La Guerra de la Independencia
Tres figuras capitalizan esta memoria mítica. En primer lugar,Manuel Godoy, el mito del traidor. Un escalador social y político, sin demasiados escrúpulos, sin miedos en un horizonte cargado de miedos
Tres figuras capitalizan esta memoria mítica. En primer lugar,Manuel Godoy, el mito del traidor. Un escalador social y político, sin demasiados escrúpulos, sin miedos en un horizonte cargado de miedos hacia los cambios que se anunciaban en pleno crepúsculo del Antiguo Régimen. Admirado y ... halagado hasta el éxtasis por no pocos intelectuales que creyeron ver en él la ilusión del cambio necesario y posible, no traumático, aportó, de entrada, su condición de homo novus, no contaminado por la lucha de clanes políticos, en tanto que apoyó su poder en la capacidad de fascinación personal que ejerció sobre los reyes Carlos IV y María Luisa. Si detrás de esa fascinación había sexo o no, es, en el fondo, históricamente irrelevante (.). Desde 1800 la admiración hacia el hábil escalador se troca en envidia y resentimiento, fundamento del mito de traidor, mito resplandeciente en 1808, y del que participaron conservadores y liberales. (...) Su política concesiva hacia Francia,con o sin intereses particulares de por medio, devino en desastres como Trafalgar y sus conflictivas relaciones con el infante Fernando, que se plasmaron en la confusa Conjura de El Escorial, y acabaron por poner en evidencia ante la opinión pública el auténtico perfil moral del personaje. (.) Y como en el 711 con el conde don Julián, ante un cambio decisivo en la historia siempre viene bien inculpar a alguien del sufrido papel de traidor. Permite la exculpación colectiva por el marasmo sufrido. (...) Godoy es que vivió mucho y tuvo tiempo y medios para contar su propia versión de la historia, para redimirse, en definitiva, de la tal etiqueta. (.)
El segundo mito personal es el de Napoleón(.) la imagen del corso tuvo su momento dulce, sobre todo de 1796 a 1808. Era entonces para la opinión pública española un tipo fascinante. (...) Los conservadores lo valoraban porque pensaban que acababa con los miedos generados por la Revolución francesa. Los primeros liberales glosaban su figura porque veían que era el albacea testamentario de las conquistas de esa misma Revolución. Para todos ellos era la demostración de que los nuevos tiempos permitían que un tipo salido de la nada llegara a donde llegó Napoleón, sólo fundamentándose en su genio militar. A partir de 1805 empezaron los primeros temores hacia la estrella emergente, temores que fueron creciendo en intensidad hasta 1808. (.) ¿La invasión de España fue preconcebida mucho antes de la Conjura de El Escorial o fue un puro ejercicio de explotación sobre la marcha de una querella familiar? (...) A luz de la capacidad de improvisación de Bonaparte, es posible que todo se decidiera un tanto precipitadamente. (.) ¿Fueron creíbles sus pronunciamientos regeneracionistas respecto a España? En su tiempo sólo lo creyeron los afrancesados, pero es muy posible que, en esto, fuera sincero. Regeneracionista, eso sí, desde el paternalismo, el complejo patente de superioridad frente a unos españoles de los que tenía la penosa imagen que los viajeros franceses barrocos e ilustrados habían dado. A la postre le perdió ese imaginario. Le fascinó mucho, por otra parte, la frontera americana, la creencia en El Dorado del Nuevo Mundo y la rentabilidad que él le podría sacar al mercado atlántico. El sueño colonial. (.) acabó en Santa Elena, consciente de que la guerra de España fue su gran error, el abismo cubierto de flores.
La historia de José I, del hermanísimo, es la de la lucha imposible de la realidad contra el tópico, (...). Nunca pudo superar el estigma de rey impuesto ni hacer creer sus buenas intenciones y sus capacidades de buen rey al margen de su hermano. Enfrentado a éste por sus constantes demandas de dinero y por su oposición a los planes de fagocitación de parte de España por Francia, acabó solo. (...) Pudo rehacer su vida en Estados Unidos realizando, de alguna manera, el sueño americano del hermano, y fue el Bonaparte más feliz de toda su familia, fuera del escenario de representación que le tocó vivir.
El tercer mito personal es Fernando, como príncipe, un mártir;como rey, el Deseado. Su condición de mártir le vino como hijo de su desnaturalizada madre. Aunque nunca se llegó a convertir a ésta en una Mesalina, la opinión de 1808 se acercaba a este arquetipo. (.) Del mito del príncipe mártir se pasó sin transición al del rey Deseado. (.) La Restauración supondría la gran decepción. El descubrimiento del auténtico Fernando. Sus víctimas en 1814 y 1823 sufrieron dolorosamente las consecuencias de la caída del mito que, sin embargo, no fue del todo enterrado. (...)
