al pairo

CORROCHANO Y LA LENGUA DEL TORO

Sus palabras se encadenaban por derecho al dictado de una pasión: la de torear con la punta afilada de una pluma

fernando conde

Y quién fue Gregorio Corrochano? Majestad en la escritura y temple en los terrenos naturales del periodismo; esa fue su divisa bicolor. Muerto está y muerto vive en la memoria de quienes alcanzaron a leer sus crónicas taurinas. Sus palabras, de buen acero toledano, se ... encadenaban por derecho al dictado de una pasión: la de torear con la punta afilada de una pluma. La brújula de escribir se la había prestado el mismísimo Horacio: al norte, el precepto mayor de cualquier periodista de raza: enseñar deleitando. Al sur… al sur, su Melilla del alma, a la que incluso le bautizó la plaza de toros. Desde Corrochano Melilla tiene una «Mezquita del toreo».

Gregorio Corrochano debería ser una asignatura troncal en todas las facultades de periodismo. Si se trajina cualquiera de sus crónicas —la hemeroteca de ABC lo pone fácil—, se observará que todo en él es cintura quebrada y pies quietos. Esas crónicas, como los toros que las protagonizan, siempre van al «más allá». Más allá de la crónica de oficio, más allá del dato frío, y más allá, en fin, del periodismo de salón. En Corrochano todo es derroche y alarde de poderío. Maestro de toreros, sin toro, a quienes enseñó muchas veces el arte de Cúchares desde su tendido magisterio, y a quienes no pocas les apagaba el traje con la luz solemne de su sencillo negro sobre blanco. 2011 es efemérides corrochadiana. 50 años de su adiós a la vida. Le cogió el toro inmortal de la muerte. El destino quiso darle la luz donde a Joselito le habría de dar una sombra eterna. Corrochano tenía casi ochenta, Joselito veinticinco. El destino es un toro imprevisible que lleva la incertidumbre prendida en las astas. Larga vida a los dos. Maestros recíprocos, amigos del alma.

Corrochano escribió cientos de crónicas, libros, manuales de tauromaquia y hasta novelas del Rif y de otras cornadas que no nos dio el hambre. Hoy el debate de los toros está en liza, y supuestos adalides de la libertad amenazan con prohibir —ya son tantas— el paso firme de esa ínsula de bravura, dorada por exceso de oscuridad (Miguel Hernández dixit). ¡Ay, cuánta pena lleva el toro en su mañana!

Corrochano helaba la sangre de sus lectores con el mismo duende que Joselito, Belmonte o Sánchez Mejías paraban los relojes a las cinco en puntas de la tarde. El toro aceza tras la brega, y Corrochano escribe verónicas de tinta con su lengua, la lengua del toro.

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