La Atlántida castellana

HIJOS DEL OLVIDO

Conocida por su resistencia a la ocupación romana en las Guerras Celtibéricas, Plinio el Viejo la consideró una de las cuatro ciudades vacceas más importantes

Dueños del tiempo

NIETO

F. JAavier Suárez de Vega

La perseverancia es una virtud del espíritu que suele recompensar a aquellos que la cultivan. Y es de justicia reconocer que esta cualidad de nuestro admirado y cabal José María Nieto viene, con frecuencia, acompañada de otra, la sabiduría. Eso es lo que ha sucedido ... con su insistente petición para que mi condal compañero y yo arrojásemos al suelo nuestras anteojeras y nos atreviésemos a cruzar, de una vez por todas, el Rubicón de la Edad Media rumbo al épico y brumoso territorio de la Historia Antigua. Porque si hay un lugar en el que legiones de hijos del olvido llevan miles de años esperando a que alguien los rescate, sin duda, es allí.

Hoy, treinta y seis hijos después, 'nostra culpa', atendemos su juicioso consejo y nos adentramos en ese periodo fascinante pleno de mitos y leyendas, héroes, combates épicos o ciudades perdidas. Como Intercatia, una de las principales ciudades-estado del bravo y próspero pueblo vacceo, escenario privilegiado de la conquista romana de Hispania. Un lugar que, como tantos otros citados en las fuentes clásicas, se esfumó como por embrujo.

Intercatia, tal vez una de las primeras ciudades fundadas en el Valle del Duero, fue abandonada durante el Bajo Imperio romano y quedaría sepultada bajo ese mar de campos que baña la meseta. Desde entonces, son muchos los que han buscado a la que bien podríamos calificar como la Atlántida castellana. Y no menos los que reivindican ser el solar bajo el que dormita con todos sus tesoros ocultos: Montealegre, Aguilar de Campos, Medina de Rioseco, Castroverde de Campos, Villalpando... Controversias muy frecuentes. Baste pensar que incluso la mítica ciudad de Numancia, identificada durante siglos con la ciudad de Zamora -en la Edad Media su diócesis recibió el nombre de Obispado numantino-, no logró abandonar ese reino de las sombras hasta fechas recientes.

Aunque, hoy por hoy, es la palentina Paredes de Nava la que encabeza la clasificación de aspirantes a ser sucesoras de aquella legendaria ciudad de la Antigüedad. La elocuente denominación del paraje donde se encontraría, La Ciudad, dos téseras de hospitalidad en las que aparece escrito el gentilicio intercatiense y los numerosísimos restos arqueológicos hallados, a pesar de que apenas nada se ha excavado, son algunas de las evidencias que apuntan en este sentido.

Con más de cincuenta hectáreas de superficie, decenas de miles de habitantes y rodeada de imponentes murallas y fosos defensivos, su relevancia la hará aparecer en esa especie de Guía Michelin de la época, los itinerarios romanos. Citada por numerosos autores grecolatinos como Estrabón, Ptolomeo, Floro o Tito Livio, Plinio el Viejo la consideró una de las cuatro ciudades vacceas más importantes. Pero lo que, tal vez, le dio más fama fue el asedio al que le sometió el cónsul Lucio Licinio Lúculo en el año 151 a. C, durante las Guerras Celtibéricas. Este innoble personaje atacó a los vacceos sin motivo alguno y sin aval del Senado, por pura codicia. Ante la ciudad de Cauca (Coca) dio muestras de lo que era capaz cuando, faltando a su palabra, asesinó a traición a sus casi 20.000 habitantes y cubrió de infamia el nombre de Roma.

Tras ello marchó a Intercatia con intención de repetir su exitosa felonía. Apiano y Polibio refieren que Lúculo intimó la rendición de la ciudad, guarnecida por veinte mil infantes y dos mil jinetes. Desafiantes, le respondieron si su propuesta gozaba de las mismas garantías que las dadas a sus hermanos de Cauca. Contrariado e iracundo, asedió la ciudad. Sus ataques fueron rechazados uno tras otro, pero un acontecimiento rompería con esa sangrienta rutina. Un ciclópeo guerrero intercatiense salió cabalgando a la tierra de nadie, adornado con espléndida armadura, y retó a un combate singular al romano que quisiera aceptar. Ninguno lo hizo. Durante días repitió el desafío, que terminaba con las burlas del vacceo y una danza triunfal antes de acogerse a la ciudad. Hasta que el joven Escipión Emiliano aceptó y protagonizó una épica monomaquia. Gracias a su buena estrella, obtuvo el triunfo ante aquel gigante, pese a su pequeña estatura, dicen las fuentes.

Los romanos, enardecidos por esta victoria y acosados por el hambre y las enfermedades que comenzaban a hacer estragos, se lanzaron al asalto final. Tras penetrar por una brecha en las murallas, fueron rechazados y muchos murieron ahogados al escapar. Ante esa difícil tesitura, Escipión, que se había ganado su respeto, propuso un pacto para levantar el sitio. Ni oro ni plata, diez mil sagos y algo de ganado fue el magro botín que lograron en una aventura que terminó con los romanos en retirada hostigados por la caballería vaccea. Escipión, que poco después arrasó para siempre Cartago o que, con grandes padecimientos, conquistó Numancia, no pudo con la resistencia vaccea en Intercatia. Todo un símbolo de tenaz resistencia.

Dos siglos tardó Roma en conquistar Hispania. Siete años le duraron los galos a Julio César. Y, sin embargo, todos conocemos la historia de Vercingetorix, mientras que el rastro de los vacceos casi se borró por completo. ¿O tal vez no? Además de su sangre, nos legaron una herencia que forma parte de nuestras señas de identidad: los inmensos campos de cereal, la arquitectura en barro, incluso, según se afirma, la cultura del vino y nuestra afición por el lechazo. Razón que, por sí sola, les hace merecedores a un lugar de privilegio en el inmortal templo de la fama.

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