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PASAR EL RATO

El dueño de España

Sánchez, durante un acto público ARCHIVO
José Javier Amorós

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Ahítos del agosto sudoroso que murió, daremos hoy un paseo por los ásperos caminos de la pena nacional, que parten de la Moncloa. Este artículo también trata de Córdoba, de lo que le sucede a Córdoba a 400 kilómetros de distancia de ... su Ayuntamiento. Cuatro horas en los trenes de alta lentitud del ministro de Transportes, en los que cada viajero se monta con abanico y saco de dormir, por si hay que pasar la noche en Despeñaperros. De la Moncloa, la capital de la independencia catalana, vienen todos los males, y conviene que eso se sepa en Córdoba, donde vivimos demasiado confiados. Pedro Sánchez es el dueño de España. Con ella y de ella hace lo que quiere, mientras los españoles protestan sin convicción, pagan impuestos y toman el aperitivo. Resulta sarcástico que un hombre tan poderoso no sea un genio, sólo un tipo vanidoso y vulgar, carente de sentimientos y de conciencia moral. Él no puede ser consciente de todo el daño que está haciendo porque no conoce los escrúpulos. Podría suceder, incluso, que fuera inimputable penalmente por falta de humanidad. Para hacer el bien se necesita mucha más inteligencia que para hacer el mal. Para hacer el mal basta con dejarse llevar, y por eso escribió Ortega que «no hay maldad creadora». Sánchez es una mala persona enfática, como si alardeara de serlo. Ya que nos humilla y nos destroza la vida con su omnipotencia, podría, al menos, no ser jactancioso. Pero eso es como pedirle justicia a Conde-Pumpido.

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