Ruido Blanco
Todos los muertos
Aquí huimos (mientras podemos) de la muerte y apresuramos a darle tierra para siempre
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Iniciar sesiónLa primera vez que escuché hablar del Día de Muertos me pareció macabro. Sentí esa fiesta mexicana en la que se disfrazan de calaveras y alzan altares coloreados de flores para colocar las fotos de sus difuntos como algo cruel e innecesario. A este lado ... del océano es tabú la ostentación de la muerte, un veto tan metido en los huesos que cuesta dejar de ver fantasmas hasta en los cráneos propios.
Luego descubrí que aquí enterramos muy bien pero recordamos bastante peor. Y quizá que nosotros celebremos Los Santos (entendido casi como eufemismo) y ellos los Muertos tenga bastante que ver. No hay nada que explique mejor un pueblo que sus tradiciones. Aquí enterramos muy bien, a nosotros los muertos se nos dan como nadie que diría César González Ruano. Los sepultamos en halagos y tenemos la mala pata de que siempre se vayan los mejores en esa curiosa creencia de que todos los muertos fueron buenos y añorados, como si la tremenda vulgaridad de morir expiara cualquier maldad.
Es el colmo del buenismo patrio. Por eso jamás volvemos a desenterrarlos, por si acaso se descubre el engaño. No se nos da bien recordar, tenemos miedo de que mentar a los fallecidos nos acerque a nosotros a ese abismo. Como si lo que existieran fueran palabras contagiosas nos basta con cambiar flores y limpiar tumbas cada 1 de noviembre.
Aquí que la muerte da mal fario, y hasta tras nombrarla hay que tocar madera sin patas, sería una osadía entregarnos a celebrarla. Esta mirada insana al futuro, todos somos los muertos, se torna en una desmemoria intencionada que va enmarañando lo que fuimos. Hay que hablar de los muertos. De las anécdotas y hazañas que construyen familia. De las canciones y costumbres propias que tejen comunidad.
Pero aquí huimos (mientras podemos) de la muerte y apresuramos a darle tierra para siempre. México la resucita, al menos un día al año, llamando a sus antepasados al reencuentro para disfrutar de abrazos fríos entre abuelos y bisnietos. Se impone esa preciosa obligación de la memoria. Recordar los rostros y las historias para que sus añorados muertos no desaparezcan. Y que no mueran en la muerte.
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