tras el saqueo, ocupación de fincas
El carro del «Gordo» atropella a IU
A Sánchez Gordillo le llaman «el Gordo» en su pueblo, Marinaleda, donde tiene montado una especie de koljós soviético
álvaro martínez
A Sánchez Gordillo le llaman «el Gordo» en su pueblo, Marinaleda, donde tiene montado una especie de koljós soviético desde hace treinta y tantos años que es puesto como ejemplo de la utopía de la justicia social de izquierdas, pero que en quince años apenas ... ha empadronado a un centenar de personas en un censo que ronda las 3.000 almas. Entre tanto, las subvenciones de las administraciones (central, autonómica y provincial) al pueblo del «Gordo» han crecido en ese tiempo un 560 por ciento. Y es que con un chorreo de dinero público uno puedo montar una Arcadia bien apañadita allí donde le plazca. En ese koljós es donde «el Gordo» planea los golpes de los últimos días para que le devuelvan los titulares que perdió hace dos décadas. Lo hace, eso sí, en el tiempo que le dejan libre sus viajes a la Venezuela chavista en first class para dar una charla y ponerle un sueldazo al jefe de la Policía Local, que cobra más que el presidente del Gobierno. Socialismo y orden, que decía Stalin. Ayer mismo, tras el asalto al Mercadona y al Carrefour para darle el botín a unos okupas, apoyó la toma de una finca del Ejército en Sevilla. Ahí sí es coherente, lo mismo se apropia de lo privado que de lo público. La «mangoleta» total, la apoteosis del trinque porque sí.
Pero aquí el problema no es el carro del «Gordo» ni su charlatanería post-soviética de todo a un rublo en una época en la que hay más comunistas en Marinaleda que en Moscú. Aquí el problema se llama Lara, Llamazares y Diego Valderas, el vicepresidente de Griñán, que dan la razón al estrafalario personaje y a su delincuencial estrategia. Mal que les pese a los tres, el saqueo y la ocupación de fincas o casas suponen, hoy por hoy, las únicas iniciativas prácticas anti-crisis que se han puesto en marcha desde las siglas de IU, donde proliferan los campeones del blablablá y los sermones (laicos, eso sí) sociales, a cuenta de una extraña superioridad moral de la que ellos mismos se ungen. Así que la solución es robar... Al final, el carro del «Gordo» les ha pasado por encima sepultando sus monsergas.
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