RUIDO BLANCO
Flores de Fray Perico
Se nos ha muerto, casi sin premios ni homenajes, Juan Muñoz a los noventa y tres años
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Iniciar sesiónFray Perico sigue gordinflón, con la cabeza pelada y vive en aquel convento muy antiguo cerquita de Salamanca. Todavía no ha aprendido a leer bien así que la horrible noticia se la ha hecho saber su borrico Calcetín que anda entregado a la lectura desde ... aquella vez que se escondió en la biblioteca. «¡Qué se nos ha muerto Juan, Perico!». Le ha rebuznado lloroso, con las orejas gachas hasta alcanzarle las alforjas. Perico se ha quedado tan triste que por primera vez en cuarenta y tres años no estaba colorado y por apagarse se le apagó hasta esa misma sonrisa, bondadosa y sincera, que logró encender en tantas generaciones de niños que leyeron sus aventuras.
Se apresuró al comedor donde andaban los veinte frailes que quedaron enlutados con solo verle el gesto. Perico cabizbajo. Todos cabizbajos. Si uno sufría, todos sufrían; si uno lloraba, todos lloraban. Fray Nicanor, el superior, le abrazó de inmediato. Y fray Olegario, el bibliotecario, no tardó en repartir a los veintiún frailes y al borrico libros de Juan Muñoz para reír juntos una vez más como el maestro querría que hicieran en un día tan aciago.
Eran aquellos libros naranjas, del Barco de Vapor, que contaban sus travesuras y aquellos otros del Pirata Garrapata y su loca tripulación, del que quienes le temen dicen que es el hombre más feroz de todo Londres. No le dio tiempo a fray Olegario a terminar el reparto cuando empezaron a hacer eco las primeras carcajadas y rebuznos desencajados de Calcetín recordando el día que fue con Perico a la escuela o el mediodía que rodaron melones montaña abajo.
Perico pidió una corona de flores blancas a fray Mamerto, el del huerto, y se acercó a la iglesia para que San Francisco le hiciera el recado. Flores imaginadas para Juan, eternas como recuerdos. Decía que sus personajes «son atemporales precisamente porque se leen y como se leen el tiempo no pasa por ellos». Qué bien se entienden las verdades de los genios. Se nos ha muerto, casi sin premios ni homenajes, Juan Muñoz a los noventa y tres años. El escritor de los niños, culpable desde los años ochenta de que aún queden lectores en España.
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