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David Gistau

A tiro limpio

Montero, durante su intervención ayer Jaime García
David Gistau

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Después de dos horas de regañina, Irene Montero dijo de repente: "Voy a ir acabando". Fue posible escuchar entonces un grito de alivio que brotó de forma espontánea de los cronistas que atendían a la intervención por imperativo profesional más que por placer. Algunos de ellos habían ido saliendo de la tribuna del Hemiciclo ... afectados por el tiroteo, como soldados enviados a segunda línea a descansar. Les temblaban las manos del cigarro, pedían agua, querían volver a casa. En realidad, Irene Montero, de haber tenido un sentido del tiempo más clemente, podría haber retratado bien el perfil corrupto del PP con esa antología de opiniones inflamadas vertidas en el Comité de Salud Pública de la Sexta -el Père Duchesne de Ferreras- que constituyó la parte vertebral de su intervención. Su enumeración de las operaciones anticorrupción abiertas fue en ese sentido eficaz. Pero sometió a los presentes a una prueba de resistencia excesiva, inhumana. Y además exageró las hipérboles de la suposición de pureza de Podemos cuando asoció su partido a hitos históricos de los derechos civiles como Rosa Parks. Ese narcisismo redentor de Podemos, ese verse como los "desfacedores de entuertos" mesiánicos de nuestro tiempo -además de como los verdugos a lo Robespierre-, es la embriaguez mental por la que se vuelve autoparódico. Montero terminó citando al Machado de la España que muere y la otra que bosteza. Nos había dejado colocados en la que bosteza pero, con sólo cinco minutos más de discurso, habríamos sido transferidos directamente a la que muere.

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