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300, una cifra incómoda

El aclamado «fin de la violencia» etarra arrastra la negra «cara B» de tres centenares de asesinatos pendientes de resolución judicial. Las víctimas velan para que no queden impunes

300, una cifra incómoda JOAN LLADÓ

BLANCA TORQUEMADA

Capilla ardiente en el Palacio de la Almudaina . Ante los dos féretros, y desde la sima de su dolor, Antonio Salvá ya supo que la justicia era la exigencia irrenunciable. ¿Perdón? ¿Reconocimiento del daño causado? ¿Por parte de quién, cómo y ... para qué? Las palabras pueden ser una impostura, no tienen consistencia; las sentencias, sí. El padre del joven guardia civil Diego Salvá miró los ataúdes de su hijo y de Carlos Sáenz de Tejada , envueltos en la bandera nacional, y se dijo que en ese sudario patriótico tenía que haber una necesaria contrapartida: la de que los asesinos fueran detenidos, juzgados y encarcelados. Sin embargo, han pasado dos años y su espera ha sido, por ahora, estéril. Los etarras autores del último atentado mortal de ETA en España, perpetrado en la localidad mallorquina de Calvià en agosto de 2009, aún no han sido identificados. Y ahora el comunicado de la banda de «fin definitivo de la violencia» proyecta inevitablemente sobre las víctimas la sombra de una posible impunidad de los crímenes sin resolver, de ese aterrador cómputo de trescientos asesinatos etarras en los que no se ha hecho justicia.

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