diez años del 11-M
Aprender a vivir con la tragedia
Algunos de los que perdieron el 11-M a sus seres queridos prefieren olvidar. Otros, los supervivientes hablan «para que no se olvide»
m. ruiz castro
Madrid se quedó muda. El silencio tras el más estruendoso de los ruidos. Diez años después, la estación de Atocha parece haber recuperado sus sonidos. Pero siguen sin salirles las palabras a muchos de los que aquel 11-M fueron sorprendidos en los trenes de ... la muerte. Aquella explosión fue un pellizco en el alma que para algunos no ha acabado de soltarse. Sobre todo, para quienes perdieron a seres queridos: ni siquiera el tiempo les devuelve la voz. Algunos se marcharon de Madrid o no han vuelto a montar en tren. Por eso siguen mudos; prefieren olvidar. Otros hablan «para que no se olvide».
El maldito calendario siempre acaba recalando en el 11 de marzo. Y ya van diez. Entonces empiezan las llamadas de familiares, las menciones en televisión... «Uno lo recuerda cada día, pero volver a ver las imágenes...», señala Florentina. Otras veces ha contado a la prensa la historia de Ángelica, su hija, que falleció en uno de los trenes; esta vez su marido le ha pedido que intente desconectar.
Ángel, uno de los que puede contarlo, se prometió estar en Atocha cada año a la misma hora. Lo hizo en 2005, pero el homenaje no le gustó. En 2006 se dedicó a hacer cursos de informática, a tener otra cosa en qué pensar. Luego se unió a una asociación de víctimas y comenzó a acudir a los actos que se organizaban. «Son días complicados. Pero estoy aquí. No tengo derecho a quejarme», asegura. La ayuda psicológica le sirvió para aprender a vivir con la tragedia, pero no para olvidarla, porque tampoco quiere. No importan los años que pasen.
Los recuerdos se activan al ver un tren o una explosión a miles de kilómetros en televisión. «Siempre me acuerdo de los que estaban allí y no salieron. Hay cosas que no se pueden cambiar. Cuando caigo un poco en depresión me lo repito», dice Víctor, otro de los supervivientes. Han pasado diez años, sí, pero cada 11 de marzo Madrid vuelve a quedarse muda. Porque recuerda que tiene 192 voces menos.
Un atentado contra la sociedad
Isabel PermuyÁngel de Marcos
A Ángel de Marcos le diagnosticaron el año pasado una de las llamadas enfermedades raras, sin tratamiento ni rehabilitación. Ha duplicado y mutado un gen que le destruye el sistema nervioso. A sus 45 años, la enfermedad avanza, voraz, por sus brazos y piernas. Comenzó con unas caídas y «el final puedes imaginar cuál es», indica. Los especialistas le explican que una situación extrema de estrés pudo provocar esa mutación. Y la suya fue el 11 de marzo de 2004. «Hay que echársela a la cara y seguir», dice, algo tristón pero sin perder el sentido del humor.
Ángel llevaba diez años en silencio. Un silencio que sólo se rompía para hablar con Carolina, su psicóloga, y con los miembros de la Asociación 11M Afectados por el terrorismo, a cuya junta directiva pertenece. Es la primera vez que decide contar en el altavoz mediático lo que le ocurrió en Atocha, algo que recuerda «segundo a segundo». Vio la primera bomba. La segunda lo vió a él. «No sentía dolor, veía el polvo negro pero no oía», afirma. Pero se quedó a echar una mano.
Cada aniversario de la fecha lo ha vivido de forma distinta. Al principio, ni siquiera sus vecinos sabían que él había estado allí; lo ocultaba. En el primer aniversario se prometió estar en Atocha a la misma hora, pero el homenaje que se hizo no le gustó. El segundo aniversario lo pasó haciendo cursos de informática, intentado desconectar. «Ya se pasó», pensó al final del día. Una vez en la asociación, comenzó a apuntarse a los actos que se organizaban. «Son días complicados. Pero estoy aquí. No tengo derecho a quejarme en absoluto», asegura. La ayuda psicológica le sirvió para aprender a vivir con ello, pero no para olvidarlo, porque tampoco quiere. No importan los años que pasen.
No tardó en volver a montar en tren. Pero al principio subía y bajaba cada dos horas, se ponía muy nervioso, vigilaba que nadie dejara una mochila olvidada en el vagón y se quedaba siempre de espaldas al andén 2. «Carolina, hay vida en la estación, hay hasta pajarillos», le decía a su psicóloga. «Los ha habido siempre, pero tú no los querías ver», asegura que le respondía, entre risas.
