El cautivo viento de las aspas
«Alejandro Amenabar, como en casi todos los títulos que dirige desde sus comienzos, consigue ofrecer un trabajo eficiente, dotado de una limpieza única, y digo única porque englobla el trayecto de la película sin arriesgar en secuencias gratuitas o faltas de contenido», asegura el autor
Fernando Novalbos Sánchez
Toledo
Los molinos, los molinos de La Mancha, recrudecidos por el viento…, palabras puestas en boca de Miguel Rellán, Antonio de Sosa, al despedirse de Julio Peña, Miguel de Cervantes en la película, agitan de tal manera mi alma que, pasado un tiempo ... solo seré capaz de recordar la mayor parte de El Cautivo, acudiendo a este recuerdo que me sumerge en el aire de mi tierra manchega, elegido, a mejor gloria, para formar parte de un buen guión.
La película, firme candidata a representar al cine español en los premios Oscar del año 2027, relata los días de Miguel de Cervantes como rehén en Argel una vez capturado en alta mar y, mi opinión del suceso, sumada al más que presumible éxito en la carrera de Alejandro Amenabar, eficaz en casi todos los apartados que soporta, principalmente como director y guionista, da pie a pensar que no existe ficción sin realidad, dolor que se salve de la hoguera de la vanidad o mirada interior que se encamine a los propios actos de ánimo de quien ordena ponerte una soga en el cuello debido al desánimo de no poseer lo que más desea, dicho sea de paso, secuencias que darán minutos para hablar debido al enfoque personal que ofrece el director de una supuesta relación homoerótica del escritor con su captor, el gobernante Hasán Bajá, papel interpretado a la perfección por el actor italiano Alessandro Borghi. De todas formas, ya veremos qué debate se nos viene encima o si pasa de puntillas entre los críticos y los cinéfilos más conservadores. El caso, y bajo mi punto de vista, no debe resultar un tema intransigente, estamos en el siglo XXI y causar polémica por este apartado, cuanto menos resultaría ridículo, porque hay charlas en el mundo que vivimos que no debieran volverse una costumbre, ya que, por más que se ensayen no obtendrán la más mínima mejora, y este es un tema, más que dado por sentado en gran parte de la sociedad.
Alejandro Amenabar, como en casi todos los títulos que dirige desde sus comienzos, consigue ofrecer un trabajo eficiente, dotado de una limpieza única, y digo única porque englobla el trayecto de la película sin arriesgar en secuencias gratuitas o faltas de contenido y es aquí donde el espectador debe aprovecharse del arte cinematográfico que combina con la sensatez de una persona dotada de gran inteligencia para contar historias creíbles, tanto que el papel de Fernando Tejero, Blasco de Paz, quizá encasillado en papeles cómicos en demasía, resulta eficaz y verdaderamente útil para aportar un refinado toque con sus muecas inimitables, hasta el punto de querer dar un paso al frente y adueñarnos de la pantalla para llevárnola a casa y seguir frotándonos los ojos ante tanta belleza.
El Cautivo es una aventura en sí misma, una aventura preferible preservar en la retina, por si acaso no sucediera algo semejante y tuviéramos que conformarnos con las palabras pronunciadas por Antonio de Sosa al despedirse de Miguel de Cervantes; Los molinos, los molinos de La Mancha, recrudecidos por el viento… Al menos por sabernos manchegos de pura cepa y sentir el orgullo de saber que el escritor consiguió escribir el libro más leído de la historia: Don Quijote de La Mancha, nuestro cautivo particular.
Para poner fin y si creen en mis palabras, no me queda más que recomendarles la película, les garantizo un momento interminable de emoción que jamás olvidarán.
Vayan al cine, El Cautivo les espera para cautivar sus miradas.
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