Cera de Barcelona SA, la sociedad propietaria de la instación, no les preocupa. Lo suyo no es un gran negocio. Facturan lo justo para pagar los sueldos de la plantilla, aseguran. De hecho, sus ingresos más estables no vienen de su principal atracción, sino de otro de sus negocios: el Bosc de les Fades, una cafetería que se encuentra frente al museo y que, al contrario que éste, todas las tardes llena sus mesas y su barra.
Su ambientación en un mundo mágico, los gnomos y hadas que asoman entre sus árboles y rocas de cartón piedra y los efectos sonoros que simulan una tormenta constante convencen a sus clientes. La mayoría de los cuales, habituales de este peculiar bosque, no muestran interés en descubrir el interior del museo. «Este bar es un rincón único. Sin embargo, no encuentro qué tiene de especial ver famosos hechos de cera», cuenta Sonia Garrido, estudiante.
Carmina Vall se muestra contenta con el funcionamiento de todos los locales. «Que un museo privado, en estos tiempos, siga abierto y funcione es casi un milagro», afirma. Así es: un milagro inmóvil, congelado en el tiempo, que pasa por los días en silencio, oculto en una vida exánime que espera mantener por muchos años más.
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