JUICIO 17-A

Las «dobles víctimas» de la matanza de las Ramblas

Los afectados por la masacre lamentan el abandono que han sentido por parte de las administraciones y reclaman revisar los protocolos

«Ver cómo matan e intentan matarte es algo que impacta, y que te queda de por vida», relata Miguel, una de las víctimas que ha sido reconocida

Miguel, ayer en San Adrián, junto a un monolito de recuerdo a las víctimas del terrorismo Inés Baucells

«Todo empezó con muchos gritos y yo pensando que estaban desalojando a manteros…». Ese 17-A, Miguel López, e 63 años, había acompañado a su hija Elisabeth, de 24, a una tienda cercana a la Boquería cuando, a poco para las 17 horas, en ... pocos segundos cambió su vida. «De repente, a gente volando por los aires y yo solo tuve tiempo de empujar a mi hija porque una furgoneta se nos venía encima… A mi me pasó por el lado», narra a ABC todavía conmocionado. Este vecino de San Adrián del Besós (Barcelona), que va en silla de ruedas desde hace años por una enfermedad, solo podía imaginar que a esa escena le seguiría una explosión.

Miguel tuvo claro que era un atentado, «porque el vehículo iba acelerando y cazando todo lo que podía por delante» y se temió lo peor. Quedó atrapado con su silla de ruedas entre gente herida y que se había escapado como pudo del trayecto del furgón asesino. Por suerte, no llegó a caer de su silla, porque es eléctrica y mucho más estable que las otras, y además ese día se había atado el cinturón de seguridad.

Entre los horribles recuerdos de ese día no se olvida de cuando le gritaba a su hija que huyera y ella le respondía que no se marcharía de la Rambla sin él. También se llevó un fuerte hematoma en la pierna izquierda que le requirió atención médica, todo ello después de que un cuerpo cayera literalmente encima suyo. «No sé si era hombre o mujer, solo que no se movía y que llegué a abrazarlo… », explica todavía consternado.

Además de eso, las terribles imágenes de pánico que vivió durante las casi siete horas que estuvo escondido en un hotel pero también cuando todo había acabado y pudo salir de la "zona 0", donde permanecían los cuerpos de las víctimas, le han acompañado desde entonces. «Físicamente estábamos bien pero no psicológicamente: ver cómo matan y cómo intentan matarte es algo que impacta, y de hecho queda de por vida», relata.

Una contusión determinante

Por la contusión que le quedó en la pierna, aunque no sin tiempo y desesperación, Miguel ha podido ser reconocido como víctima, pero no su hija, que «vivió y padeció lo mismo que yo, excepto el hematoma». Ella quedó algo más alejada de la trayectoria de la furgoneta y sin rasguños, por lo que no es una víctima directa de atentado , según el Ministerio del Interior.

Al shock, obvio, por vivir un crimen yihadista en primera persona, Miguel le ha tenido que sumar la indignación por el trato recibido por parte de las administraciones, a las que tilda de «insensibles». En el primer año solo les llamaron servicios sanitarios y de la Cruz Roja para ver cómo se encontraban. No hubo nada más hasta que supo que el Ayuntamiento de Barcelona buscaba a afectados y entró en contacto con la Unidad de Atención y Valoración a Afectados por Terrorismo (Uavat), que desde entonces le ha asesorado.

« No sabes tus derechos y nadie te los cuenta. Tienes que hacer trámites, partes de lesiones, visitas a forenses y a los juzgados... y todos ellos te remueven. Yo me he sentido víctima por duplicado: por haber estado en el sitio y lugar de un atentado pero también por el abandono oficial y exceso de burocracia», denuncia. A esta carga emocional se le suma la necesidad de un tratamiento psicológico por shock postraumático grave reconocido, que padre e hija han pagado de su propio bolsillo. Él, además, todavía requiere pastillas para poder dormir.

Miguel recibió, hace unos cinco meses (y casi tres años después del atentado), una primera ayuda considerada como «inmediata»: poco más de 1.000 euros, aunque le han asegurado que le reconocen unos 3.000 por su caso. «La parte económica es lo de menos: hay que revisar de arriba a abajo los protocolos existentes y saber qué falló ese día, especialmente con la cuestión del confidente, para que a otros no les vuelva a ocurrir», clama.

Por todo lo vivido mucho más allá del 17-A, él está desencantado con las administraciones, «que desde el minuto uno han hecho política con el atentado y han usado a las víctimas». Tampoco confía en que en el juicio se haga justicia. «Se han cerrado cosas en falso y no se ha llegado al fondo de muchas preguntas», sentencia Miguel, que siente «impotencia» porque teme que « el 17-A no acabará con este juicio. En cualquier momento y lugar puede volver a ocurrir ».

Víctimas denegadas

El juicio, además, empieza sin que se haya conseguido un nuevo marco de atención a las víctimas. La Uavat por ejemplo, ha asistido 217 personas, de las que solo 73 estarán personadas -a través de la asociación 11-M-. Las cifras no cuadran con las del Gobierno, que hace tres meses tenía reconocidas a 116 víctimas y se han denegado 235 expedientes.

Para Miguel y las otras múltiples víctimas que dejaron los ataques del 17-A este martes se reabren heridas, sentimientos y recuerdos. «Es algo que no se olvida nunca y te remueve constantemente, como cuando ocurre en Austria o Francia. Para muchos testigos será muy duro declarar y tener que ver cara a cara a los tres acusados «, comenta el asesor de la Uavat, Robert Manrique.

«Está claro que no se puede juzgar el autor del atentado de las Ramblas y de Pau Pérez ni a los otros cinco terroristas de Cambrils, ya que todos están muertos, pero esto no implica que los otros tres capturados no sean responsables de lo que ocurrió. Pertenecían a una célula terrorista y aunque no condujeran la furgoneta su colaboración fue imprescindible en los atentados» , sentencia Manrique.

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