Pasar el rato

Cambio de argumento

El coronavirus saca lo mejor del pueblo y lo peor del Gobierno

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados EFE

En mi no corta vida he procurado atenerme al consejo de mi admirado Alain (Emilio Augusto Chartier), el deslumbrante filósofo francés de la primera mitad del siglo anterior: «Sé insolente sólo de modo deliberado y únicamente ante alguien más poderoso que tú». La mayoría de ... la gente que he conocido y conozco es más poderosa que yo, pero se trata de un poder que viene de la superioridad de su inteligencia y la bondad de su corazón. De manera que por ahí no hay caso. Es un pequeño resto de pavitontos e inmorales, con y sin tesis doctoral, el que despierta mi insolencia, porque constituye el despreciable poder del mal. Ante él me he empeñado en no claudicar. Y eso tiene su precio. Hay que pagar por estar vivo y erguido. Cuando vivir nos sale gratis es que nos limitamos a durar. Como las pilas para juguetes y Pedro Sánchez y sus ministros. Ahora decido tomarme un descanso de insolencia y pasar al costumbrismo, la reflexión liviana y la poesía lírica, que también dan satisfacciones, aunque tienen menos relevancia social. Abandonar a su suerte literaria a Sánchez y a Iglesias decepcionará a mis generosos lectores; que no son muchos, vaya lo uno por lo otro. El tiempo, que nunca se está quieto, pasa insolentemente por mí, y cada vez me queda menos tiempo de andarme por las ramas, a pesar de que son lo más interesante del árbol. Uno no es comentarista político, eso exige otro nivel, y nota que la frecuentación crítica de los poderosos le llena el alma de melancolía, de esa tristeza depresiva que viene de lo que no sirve para nada ni proporciona ningún contento del ánimo. De las cosas inútiles hay que exceptuar el arte, la filosofía y el arroz con leche, con cuya superior inutilidad alcanza su éxtasis el placer del cuerpo y del alma. Si Sánchez e Iglesias van a destrozar de todos modos mi vida ciudadana, que no destruyan también mi cerebro ocupándome de sus gracias. Ahí os quedáis, gentecilla, zurriburris, alquiladizos, belitres, enconosos. No creo que el ABC me lo reproche. Éste es un periódico amplio de miras, y su única exigencia irrenunciable ha sido siempre el estilo. Para un articulista de raza -o de voluntad, como en mi caso- el mejor gobernante no es más que un pretexto para hacer caligrafía. Sabiendo darle el tratamiento adecuado, incluso Sánchez no es menos argumento para un artículo que un paraguas, un perchero o la desclasificada mula de labranza. El estilo , claro. He ahí todo.

La tragedia del coronavirus ha sacado lo mejor del pueblo y lo peor del Gobierno. A ver si le dura al pueblo la costumbre de lo mejor. Esta terrible enfermedad nos enseña que para los españoles de bien tiene más importancia un rollo de papel higiénico que Pablo Iglesias. Porque resuelve eficazmente necesidades básicas, dura poco y no tiene pretensiones. En estos días hemos descubierto la importancia de lo pequeño, el mínimo y benéfico placer de lo cotidiano. Las pocas cosas verdaderas en que consiste una vida han adquirido todo el valor que teníamos olvidado. Nos hemos vuelto a encontrar con lo que importa. El mundo no va a decirnos si nos necesita, si le importamos. Somos nosotros los que decidimos si nos importa el mundo, si nos parece que le somos necesarios. Cada hombre y cada mujer que estos días han dedicado su tiempo y su corazón a ayudar a otros, no han tenido tiempo ni corazón para preguntarse por su importancia histórica. Pero sin ellos, el mundo no tendría sentido. Que es mucho peor que no tener existencia.

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