ruido blanco

Gestionar es de pobres

En España los fondos europeos no están llegando a la economía real

Una virtud del buen gobernante es saber pedir bien. A los ciudadanos su confianza, a los empresarios crear empleo y a otras instituciones dinero para sus compromisos. Porque un gobernante pide siempre esperanza que es la única revolución transversal (sin ideología) capaz de movilizar a ... los ciudadanos. Y pedir bien no es nada sencillo. Es cierto que puede aprenderse, como a mentir mejor, pero requiere ciertas habilidades innatas que hay que reconocer tienen la mayoría de nuestros políticos. Porque en la política actual marcada por el impacto en titulares de pedir siempre se saca rédito. Si te dan como buen y exigente negociador. Si te niegan mostrando el enfado y creando una ofensa. En el apocalipsis covid, el primero de los que nos tocó sobrevivir, funcionó a la perfección la estrategia. Cada cargo público suplicó en una cascada hacia arriba que llegó hasta la Unión Europea y nos volvió en una tromba de miles de millones de euros para los restos del naufragio.

Fue entonces cuando aprendimos la palabra resilencia. Aquella dana de euros iba a empezar a llover de inmediato y sin descanso durante varios años. Dinero extra para realizar todas las transformaciones pendientes las últimas dos décadas y calmar la sed de la desesperanza. Así se han ido llenando periódicos desde entonces.

En España los fondos europeos no están llegando a la economía real. Las solicitudes se pierden en la maraña burocrática. Este año se habrían ejecutado 4.500 millones de los 28.500 presupuestados según la Intervención General del Estado. En 2021 tan solo 2.400 millones de los 26.000 previstos (en datos de la UE). Cifras vergonzosas que ponen en evidencia a la administración española mientras empresas y autónomos malheridos durante la crisis covid quiebran aplastados ahora por los costes de la guerra de Ucrania. De nada sirve pedir bien si no se sabe gestionar mejor. Y es costumbre. Hace mucho que actuamos como nuevos ricos y ya volvían a Bruselas cada año montañas de partidas intactas. Como si sobrase el agua en una economía acostumbrada a las sequías. Los que piden creen que gestionar es una vulgaridad, cosa de pobres.

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