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Pasar el rato

La nueva normalidad

Pedro Sánchez representa al político en cuyo oficio no hay vergüenza, conciencia moral ni sentido del ridículo

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante una comparecencia reciente EP
José Javier Amorós

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De Pedro Sánchez no puede decirse nada que no sea lo anterior. Y uno ya tiene dicho todo lo anterior. Del presidente del Gobierno no se puede esperar ninguna aportación nueva al mal; tiene una imaginación obsesiva, que quiere decir limitada y monótona. Tampoco ... uno puede aportar nada nuevo a la personalidad de su excelencia. Sabemos por su conducta habitual que es un hombre sin vergüenza, sin conciencia moral y sin sentido del ridículo. Y el ridículo, una especialidad presidencial, es la prueba de la verdad, como escribió lord Chesterfield a su hijo, para que estuviera advertido. Estamos ante un personaje políticamente indestructible , tal como se entiende hoy la política: un oficio sin vergüenza, sin conciencia moral y sin sentido del ridículo. Tardará en nacer, si es que nace, un individuo tan dañino para España como Pedro Sánchez. Tiene el cerebro habilitado para perjudicar, incluso involuntariamente. Uno se rinde ante esa superioridad inmoral, y abandona el ameno campo de la crítica al poder. Ni el mundo ni el articulista pierden nada con esa renuncia. Uno sabe que ha de vivir lo que le quede bajo la bota democrática de Pedro Sánchez. Y con un horizonte múltiple de derechas inútiles y acomplejadas, que cantan sus canciones de lavanderas a la orilla del río que no las lleva. No veo por qué, un modesto columnista sin notoriedad ni influencia, ha de perder su tiempo con la exégesis de desgracias que no tienen solución. Ya es bastante soportar al poder, para tener encima que aguzar el ingenio para censurarlo. Hay que tomar las cosas como vienen. A la mayoría del noble pueblo español y de sus medios de comunicación le gusta Sánchez y su manera de hacer las cosas. Para ellos no es mentiroso, ni arbitrario, ni plagiario, ni nepotista, ni manipulador, no tiraniza a la minoría y a la mayoría, no se corrompe hasta el tuétano por el poder. Lo malo es que con su pan nos lo comemos todos.

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