Si la gestación de la guerra generó mitos adscritos a personas, el desarrollo de la misma traslada el imaginario mitificador a colectivos de muy distinta naturaleza. El punto de partida de la guerra se sitúa en un día, el 2 de mayo, que se carga de connotaciones simbólicas. Aquel lunes primaveral de Madrid se elevó a los altares, ya desde muy pronto, como el día por excelencia de la gran explosión popular contra los franceses. La consagración de un punto de partida y no un punto de llegada como el 11 de septiembre de 1714 para los catalanes. La construcción del mito fue compulsivamente rápida y pronto se irá rellenando de advocaciones institucionales, monumentales y cívicas. (.) La realidad, como suele ocurrir, fue mucho más mediocre. Un motín en el que confluyeron diversas vías conspirativas y en el que no faltó la propia intencionalidad de los franceses en generar una imagen caótica de anarquía capitalizable por Napoleón que tenía, en ese momento, a los reyes secuestrados en Bayona. (...)
El impacto nacional del levantamiento y la represión subsiguiente fue muy grande, y el movimiento social se extendió con increíble rapidez en buena parte del territorio español, a caballo del vacío de poder abismal en el que la monarquía española había dejado el país.
¿Cuál fue la naturaleza del levantamiento a escala española? Es difícil condensar la pluralidad de expresiones del levantamiento y sus secuelas juntistas en una homogénea explicación. (.) Hubo, sí, entre tantas variantes diferenciales, algunas constantes. El miedo y la irracionalidad de muchos comportamientos, por ejemplo. O una estela de asesinatos nada dignificantes (...). Mucho oportunista sin escrúpulos, muchas tensiones sociales de amplio calado que se vehiculan a través de cauces salvajes, triste avanzadilla de muchos dramas históricos vividos en nuestro país a lo largo de los siglos XIX y XX. Ni la ingenua tesis de la espontaneidad revolucionaria de cierta historiografía liberal ni la amargada tesis de la conjura sugerida por cierta historiografía conservadora sirven de explicación suficiente para un fenómeno social tan complejo. (.)
El análisis de la trayectoria de la guerra nos introduce en la mitología propiamente bélica. Los protagonistas y sus amigos. Los primeros son tres: soldados regulares, guerrilleros y resistentes a los sitios. La épica del patriotismo se asienta sobre este triple pivote. El primero nos conduce al mito del militarismo español, de las capacidades efectivas reales de los ejércitos españoles, tema últimamente replanteado por Kamen al referirse al Imperio español de los siglos XVI y XVII y sus recursos militares. Hay una tradición liberal de amplio eco muy dada a minimizar y devaluar, a veces de manera caricaturesca, las insuficiencias militares españolas. (...) El divorcio del ejército y la sociedad liberal se fraguó precisamente durante la guerra de la Independencia. La priorización de la guerra o de la revolución generó múltiples desgarros ideológicos. La realidad, a la hora de valorar la situación objetiva del ejército regular,es que, aun con todas sus limitaciones, que fueron muchas (la guerra se hizo como se pudo, nunca como se debía, ha dicho Cassinello), demostró una permanente voluntad de resistencia que han reconocido hasta sus más beligerantes críticos y, desde luego, fue culpable sólo relativamente de las precariedades que le caracterizaron. (.)
La guerrilla, frente al mito de la torpeza o carencias del ejército regular español, ha sido sublimada tradicionalmente como la gran aportación española, el órdago hispánico que permitió ganar la guerra a los franceses. La guerrilla constituye un fenómeno muy plural y de incidencia muy variable. Diversidad sociológica, estímulos diferentes, número de componentes por partida muy distinto, efectividad hábilmente hiperdimensionada por los medios, destinos políticos dispares (del conservador Merino al liberal comprometido Empecinado pasando por las dudas del, a la postre, liberal Espoz y Mina). Demasiado ruido periodístico el de las guerrillas (...) La devaluación del mito se impone.
El tercer brazo del patriotismo militar lo constituye la defensa heroica ante los sitios urbanos. Una larga tradición de literatura resistencial respalda esta épica. La conexión con Numancia y Sagunto era inevitable. Como casi siempre, dos ciudades también (Gerona y Zaragoza) serán las principales protagonistas, aunque no sólo los sitios tuvieron por sitiadores a los franceses. Ahí está, por ejemplo, el sitio de San Sebastián por los ingleses. Los héroes (...) son siempre los ciudadanos resistentes, el colectivo de defensores, pero no pocos nombres propios afloran sobresaliendo de la colectividad. Un militar frustrado, gris como Álvarez de Castro, obsesionado por la ocasión que la resistencia de Gerona le ofrecía de redimir su mediocre currículum militar. Un soldado afortunado como Palafox con enorme olfato publicitario que, desde que inopinadamente los aragoneses lo elevaron a la cabeza de su junta, creyó que la historia estaba con él (...).
Y las mujeres. Nunca éstas habían tenido el protagonismo personal que tuvieron en los sitios. En especial, Agustina de Aragón. Una catalana emigrada a Aragón, de vida familiar desgarrada, que hizo del heroísmo coyuntural una carrera profesional como militar y una carrera mediática como heroína ante la historia, hasta convertirse en símbolo no sólo de la glorias nacionales, sino de cierto feminismo que anticipa la liberación de la mujer emergente.
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