La muerte circulaba a 190 por hora hacia Ferrol
El reloj de España se detuvo a las nueve menos cuarto de la noche del miércoles, cuando un tren descarrilaba a pocos kilómetros de Santiago. De momento, 78 personas han muerto, aunque hay 31 heridos en estado crítico. Esta es la historia de una tragedia que nunca debió ocurrir
PABLO MUÑOZ
«Descarrilé, qué le voy a hacer... ¡Somos humanos! Si hay muertos caerán sobre mi conciencia». Pocas veces unas frases resumen mejor una tragedia. Francisco José Garzón, de 52 años, maquinista del Alvia 151 que a las tres de la tarde del pasado miércoles salió ... de la estación de Chamartín, las pronunció nada más descarrilar a 190 kilómetros por hora en Angrois , a apenas cuatro kilómetros de la estación de Santiago de Compostela, cuando aún estaba en la cabina del tren. Eran las nueve menos cuarto de la noche. Estaba en estado de shock, sí; pero el detalle de que aún no conociera las consecuencias del accidente hace mucho más espontáneas y creíbles sus primeras explicaciones. Mientras, al menos 78 familias aún no han despertado de la pesadilla y 31 más solo rezan (o sueñan) que sus allegados, aún en estado crítico, puedan vivir para contarlo.
Cinco minutos de retraso
El Alvia 151 había sido configurado, como cada día, para que pudiera llegar a circular a 200 kilómetros por hora. Si los superaba actuaría el sistema ASFA, presente en toda la vía, que frenaría la unidad. Era, por tanto, el máximo permitido. Por supuesto, como bien sabía el maquinista, eso no quería decir que tuviera que ir siempre rozando esa velocidad, ya que debía atender al cuadro de velocidades y al libro itinerario, que marcan los límites en cada tramo. Así lo hizo la mayor parte del trayecto.
El viaje transcurría con absoluta tranquilidad. Se iba con un cierto retraso, de apenas cinco minutos, nada preocupante ni para el maquinista ni para los pasajeros . El destino ya estaba muy próximo y muchos de ellos se preparaban para disfrutar de unas fiestas esperadas todo el año. En el kilómetro 84,200, Francisco Javier Garzón recibió en cabina la última comunicación del sistema ASFA, un semáforo en verde que indicaba vía libre. Según los ya citados cuadros de velocidades máximas y el libro itinerario, a partir de ese momento tenía que haber comenzado a reducir la velocidad. Pero no lo hizo, a pesar de conocer perfectamente la línea y saber que la «zona de integración urbana», en la que la velocidad máxima está fijada en 80 kilómetros por hora para preparar la entrada en la estación del convoy, estaba a solo cuatro mil metros.
En ese momento, los viajeros no advirtieron nada extraño. Sin embargo, cuando el tren entró en el túnel que precede a la curva de Angrois algunos se percataron de que esa velocidad era anormal. De pronto, nada más salir a campo abierto, todos los vagones comenzaron a vibrar. Maletas y objetos que estaban sobre las mesas comenzaron a caer. Décimas de segundos después el horror más absoluto se apoderaba del Alvia. «Pude salir del tren, cojeando, y cuando aún estaba en las vías un familiar me abrazó y me llevó a un hospital . No sé cuánto tiempo pasó», añade la testigo. «Intentaba moverme y no podía, porque estaba aprisionado por cadáveres», explica otro pasajero que pudo salir con vida. «Notaba peso en las piernas, y al mirar vi que estaba debajo de un cuerpo», dice un tercero.
Convoy híbrido
Los primeros vagones en descarrilar en la curva fueron el segundo y el penúltimo, precisamente los de más peso –«los mulos», en el argot– al tener el motor diésel que actúa cuando no hay catenaria. «Si el tren no hubiera sido híbrido; es decir, adaptado a ambas circunstancias, es posible, incluso, que no hubiera descarrilado» , sostienen las fuentes consultadas. Luego, el resto fue cayendo uno tras otro, hasta que el conjunto de fuerzas hizo que uno de ellos saliera despedido a nueve metros de altura hasta caer sobre la plaza que pocas semanas antes había acogido las fiestas de Angrois. Hubo destrozos en la catenaria y el combustible ardió, levantando una columna de humo…
Los vecinos del lugar se preparaban la tarde-noche del miércoles para celebrar la fiesta de Santiago. Al contrario de lo que había sucedido en las últimas semanas, el tiempo había refrescado y amenazaba lluvia. Por eso, la mayoría estaba en sus casas, esperando que el Santo Patrón diera una tregua para celebrarlo como se merece. De pronto, un enorme estruendo, que algunos describen como «una explosión». Todos salieron a la calle; los que estaban en condiciones físicas para hacerlo bajaron a la vía para ayudar. Tuvieron que romper una valla metálica con sus manos para poder llegar hasta allí. No había tregua...
