Pincho de tortilla y caña
Una galleta inevitable
«El socialismo español ha decidido abrazarse al nacionalismo radical y al extremismo»
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y algunos miembros de su Ejecutivo
Algún día, para entender lo que nos aguarda a la vuelta de la esquina, tendremos que volver la mirada sobre lo que ocurrió en el Congreso de los Diputados el jueves 3 de diciembre de 2020. Se votaban los Presupuestos. Sobre el papel imaginario, ... 188 diputados de 11 formaciones políticas distintas, el 53% de los miembros de la Cámara, rubricaron la propuesta del Gobierno. El banco azul estaba desierto . Los ministros, no se sabe muy bien si por desidia o por vergüenza, prefirieron mirar a otra parte. Gabriel Rufián proclamó el inicio de una nueva era. A partir de ese instante —dijo— Sánchez estaba obligado a pactar con el republicanismo independentista catalán y vasco si quería prolongar su condición de arrendatario de La Moncloa.
No se me ocurre otro modo más claro de proclamar el secuestro del poder ejecutivo del Estado. Lo que Rufián estaba diciendo, en otras palabras, es que el partido gobernante se había convertido en rehén del triunvirato —Iglesias, Junqueras, Otegui— que iba a marcar a partir de ahora el rumbo de los acontecimientos inmediatos . Quedó meridiano que el PSOE había entregado su alma, y la de toda la Nación, a los diseñadores de la liquidación de España. Pocas horas después empezaron a gorgotear las contrapartidas. Para empezar, los indultos. Tramitación exprés. Los políticos encarcelados tienen que estar en la calle antes de que se celebren las elecciones catalanas. Luego, lo de siempre. Pere Aragonés, el día 4, volvió a prometerle a su clientela, para acallar las protestas por la revocación del tercer grado a los líderes del procés, la ley de amnistía y el referéndum de autodeterminación. Si alguien creía que iba a haber tregua después de haber cruzado el Rubicón presupuestario, que abandone toda esperanza. Los «indepes» no tienen ninguna intención de levantar el pie del acelerador. Necesitan seguir debilitando el tono muscular del Estado para hacerse con la victoria final cuando llegue la batalla definitiva.
Pero el 3 de diciembre, en el Congreso de los Diputados, asistimos a algo más que a la presentación de Pedro Sánchez como rehén del separatismo catalán y vasco. Después de Rufián se levantó Echenique, en sentido figurado, y dio a conocer el itinerario ideológico que figura en el mapa del Gobierno: ley de eutanasia, ley trans, memoria histórica, desmantelamiento total de la reforma laboral que aprobó el PP… Suma y sigue. Mientras desgranaba el catálogo de las iniciativas políticas que aguardan en el horno de la coalición, paseaba la mirada por la bancada de la derecha con indisimulada altanería. A Casado, a Abascal y a Arrimadas les pidió que no se vinieran abajo demasiado pronto porque solo había transcurrido el primer año de un nuevo orden que estaba llamado a durar varias legislaturas.
Hablaba con tanto convencimiento que resultaba inevitable atribuirle al pacto suscrito por los socios de Frankenstein algo parecido a un rito de sangre. No se estaba refiriendo a una coyunda pasajera. La sesión parlamentaria, como un relámpago nocturno, iluminó la escena de lo que nos aguarda durante los próximos años. Ya no hay duda: por razones inexplicables, más allá de la de seguir refocilándose en el poder a cualquier precio, Pedro Sánchez ha elegido como escoltas de su Gobierno a quienes trabajan, por un lado, para acabar con la idea de España, y a quienes quieren, por el otro, llevar al país a la orilla del nuevo comunismo. Y lo peor de todo es que se trata de una decisión voluntaria. Nada le obligaba a pastorear esa cuadrilla.
El socialismo español, cada vez más alejado del modelo que siguen sus homólogos europeos, ha decidido abrazarse al nacionalismo radical y al extremismo ideológico. No hace falta ser un lince para saber adónde nos lleva el final de esta aventura: polarización máxima, anemia institucional, colonización de los mecanismos de control del sistema democrático, deterioro social y colapso económico. Aunque Sánchez quisiera rectificar al borde del abismo, la inercia de su apuesta disparatada acabaría haciéndole cruzar el punto de no retorno. Pincho de tortilla y caña a que de esta galleta no nos libra ni la caridad.
Noticias relacionadas