EL NORTE DEL SUR
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Por un momento, pareció que lo único que funcionaba con normalidad en Córdoba eran los autobuses de Aucorsa
Córdoba recupera poco a poco su normalidad tras un apagón histórico de más de trece horas
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Iniciar sesiónPor un momento pareció que lo único que funcionaba como debía eran los autobuses de Aucorsa. Si en Córdoba no hubo accidentes de tráfico de importancia durante el día del apagón, sobre todo en las horas inmediatamente posteriores a que los plomos se ... fundieran, fue de puro milagro. Es cierto que el Ayuntamiento reforzó la presencia de las patrullas de la Policía Local en los puntos neurálgicos de la red urbana, pero los conductores guiaban en gran parte por intuición a falta de semáforos activos: los coches y las motocicletas se paraban en los pasos de peatones cuando les parecía, por pura prudencia, y los viandantes ganaban la acera contraria de la avenida entre la temeridad y la complicidad de las luces verde, ámbar y roja, que llevaban apagadas desde las 12 horas y 33 minutos exactamente. Este que está aquí quemó un par de milímetros de la rueda de trasera de la moto en la confluencia de la avenida de la Victoria con Ronda de los Tejares, y por poco no se fue al suelo porque el todoterreno que iba delante se paró de golpe al ver a un anciana con su andador en el borde de la calzada.
Coches y peatones se organizan sin semáforos mientras la Policía Local intenta poner orden
Rafael AguilarLas calles más comerciales del Centro se llenan de tiendas cerradas mientras que los colegios empiezan a llenarse de familiares para ir a recoger a los niños antes del horario previsto
Para cualquier trabajador se trató de una jornada laboral anómala. Resulta que todo depende de que un interruptor se encienda, de que la tarjeta de crédito pite cuando pasa por el lector digital, de que el mando automático de la cochera active la portezuela, de que el fin del mundo te coja con el móvil con la batería suficiente para darle un recado a tus familiares.
Un muñecote con la cara de Fernando Simón corrió por los grupos de wasap tranquilizando al personal con que el apagón iba a durar un minuto o dos. Y, claro, la gente se temió lo peor. Vi colas en las tiendas de los chinos de Colón para comprar velas y cerillas, gente ansiosa saliendo de los pocos supermercados con latas de atún, yogures y fruta, padres de familia con el bolso del trabajo hasta arriba de pilas para probar el transistor olvidado.
El mío, una antigualla de otro siglo -literalmente- apareció para nuestro alivio en una caja remota del trastero y funcionó como solo lo hacen las cosas y los aparatos más simples y fieles: allí que estuvo en la sala de estar la radio pequeñita en compañía de las velas mínimas hasta bien entrada la madrugada, bastante horas después de que anocheciera y todo recordara en parte a la pandemia. Acabé cenando un sándwich frío en la azotea, donde como entonces apenas llegaba el sonido de los coches, y simplemente porque no circulaban.
Como en las ventanas de los pisos de la avenida cercana no había lámparas encendidas las estrellas brillaban a sus anchas. Era, quizás, la única luz que cualquiera necesitaba en esa noche tan atípica.
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