Ambulancias improvisadas
Las mujeres prepararon mantas y se improvisaron camillas. Los coches particulares hacían las veces de ambulancias improvisadas rumbo a los hospitales. Era solidaridad en estado puro, generosidad sin límites ante el espanto. Llamaron a los servicios de emergencias. Algunos cuentan que al principio a su interlocutor le costaba creer lo que contaban…
Francisco José Garzón, el maquinista, también ayudó a rescatar a las víctimas , aunque recibía llamadas de teléfono que debía atender mientras deambulaba acompañado por un policía. Estaba herido leve y su cabeza no podía asimilar lo sucedido. A su alrededor se iban acumulando cadáveres por las vías, en una imagen que evocaba la matanza del 11-M, mientras Policía, Guardia Civil, Policía Local, Bomberos y equipos sanitarios de emergencia intentaban aplicar los protocolos para hacer eficaz la respuesta ante el desastre.
Jaime Tizón, un bombero ferrolano de 38 años, explicaba a Pablo Alcalá lo que vivió: «Vengo del infierno. Soy capaz de recordar cada recoveco de los vagones, cada vida salvada, cada muerte vista. Aquello era un amasijo de sillones, maletas, hierros y cuerpos». Le impresionó ver un carrito de bebé y a un hombre que, desesperado, gritaba «¡buscad a mi hijo! ¡Tiene dos años!» . El sargento de Bomberos, por su parte, contaba que habían estado 16 horas de servicio ininterrumpido y ya hablaba de que había que analizar todo para intentar ser aún más eficaces. Un policía relató a Patricia Abet: « No pude resistir las lágrimas al sacar los cadáveres y oír sonar sus teléfonos móviles». ..
Los bomberos de La Coruña aparcaron de inmediato su conflicto laboral; médicos y enfermeras se incorporaron a los centros sanitarios, estuvieran de turno o no; ni un solo policía o guardia civil miró el reloj por si acababa su turno y la fila de compañeros dispuestos al relevo era interminable. Los llamamientos para que se donara sangre desbordaron cualquier previsión , hasta el punto de que al final, pasadas las horas, la petición era justo la contraria.
Rescatados los heridos, llegó el turno de los muertos. Había caído la noche a plomo, el silencio era casi absoluto, solo roto por esas angustiosas llamadas a móviles que no tenían respuesta y por los crujidos de los amasijos de hierros que se apartaban para rescatar los cuerpos.
Los héroes de Angrois seguían en vela y medios de comunicación y redes sociales vomitaban cada minuto un horror pocas veces visto. Cuatro, diez, treinta y cinco, sesenta… Cada pocos minutos el anuncio de más devastación y muerte. España entera vivía minuto a minuto el desastre, las muestras de apoyo, los ofrecimientos de ayuda se multiplicaban. «¿Cómo es posible que en este país solo nos unamos ante la tragedia? Hoy no hay gallegos, vascos, ni catalanes; ni derechas, ni izquierdas; ni monárquicos... Es el pueblo unido» , reflexionaba en voz baja una mujer.
Los familiares de los ocupantes del Alvia 151 iban apareciendo poco a poco. Demudados, con la mirada perdida. Demasiado dolor, demasiada angustia. El bar Rozas era una bendición para policías, secretarios judiciales, fiscal, periodistas… Abraham Coco lo relató en ABC. El dueño preparaba café, la noche era larga y estar a la intemperie, viendo lo que nadie quiere ver, castigaba física y moralmente. También él había sido héroe de Angrois; también él había corrido hasta la vía a ayudar. Nadie dormía.
Los hospitales ayudaban a los heridos y no olvidaban a sus familiares. Cada vez más personas se concentraban en ellos buscando información . Si no había noticias acudían al pabellón Fontes do Sar, habilitado para ir dando los datos disponibles , siempre insuficientes, siempre tardíos pese a que nadie regateaba esfuerzos… Es la lógica de la tragedia. Buscar y buscar hasta encontrar la respuesta que nunca has querido oír.
Para entonces Santiago de Compostela había cambiado el traje de fiesta por el de luto. Nadie tenía, ni tiene, ganas de celebrar nada. La ciudad era puro silencio, espeso y opresivo. Se suspendieron las fiestas, porque no había nada que celebrar . Al menos, el dispositivo policial montado para mantener el orden pudo volcarse en la emergencia.
