artes & letras
El vigilante de la nieve
exposiciones
La Fundación Cerezales de León dedica una exposición a lo que ha supuesto el fenómeno meteorológico en la sensibilidad colectiva de diferentes épocas y lugares
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En el año 1995, Antonio Gamoneda dio a la imprenta un conjunto de poemas que llevaba el nombre de 'El vigilante de la nieve' y este podría haber sido un buen título para la exposición que se puede ver hasta el 15 de febrero en ... la sala de la FCAYC, en Cerezales del Condado (León), ya que en ella se presenta el fruto de una atenta vigilancia a lo que ha supuesto la nieve en la sensibilidad colectiva de diferentes épocas y lugares.
Alberto Ruiz de Samaniego, el comisario de la muestra, ha utilizado para nombrarla el verso de otro poeta, el francés François Villon, convocando en torno a la nieve el clásico 'ubi sunt' de sus conocidas e históricas baladas: «¿dónde están las nieves de antaño?». Un componente que añade a esa vigilancia una mirada retrospectiva que inunda el proyecto de nostalgia. La sala entera parece transformarse en un invernadero que salvaguarda al propio invierno, como si este fuera algo muy frágil a punto de volverse sólo un recuerdo.
La exposición es una colección de materiales artísticos surgidos del enorme simbolismo que la nieve ha tenido a lo largo de la historia y a través de la geografía, siempre atravesados por la gran dimensión estética del fenómeno meteorológico. El recorrido reúne obras en todo tipo de soportes: cine, vídeo, fotografía, pintura, escultura, instalaciones, libros, documentales e, incluso, partituras musicales. Desde las imágenes inaugurales del breve film de los hermanos Lumière, en el que se ve a hombres y mujeres adultos jugar como niños en un bucle interminable en una guerra de bolas de nieve, llegamos a piezas recientes y espectaculares como el gran iglú de Mario Merz o uno de los, ya míticos, trineos de Joseph Beuys, que sabrá disfrutar más el público especializado reparando en que semejantes obras estén expuestas en el medio rural, en un pueblo de menos de cien habitantes.
Cabe destacar también algunas piezas prodigiosas, fruto del profundo trabajo investigador, como las fotografías aumentadas de cristales de nieve realizadas a principios del siglo XX por Wilson Bentley que quiso atrapar la belleza única de cada copo antes de que desapareciesen al fundirse, o la serie de postales en la que se presenta una colección de instantáneas antiguas con retratos de muñecos de nieve en diversos sitios del mundo como Moscú, Japón, Estambul o Berlín, entre otros, obras populares y efímeras ocultas en el pasado, llenas de delicadeza e ingenuidad, raras y sorprendentes.
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Por buscar algún defecto a esta exposición se podría decir que se echa en falta ver nevar, ese placer estético que se experimenta al contemplar súbitamente cambiada la realidad y enlentecido el paso de las horas, algo que aún no queda descartado de aquí a la clausura de la muestra.
Escribió, años después, Gamoneda, en sus memorias, que el vigilante de la nieve no era ninguna abstracción sino una persona real que tuvo mucha importancia para él cuando tenía veinte años porque le había enseñado la «fraternidad sin esperanza» y «la estética de la pobreza», un amigo al que encontró, después de desaparecer misteriosamente durante días, sentado a la intemperie y que, al ser preguntado, le dijo: «Estoy vigilando la nieve».
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