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PP, una quiniela sin apostantes

De la facilidad sumisa del «dedazo», el Partido Popular ha pasado a una cruenta guerra civil sin prisioneros

Cospedal y Casado, en el Pleno del Congreso de los Diputados el pasado 4 de julio José Ramón Ladra
Manuel Marín

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La prevista inclinación de María Dolores de Cospedal hacia Pablo Casado no tiene por qué prejuzgar un trasvase automático de todos los compromisarios fieles a la exsecretaria general -algo más de un millar- hacia la candidatura del rival de Soraya Sáenz de Santamaría. En cierto modo, sería jugar con las cuentas de la lechera, y la repuesta a esa duda va más allá del «sí» o «no». Hay decenas de variables en el tablero en la medida en que, con Cospedal fuera del proceso sucesorio, la segunda opción del militante que simpatizaba con ella perfectamente puede ser encarnada por un compromisario fiel a Sáenz de Santamaría.

En este perverso sistema mixto de primarias con el que el PP se ha apresado a sí mismo no hay automatismos . La libertad de voto de cada compromisario en esta fase de unas primarias fuera de control prevalece sobre las instrucciones en bloque. Incluso, la coacción en este caso empieza a ser irrelevante , si no contraproducente para quien la practique. Hay cálculos razonablemente fiables que apuntan a 600 compromisarios aún indecisos a cuatro días del congreso.

Ello refleja una división absoluta que nunca se habría producido si el candidato «natural», Alberto Núñez Feijóo , hubiese aceptado presidir el PP. El reparto definitivo del voto de esos 600 delegados puede concluir con una diferencia mínima entre los dos aspirantes a la sucesión que nadie se atreve a calcular. El secretismo y la desconfianza mutua se ha instalado entre otros 500 cargos del partido que son compromisarios «natos», y ni siquiera comparten confidencias para no retratarse . Con un censo tan cerrado y opaco marcado por un silencio sepulcral, incluso entre amigos y compañeros de escaño, es imposible aventurar un ganador. Es una quiniela sin apostantes .

En lo que sí coincide, atónita, una mayoría de cargos del PP, es en el error de una campaña tan encarnizada entre Sáenz de Santamaría y Casado. No son reproches mutuos, sino una descalificación de fondo del proyecto que cada uno dice representar. Si no es antagónico, lo parece. De la facilidad sumisa del «dedazo», el PP ha pasado a una cruenta guerra civil sin prisioneros.

Por eso, quienes apelan a una lista de unidad previa, o a un acuerdo «por lo civil o lo criminal» que diría Luis Aragonés, solo están advirtiendo del riesgo real de una ruptura interna de incalculables consecuencias. Son dos los graves riesgos que corre el PP: la fragmentación , y la indefinición del proyecto político, porque aunque la mera simplificación de cuestiones complejas siempre provoca errores, lo cierto es que Casado defiende un PP tradicional de la derecha democrática, y Soraya un centro-derecha moderado y flexible. La confusión aún es total.

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