ruido blanco
No compensa
Esta es una conspiración transversal, vertical y horizontal contra el esfuerzo
La evolución contagiosa
Año uno
Enfrentamiento en la manifestación de Soria por el 1 de Mayo
Estamos inmersos en una cruzada contra el esfuerzo. Es una estrategia que lleva labrándose décadas, casi siempre imperceptible, pero que ha calado en los huesos de la sociedad. Un aleccionamiento soterrado y sutil que premia el éxito fácil y castiga la constancia y esa mochila ... que va llenando los años y antes llamaban sabiduría. La meta es triunfar y el triunfo mero hedonismo. Que las nuevas tecnologías permitan robots que nos quiten de esa condena del trabajo que nos aliena y somete. Pasó de moda aquello de que el trabajo dignifica: «¡Lo que dignifica son las vacaciones!», repiten paradójicamente los que dicen representar a la clase trabajadora. Por eso proponen pagas por cumplir años y hasta por existir no sea que alguien escape a los requisitos. ¿O no era eso el Estado del bienestar?
Esta es una conspiración trasversal, vertical y horizontal contra el esfuerzo. Al papel de termitas que han asumido los sindicatos se une, en una simbiosis perfecta, el del patrón que cercena cualquier sacrificio de los empleados por ser mejores. Durante algunos años tuve un jefe que repetía orgulloso que los puestos de responsabilidad no tendrían que ser recompensados económicamente porque éramos los trabajadores los que debíamos estar «agradecidos» por poder asumir un cargo. No se me ocurre mejor manera de apuñalar los méritos. Me consta que todavía lo sigue diciendo. Tampoco ayudan las administraciones que prometen esa anhelada vida acomodada de funcionario y se han apuntado a maltratar el empeño. «No compensa», argumentan los docentes al preguntarles por qué ha quedado vacante el puesto de director en un centenar de colegios. Las horas de dedicación y gestión son más condena que recompensa.
No hace falta ser Ghandi («La satisfacción radica en el esfuerzo, no en el logro»), pero uno debería trabajar duro para que después le sepan mejor las cañas. Incluso para poder pagar más y mejores cervezas. Pero hay que elegir. O dejarse llevar por la comodidad precaria que propone la nueva izquierda o empeñarse en la incomodidad precaria que implica la contrarrevolución de, si llega, merecer algún éxito.