PASAR EL RATO

La mancha de mayo

El botellón acabará adquiriendo autonomía de fiesta transversal

Patios conventuales de Córdoba: la flor que brota del soplo de Dios

¿De qué va a escribir hoy el señor?

—De lo de siempre, Jeeves, pero tratado con mala intención.

—No se lo aconsejo, sería una vulgaridad. Con mala intención se hace un mal artículo. Cosa distinta son los malos sentimientos, pero usted no ... puede valerse de ellos. No por virtud, por incapacidad. Y espero no haber molestado al señor con esta apreciación.

—Al contrario, Jeeves, me halagas. Gracias a los buenos sentimientos, el mundo…

—Están sobrevalorados, señor. Los buenos sentimientos únicamente sirven para evitarse los enojosos trámites de la venganza. Piense en el reciente apagón de España y las ventajas que para el Gobierno suponen los buenos sentimientos de los españoles, lo que en moral política se conoce como sumisión.

—Cuánto daño me ha hecho, amigo Jeeves, haber leído tanto a Wodehouse en mi juventud.

—Qué me va a contar a mí el señor…

—Córdoba, entonces, y hágase la luz sobre todos nosotros.

En mayo, Córdoba es un invento de los cordobeses. El resto del año guarda una personalidad honda, contenida, igualmente deslumbrante, que sus hijos van asimilando sin ruido. Pero en mayo, con la belleza estallándole por las costuras de la naturaleza y de la historia, pierde el control y deja que los cordobeses la traigan y la lleven. Debe de ser por la calor, «cuando los enamorados/van a servir al amor», para no desairar al romancero viejo. Y los cordobeses entran bulliciosos en su patria silente, la alborotan, la llenan de sí mismos hasta la exaltación. Ella lo aguanta todo, porque sabe que es sólo un mes, menudo mes. Por junio, sus fogosos hijos quedarán reducidos a esclavos del sol, y cada sombra ocupará de nuevo su lugar. Y que les quiten lo bailado, lo bebido, lo cantado, lo vivido. A quienes habría que quitar lo bebido es a los jóvenes botelloneros, que ensucian el paisaje de la fiesta. El botellón acabará adquiriendo autonomía de fiesta transversal del mayo cordobés. La fiesta del botellón, que participa en todas las demás y las estropea, llenando de manchas vinolentas su esplendor. Anochece sobre las Cruces de Córdoba, chispea, y un amotinamiento de jóvenes en expectativa de embriaguez avanza desde las Tendillas hacia Alfonso XII. Las campanillas de la ginebra tintinean en sus bolsas de supermercado. Cuenta este periódico que, en los dos primeros días de Cruces, la Policía Local puso cerca de 500 multas por hacer botellón. Más un ciento por aligerar de botellón el organismo en plena calle. Los bebidos y los desbebidos son el gran fracaso de Córdoba en mayo. Ni saben beber ni saben mear. Y si tampoco saben leer, ni siquiera les queda el consuelo literario de despertar de la resaca y decirse, con un verso del gran poeta cordobés Antonio Gala: «Arriba, corazón, y ponte triste». Para estar a la altura del botellón.

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