La Graílla
Restos arqueológicos
Consenso, acuerdo, renuncia, pacto: las palabras no eran relato, sino medicinas para un país herido
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Iniciar sesiónPrendado de la majestad renacentista que Hernán Ruiz II dibujó para aquella sacristía de San Pablo que nunca se terminó, Miquel Roca Junyent se definió como un resto arqueológico. No como piedra estéril que nadie mira al borde de un camino, sino como ... sillar, batiente de puerta o cimiento de muro que insinúa que en el lugar en que ahora no hay más que rocas alineadas hubo en otro tiempo templo, palacio, fortaleza o edificio administrativo, y que la mirada sabia del arqueólogo es capaz de reconstruir con un poco de estudio.
Los restos arqueológicos hablan y explican, decía, y el abogado catalán no es sólo uno de los padres de la Constitución, sino a sus 84 años un apóstol incansable que cuenta cómo aquellas sesiones de horas de las que salieron pactos entre distintos para levantar una España nueva en los años 70 deberían ser ejemplo para los políticos y las gentes de este tiempo. «Vosotros podéis decir que esta forma de estado no os gusta y podéis cambiarla, pero yo no podía decirlo», explicaba a los universitarios cordobeses.
Iban sobrevolando las palabras por el aire de la Sala Orive no como significantes huecos en bocas de políticos que ahora no piensan más que en hacer un relato con que dejar mal a los de enfrente, sino como medicinas necesarias para un país herido. Consenso, acuerdo, renuncia, pacto, pluralidad, reformas, memoria.
Se sucedían diagnósticos que no eran de argumentario, sino de alarma sincera de quien nota las señales del peligro. El detrioro institucional grave del que habló Manuel Aragón, con el decreto ley por costumbre y las enmiendas intrusas. La alarma del exfiscal general del EstadoConsuelo Madrigal al ver cómo el Gobierno denuncia excesos del poder judicial si contraria al entorno del presidente y su frase capital sobre la Guerra Civil: «Los españoles de los años 60 a 80 tenían tan presente el horror que no querían olvidarla, sino que no se repitiera». Se hablaba de discordia social y de discordia política, del riesgo de levantar un muro contra el enemigo y de que ya no fuera posible hablar con alguien que piensa distinto, como sí pasó en la transición.
Los que habían leído la historia de aquellos años muchas veces ya sabían a esas alturas que lo que escuchaban no era una vieja canción bonita, sino una defensa profunda de los valores con los que se hizo posible, pero en la Sala Orive, con poco más de media entrada, había sobre todo estudiantes veinteañeros a los que los ponentes hablaban de forma constante.
Se acercaba al mediodía y ya no eran más que espaldas inclinadas en pantallas por las que pasarían mensajes con abreviaturas o entretenimiento, conversaciones quizá con los mismos que allí estaban. Sólo cuando Juan Fernández-Miranda habló de que la transición acabó en 1982, cuando ganó el PSOE de Felipe González las elecciones, uno hizo un comentario: «Qué asco, illo». Quién sabe si todas las palabras sensatas que se dijeron podrán echar raíces en las cabezas donde ya han brotado como jaramagos los prejuicios.
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