Coquetear con Madrid

Hay que encontrar el equilibrio indeterminado para estar a la distancia justa (que no entiende de kilómetros) para ser mordido sin ser devorado. Una permeabilidad que genere riqueza y no termine dejándote seco. Madrid es siempre una tentación, una sirena varada cantando a Ulises desde la meseta. El viaje a Madrid casi nunca es de ida y vuelta. Se va mucho pero se regresa poco.

En los últimos tiempos los trenes de alta velocidad han supuesto la democratización de Madrid para los que no somos madrileños. El ansiado descenso del precio de los abonos y la competencia política de promociones desatada entre autonomías han ubicado esa misma Puerta del Sol que ya hacía chaflán con el Acueducto de Segovia o la Muralla de Ávila a un paso de cebra de la calle Santiago y el Paseo del Espolón. Antes bajarse en Chamartín era una inversión para la mayor parte de economías. Ahora es posible pasearse por la Gran Vía con las monedas que quedan perdidas en el bolsillo.

Madrid de todos y para todos como presume la baronesa Ayuso. Un gigantesco mercado de consumidores ávidos de escapadas, cultura y gastronomía. La posibilidad real de convertir nuestras ciudades en satélites madrileños también para nuestras empresas y trabajadores. Vivir en Valladolid y trabajar allí con un sueldo medio.

Pero como en los toros o el coqueteo, cuidado con acercarse de más. El AVE económico generalizado, casi gratis para jóvenes, puede ser una estocada que acabe en enfermería. Tengo un familiar que en el último mes ha ido tres veces de compras a Preciados en vez de al Río Shopping. Un amigo que se toma los vermuts en Malasaña en lugar de la Plaza Mayor y un compañero que ya solo ve exposiciones en la Milla de la Cultura. A Madrid se va tanto que ni siquiera hay maletas ni despedidas tristes con flores en las estaciones.