La primera vez que entró en la asociación, a finales de 2004, vio «muchas luces». Se olvidó de la avergüenza cuando vio que otros sentían lo que sentía él, eso que ni siquiera su familia podía entender. «La palabra víctima no me gusta. Yo no soy víctima de nada», dice, convencido. «No me termino de acostumbrar. Me dieron el título de ilustrísimo. ¡Qué tontería! ¿Por qué he sobrevivido a un atentado? Vamos a ayudar a la gente que le hace falta y vamos a dejarnos de florituras». Va masticando la terminología, pero no termina de tragarla.
«Se ha intentado pasar la página rápido este atentado e incluso borrarlo de la historia. Pero eso sería matar a sus 191 víctimas dos veces», asegura, hablando ahora también por la Asociación. El quién, el cómo y el por qué para él están resueltos tras el juicio. «La gente está harta, hastiada. No es que se haya cansado de nosotros. Se te hincha el pecho cuando recibes el cariño de la gente. Pero todo el mundo piensa que no se sabe todo. Es lo que las estrategias de algunos han conseguido», se lamenta.
«Este atentado fue contra la sociedad española. A mi no me conocían. Somos los que pagamos el precio del resto de la sociedad. De mis heridas, una pequeña parte es de cada uno de nosotros», explica.
Una masacre inigualable
isabel permuyVíctor Muntean
Hace seis años. Andén de Parla. Dos mujeres no quitan los ojos de encima a Víctor Muntean. Una de ellas se atreve a acercarse. «Tú me dijiste que me tumbara». Los ojos azules del médico moldavo buscan entre los rasgos de la mujer, sin éxito, algo que le sea familiar. «Yo estaba junto a las escaleras y me dijiste que no me moviera, por si mi lesión de espalda era algo medular». Ahora ya sabe de qué le está hablando. Puede que la decisión de Víctor le salvara la vida, pero él ni siquiera recordaba su rostro, uno de los casi medio centenar a los que atendió en la zona cero de Atocha en marzo de 2004.
Se pone colorado, nervioso, no quiere reconocimientos. «Los médicos somos diferentes de los demás. Es nuestro deber», afirma. Cuando se formó en la Unión Soviética, el decano de la Universidad les dijo desde la tribuna: «Desde hoy no sois hombres y mujeres; sois médicos», unas palabras que siempre recuerda.
Víctor es uno de los héroes desconocidos de Atocha. Sin medallas ni reconocimientos. Ni siquiera el de víctima. La primera vez que fue a la oficina rechazaron su solicitud. Víctor se marchó y nunca volvió. Las molestias que tiene ahora en el oído le hacen pensar que quizás debió intentarlo de nuevo.
La bomba que nunca llegó a explotar estaba a tres metros de él, en su mismo vagón. Tuvo suerte. Tras la primera explosión se ocultó bajo una escalera y esperó. Sospechaba que habría más. Cuando llegó el silencio decidió actuar. A su lado yacía una mujer y otra gritaba. ¿Qué puedo hacer por ellos? La mujer, Raquel, perdió la pierna. Cuando Víctor se valió de los cordones de los zapatos que encontraba para hacerle un torniquete, Raquel lo agarró del pecho y le gritó: «Dame mi pierna, devuélvemela». Atendió a casi medio centenar de personas; muchos ni lo saben. Tras la media hora que pasó atendiendo a todo el que se cruzaba, llegó la asistencia sanitaria. Al principio pensaron que estaba robando. «¡Médico, médico!», les gritó. Y una vez aclarada la situación, dio instrucciones a los sanitarios.
Su primer pensamiento no fue sobre sí mismo, o sobre su familia. Se acordó de su mochila, la que usaba cuando trabajaba en Moldavia, y de la cantidad de morfina y antibióticos que siempre llevaba. «Cuando quieres ayudar y no tienes con qué es más duro», repite.
Sobre las diez de la mañana, llamó a su mujer para preguntarle cómo llegar hasta Alcobendas, a su puesto de trabajo. Se dio cuenta de que todos lo miraban. Estaba cubierto de sangre. Intentó lavarse en la fuente de Plaza de Castilla, ante la mirada atónita de los transeúntes que comenzaban a oir en la radio las primeras noticias de la masacre. Al llegar al trabajo le preguntaron qué le había pasado: «Nada… Estuve en Atocha», respondió. «¿Qué necesitas?», le dijo su jefe. Una copa de vino, para calmar los ánimos, es lo primero que pidió.
