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Días de tormenta

El problema no es solo la complicidad con los herederos de ETA, sino la creciente capacidad de Iglesias para arrastrar a los socialistas a un extremo del tablero

Presidente y vicepresidente del Gobierno, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias
Luis Herrero

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Algunos optimistas irredentos piensan que la coalición entre el PSOE y Podemos está dando las últimas boqueadas. Esta semana de nada se ha hablado más, en las galerías madrileñas de los susurros, que de la bronca entre unos y otros. El último asalto de ... la batalla intestina empezó con la llegada de Bildu a la sala de máquinas del Estado. Buena parte del Gobierno se estremeció. Sánchez tuvo que tranquilizar por carta a la militancia de su partido después de haber mandado callar a los barones inquietos. El problema no era solo la complicidad con los herederos de ETA, sino la creciente capacidad de Iglesias para arrastrar a los socialistas a un extremo del tablero. El líder podemita ya no pastorea solo a sus 35 diputados, sino a los 53 que resultan de la suma Podemos, Bildu y Esquerra. Con esa guarnición ha impuesto su ley. Primero expulsó a Ciudadanos de la reja de los requiebros presupuestarios y luego trató de descoser algunos de los acuerdos que ya estaban hilvanados con el sector moderado del hemiciclo. De ahí la enmienda, en comandita con sus triunviros, a la prohibición de los desahucios. Andoni Ortuzar, presidente del PNV, le puso voz al anhelo de muchos socialistas. «Si yo fuera el presidente del Gobierno —dijo— pegaría un puñetazo en la mesa». La chulería de Iglesias, en efecto, había llegado demasiado lejos y urgía frenarle en seco.

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