Incendio de Navalacruz
«Viéndolo todo arder se muere uno»
Vecinos y ganaderos de los pueblos al norte de la sierra de la Paramera, en Ávila, cuentan cómo han vivido el mayor incendio de Castilla y León
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEntre los camiones de paja que se dirigen a las montañas, una camioneta arrastra el esqueleto negruzco de un coche destartalado que tose ceniza. Seis días después de que empezara el incendio de Navalacruz, el mayor de la historia de Castilla y León, todas ... las conversaciones rumian en torno a él , y algún rescoldo queda. El monte ha muerto. Aunque los que contemplan el impacto desde las gasolineras del contorno, desde los bares de los pueblitos al norte de la sierra de la Paramera (Ávila) o desde las propias casas de municipios como Robledillo o Niharra, le dedican sobre todo silencios sombríos. «Horrible» es la palabra del momento. Allá donde acaban los campos de trigo ya no se encuentra la tonalidad parda y sana del pino, del roble ni de ningún matorral; todo se ha achicharrado más o menos, se ha coloreado de negro pompeyano y hasta se ha apaisajado al estilo de Timanfaya, pero con el blanco de la ceniza como recuerdo de todo aquello que las llamas engulleron.
«Los bomberos decían que este fuego tenía patas. Era caprichoso y saltaba muy rápido , como si hubieran echado gasolina», describen Gemma y Miguel Ángel, un matrimonio que lo vivió desde Solosancho. Este par de senderistas se para a señalar cómo fue todo: la peña central, mirada desde la pedanía de Villaviciosa, ardió de cima a faldas en cuestión de horas. Los vecinos usaron los tractores, cuentan, para acumular montículos de tierra que actuaran a modo de cortafuegos el domingo de madrugada. «Están molestos porque a las tres de la mañana el rugido y los relinchos se oían, pero los primeros efectivos tardaron en llegar a esta zona. En lo que los camiones cargaban agua, se descontroló», explican.
Emilio Torrubias: «Mientras luchábamos contra el fuego, vi caer una paloma en llamas que cayó sobre paja que ya estaba ardiendo»
Y efectivamente, están molestos. Es el caso de Apolinar Martín y de Marcelina García, unos ganaderos de Villaviciosa que levantaron todo lo que tienen a fuerza de trabajar codo con codo. Dicen que se han visto «tan desamparados como el monte», porque a pesar de que más de 2.000 personas lucharon contra viento y fuego para frenar toda la destrucción posible, su casa se mantiene porque su hijo la regó para salvarla, incluso cuando los guardias le pedían que se fuese. «Yo temblaba por mi hijo», reconoce Marcelina. Tuvieron la suerte de haber bajado a sus vacas a las vegas de La Rastrojera, aunque han perdido naves, kilos y kilos de heno o una máquina de segar . En los establos huele ya una cerda muerta. Apenas una puerta la separa de otra, superviviente, que ha vuelto a su hábitat, pero aún está «atontada». El enjambre de buitres que avistó otro paisano revela que no fue el único animal en morir quemado.
Pasada la tensión de lo urgente, en cada pueblo quedan la tristeza y la rabia, mezcladas con la gratitud y el apoyo mutuo, en un cóctel agridulce que impulsa a recuperar todo lo posible, pero a no olvidar la crítica. La alcaldesa de Riofrío, Pilar Galán, que es aún un torbellino de actividad, llama a una mayor coordinación entre Guardia Civil y forestales: «Los primeros llegaron para cumplir el desalojo, mientras los segundos nos pedían que se quedasen algunas personas jóvenes y fuertes que conociesen el terreno y pudiesen guiarles». Aunque las casas están bien, Galán habla de momentos complicados en los que los bomberos reconocieron un miedo visceral por un depósito de gas demasiado cercano. «El fuego se quedó a escasos metros de la iglesia, fue espantoso», recoge.
«Entre Filomena, el virus y esto, estamos como si nos hubieran dado una paliza», lamenta una señora, al salir del Centro San Blas, en Sotalbo. Otra de sus vecinas, Trini Gutiérrez, habla de pánico. Y de cómo prendió la broza de los pinos cortados en primavera. A sus 79 años, el concejal Antonio Jiménez se queja de que no se haya desbrozado antes. Querría haberse quedado al pie del cañón: «¡Quién va a conocer mi casa mejor que yo! Tenía la goma preparada y desde el cemento podría haber ayudado».
«El infierno va para Mironcillo»
El alcalde de Sotalbo, Juan Manuel del Nogal, recuerda haber llamado a su homónima en el Ayuntamiento de Mironcillo: «El infierno va para allá», avisó. Cuando el pasado viernes el delegado territorial de la Junta en Ávila, José Francisco Hernández, se desplazó hasta el pueblo «para estar con él», asegurarle que remarían juntos y atender las reclamaciones individuales que ha dejado este «monstruo», no pudo evitar un ligero reproche. «Desde la una y hasta las seis de la mañana estuvimos solos el guarda forestal y yo al frente de todo», se quejó , para añadir que la espera de órdenes había ralentizado la acción.
Este encuentro fue delante de la finca de tres hermanos, Emilio, Javier y Víctor Manuel Torrubias, que han perdido 4.000 alpacas y maquinaria «por valor de 100.000 euros». Su padre, orgulloso pastor de ovejas retirado, prefiere que hablen ellos. Eso sí, apunta: «Viéndolo todo arder es que se muere uno». A pie de nave, la familia lleva una semana sin parar, así que confunden las horas y los días en el recuerdo. «¿El... sábado por la noche?» el fuego rodeó su nave con un triángulo asfixiante de tres puntos devoradores, así que Emilio y Víctor Manuel se subieron a sendos tractores y Javier corrió a ocuparse del ganado. Y escogieron. Tuvieron que dar ciertas cosas por perdidas para salvar lo posible.
«Entre todos, conseguimos echar el fuego ‘por encima’ del pueblo, pero llegó por Solosancho y nos ‘trincó’», afirma Emilio. «El primer día fue un caos, es ahora cuando ves lo que falta», asegura. Se han dejado la piel para reconstruir los silos. Un ternero tiene la oreja chamuscada, y varios corderitos que no han podido «ni recoger» murieron al quedarse atrás. Por suerte un amigo les trajo enseguida un camión con alimento para los animales.
Por gestos como este y tantas muestras de aprecio y valentía, Víctor Manuel recalca algo: «Quiero dar las gracias a toda la gente que se ha jugado la vida a mi lado», pide, con humildad . Ha llegado el momento de afrontar la reconstrucción. Las donaciones y los cargamentos de alpacas llegan de todo el país, tanto a esta zona como al sur de la sierra, donde se desencadenó la tragedia. Aunque diputación y ayuntamientos coordinan donaciones y han puesto a disposición de la ciudadanía una cuenta para ayudar a los afectados por los incendios de Ávila, muchas son espontáneas. A Riofrío han enviado desde Segovia material sanitario para curar a las vacas.
Hermanos Núñez, por su parte, ha fletado catorce camiones de paja. De forma habitual la empresa transporta esta mercancía, pero ahora lo hace desinteresadamente. «Nos hemos repartido entre los que creemos que más lo necesitan», comenta José María Sánchez, que viene desde Cáceres. «Nos ha llamado un muchacho llorando al que se le ha quemado todo, así que mi compañero le ha prometido que su camión va para él», cuenta . Después de esta oleada solidaria, ganaderos y habitantes sólo confían en que no se les olvide. Tampoco cuando la hierba vuelva a crecer, pero siga siendo pronto para los árboles.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete