La tentación de anticipar elecciones: estrategia en Andalucía, rutina en Cataluña

Eran los tiempos de «la pinza». Chaves, -con 45 escaños frente a los 41 del PP de Javier Arenas, 20 de la IU de Luis Carlos Rejón y 3 del Partido Andalucista (PA)- argumentó entonces el bloqueo parlamentario de los dos grandes grupos de oposición para jugársela en unas elecciones prematuras. Y funcionó: ganó peso mejorando sus resultados, aunque durante los siguientes ocho años tuvo que gobernar en alianza con el PA.

Sea cualquiera de las fechas que se barajan -bien el 22 de marzo o el 27 de septiembre- si Susana Díaz decide llamar a los andaluces a votar este 2015 habrá consumido buena parte del periodo natural en la Presidencia que heredó de José Antonio Griñán , que para desbancar al PP de su victoria (50 escaños) y lograr el poder hubo de sumar los 47 diputados conseguidos el 25 de marzo de 2012 a los 12 de la IU liderada por Diego Valderas. Así, de elegir la actual jefa del Ejecutivo Andaluz marzo para el adelanto, la legislatura habrá durado tres años menos tres días y de decantarse por septiembre, habrá alcanzado a los tres años, seis meses y dos días.

Mayor precipitación han demostrado ya en Cataluña el tándem formado por Artur Mas (CiU) y su socio en el camino del independentismo Oriol Junqueras (ERC), atados por un pacto alcanzado tras la legislatura más corta en esa región -la que fue del 28 de noviembre de 2010 al 25 de noviembre de 2012, dos años menos tres días- y que ha dado pie a otra legislatura efímera de dos años, diez meses y dos días. Es la que terminará con los comicios anunciados el 27 de septiembre de 2015. En Cataluña, el territorio donde menos se han respetado los tiempos normalizados que establece la legislación electoral, Jordi Pujol también anticipó en cuatro meses las elecciones en 1995 y Pasqual Maragall en casi un año en 2006, año en el que José Montilla, del PSC, formó tripartito con Esquerra e ICV.

Pero para dar con la legislatura autonómica más breve no hay que irse tan atrás, si no al 25 de marzo de 2012 en que Francisco Álvarez Cascos recurrió a aquello de la «pinza» y de una supuesta conspiración entre PP y PSOE para someterse al juicio de las urnas -y perder- solo diez meses y tres días después de haber logrado un ajustado triunfo para su partido, Foro Asturias. Semejante episodio es el paradigma del gobierno fugaz, aunque siempre con el permiso del rocambolesco episodio que en la Comunidad de Madrid obligó a convocar por dos veces comicios en 2003 (el 25 de mayo y el 26 de octubre) después de que dos diputados socialistas electos se dieran al transfuguismo y constituyeran una nueva formación política que impidió la investidura de Rafael Simancas, del PSOE, como presidente.