España, mientras, pedía respuestas. Siempre rápidas; siempre, por tanto, precipitadas. Primero se descartó el atentado terrorista, y poco a poco comenzó a abrirse paso con fuerza la hipótesis del exceso de velocidad. La grabación con el conductor es clave; pero no el único indicio. Los técnicos calcularon que el tren iba a 180 kilómetros por hora en un tramo regulado a 80… El error humano como única causa repugna al razonamiento, pero lo cierto es que las pesquisas avanzan muy rápido en ese sentido.
Decenas de coches fúnebres irrumpían, mientras, en las vías del tren y se iban llevando los cadáveres a medida que la juez de guardia, pero también compañeros suyos que arrimaron el hombro, lo permitían. La procesión mortal encogía el alma. Los hierros retorcidos y humeantes de los vagones añadían elementos tenebrosos a la escena.
Los dramas se acumulan
En el pabellón Fontes do Saz y en los hospitales decenas de psicólogos y personal sanitario atendían a las víctimas y sus allegados. Rafael Silva, gerente del Hospital La Rosaleda, relató a Cruz Morcillo que una niña con síndrome de Down había llegado herida, pero sin padres . Es otra historia más, una de tantas que se acumulan y que apenas caben en las páginas de los periódicos, en las radios o la televisión.
Una lluvia persistente y triste envolvía Angrois la mañana siguiente. La barriada estaba tomada por los medios de comunicación y los vecinos y curiosos parecían hipnotizados por lo que veían delante de sus ojos. Se levanta un último vagón y aparece algún cuerpo más. ¿Es que esto no va a parar nunca?, es la pregunta que todos se hacían sacudidos y aún sin palabras.
Respuestas; todos necesitaban respuestas. Los datos iban llegando. La infraestructura funcionó bien, era moderna, incluso admitía una velocidad de paso de un tren muy superior a la fijada. El convoy había sido revisado por los técnicos antes de salir. Todo estaba en orden. Surge la polémica de si el ASFA es suficente o no, de la conveniencia del ERTMS… Parece que se olvida que en ese tramo hay que circular a 80 kilómetros por hora y hay quien lo quiere equipar a una línea de alta velocidad.
El vídeo del accidente puso a todos los pelos como escarpias , en especial en la estación de tren de Santiago donde decenas de personas se reunían ante los monitores en medio del espanto. El exceso de velocidad era evidente. Algunos expertos, además, iban más lejos e insistían en que las imágenes parecían demostrar que el maquinista nunca llegó a frenar .
Ya se ha dicho; un simple error humano para explicar 78 muertos no parce suficiente. Y sin embargo todo indica que es así, por supuesto a falta de que finalicen las investigaciones. ABC reveló que el maquinista había colgado en una red social fotografías a casi 200 kilómetros por hora con textos, cuando menos, inapropiados. ¿Es culpabilizarlo? No; pero la Policía estudia incluir el dato en las diligencias.
Los maquinistas admiten que el sistema ASFA es seguro –se emplea en toda Europa– pero echan de menos que hubiera existido en ese tramo una baliza de velocidad, que hubiera permitido frenar el tren. Es posible. Aunque en estas circunstancias hablar de economía es una blasfemia, nadie oculta la preocupación por el futuro de los contratos de alta velocidad española en el exterior. Aunque, de momento no hay un solo dato que indique que haya fallado.
Los Reyes y los Príncipes
Mariano Rajoy acudió por la mañana al lugar de los hechos y al Hospital Clínico, donde visitó a los heridos. Se le vio muy afectado. Le acompañó el presidente de la Xunta, Manuel Núñez Feijóo, y la ministra de Fomento, Ana Pastor. Tres gallegos en el corazón del espanto. Por la tarde, con Almudena Martínez-Fornés como testigo, los Reyes viajaron a Galicia. Don Juan Carlos y Doña Sofía fueron, como siempre, la imagen del dolor de su pueblo . Veinticuatro horas después los Príncipes de Asturias tomaron el relevo .
Con el paso de las horas se van reconstruyendo las vidas de muchos de los fallecidos. Entre ellos, Enrique Beotas, el periodista que acompañó a Manuel Fraga en su viaje hasta la Presidencia de la Xunta; Carla Revuelta, realizadora de series de televisión; una pareja de futuros médicos; el vicario de Colmenar Viejo (Madrid), una guardia civil o una estudiante Erasmus. Perfiles, entre otros, recopilados estos días por Carlos Hidalgo, Cristina Pichel o Elena Pérez.
El viernes, una taxista, que cada día toma el pulso de la calle, explicaba que «en esta ciudad tan pequeña una tragedia de esta magnitud nos afecta a todos. No creo que haya nadie que no conozca a un fallecido, a un herido o a un familiar. A nuestro gremio también le ha afectado, la hija de un excompañero aún no ha podido ser identificada... Vamos a tardar en recuperarnos. Esto es mucho».
La muerte circulaba a 190 por hora hacia Ferrol
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