Llevaba dos meses en Madrid, recién llegado de Moldavia. «Jamás había visto una masacre como esta», dice, pese a su experiencia como oficial en las Fuerzas Armadas Soviéticas en Afganistán. Los recuerdos se activan solo al ver un tren o una explosión a miles de kilómetros en televisión. Nunca recibió asistencia psicológica. «Siempre me acuerdo de los que estaban allí y no salieron. Hay cosas que puedes cambiar y otras que no, por eso siempre hay que vivir con lo que se tiene. Cuando caigo un poco en depresión me lo repito».
Su hijo mayor, Víctor, estaba en Moldavia cuando su padre salvaba vidas en Atocha. Cuando supo lo ocurrido escribió un poema. Lo leyó en clase, y su profesora le dijo: «¡Tu padre es un héroe, mira todo lo que hizo!». Víctor hijo le restó importancia: «Mi padre es así… No podría haberlo hecho de otra manera. Así es como es».
Triste, como el país
isabel permuyJuan Antonio Díaz
Juan Antonio Díaz sólo estuvo en Atocha algunos segundos. O, al menos, eso es lo que recuerda. Una amnesia traumática ha borrado aquel día. «Estaba en el andén. Recuerdo un sonido, un ruido muy grande, lejano. Todos nos quedamos mirándonos, ‘¿qué pasa? ¿qué pasa?’. Y desperté en el hospital». Cinco días más tarde. No hay recuerdos de los cientos de velas rojas que inundaron la estación los días posteriores. De los miles de paraguas que salieron a las calles mientras el cielo de Madrid lloraba. Han pasado diez años, y aún le quedan secuelas. Las físicas no van más allá de unas gafas y una cicatriz en el ojo izquierdo. Pero las psicológicas… de esas no cree que llegue a librarse nunca. «Mi estado anímico no ha mejorado nada, normalmente no tengo demasiado ánimo».
«Todo lo que ocurrió allí, asociarlo con lo que te pasó después no tiene sentido», reconoce. Pero piensa que fue el punto de inflexión que marcó un antes y un después en su vida. Lo despidieron de su empleo en 2009. Ahora se ha apuntado a la universidad de mayores, algo que siempre quiso hacer.
«El 11M me marcó y ha contribuido a que mi estado de ánimo sea peor frente a todo lo que me ocurrió después. Estoy un poco como el país, un poco triste», señala.
Vivir para contarlo
isabel permuyTania Torres
Tania Torres perdió el conocimiento tras sentir el impacto. También perdió un diente y parte de la audición. Y muchos recuerdos. «No sé ni cómo salí de ahí». Gente que chillaba y le pedía que abriera una puerta, ruido de cristales. Pero los recuerdos que aún conserva.. esos no los va poder olvidar nunca.
Las imágenes le vienen a cabeza como si fuera ayer. La llamada de su hermano mientras ella pedía ayuda desconsolada sin saber qué había pasado, ni siquiera dónde estaba. La siguiente llamada, de su cuñado, la atendió el taxista que la llevaba al Hospital Clínico mientras le sangraban la boca y los oídos. La fecha llega cargada de pena —«madre mía, un año más»—, pero también de agradecimiento «porque una lo puede contar». Tania cree que Dios le dio otra oportunidad para valorar más las cosas.
Hace poco más de una semana Tania volvió a Atocha. Lo había estado evitando. Asegura que le impresionó ver aquellas escaleras por las que un día pudo salir del infierno, ésas que no recuerda. «Mi vida cambió en ese momento. Tuve una segunda oportunidad. Valoro más las cosas, vivo día a día sin pensar lo que me puede pasar mañana, porque hoy estoy bien pero mañana no sé cómo estaré». Porque la vida sigue. Lleva haciéndolo diez años.
Aprender a vivir con la tragedia
Noticias relacionadas
- «El 11-M fue una venganza por los golpes de España al yihadismo; Irak, el pretexto»
- Interior condecora a las víctimas del 11-M
- El Gobierno ha destinado 318,2 millones a las víctimas del 11-M
- «El 11-M fue una venganza por los golpes de España al yihadismo; Irak, el pretexto»
- «La salida de Irak dio la imagen de que se cedía al chantaje terrorista»
- Los Reyes presidirán en La Almudena el funeral en recuerdo de las víctimas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete