Mitos económicos que el coronavirus destapa

«Mejor que medir el supuesto escenario de crisis y el impacto de la posible morosidad en los balances, resulta más eficaz impedirlo»

Dos personas protegidas con mascarillas caminan junto a comercios cerrados en Granada EFE

Carlos Balado

Algunas de las ideas predominantes en el ámbito económico y financiero han quedado en evidencia con la disrupción del coronavirus. Estas son algunas de ellas:

Las posiciones cortas no son buenas

La falta de transparencia de esta actividad es obvia. Se toman acciones prestadas, ... sin el conocimiento de su propietario, para apostar a la caída de ese mismo valor. Cuando se materializa, se devuelven al propietario, sin embargo, mientras el bajista obtiene un beneficio, el dueño de las acciones verá que sus títulos cotizan a un precio menor gracias a su propia colaboración desinteresada. Si las posiciones cortas, tal como funcionan, fueran saludables para la economía como indicador apropiado del precio real de un activo y para suministrar liquidez al mercado, no se prohibirían, menos aún en caso de crisis. En gran medida las posiciones cortas socavan el valor de compañías, aunque sus fundamentos sean sólidos.

Los test de estrés son procíclicos, más aún cuando se hacen públicos

Tras varios años de elaborar escenarios tremendos para ver si los bancos estaban preparados ante situaciones de muy alto riesgo, esta crisis pone de relieve un hecho que ya se conocía: si en situaciones de parón económico las empresas no generan más ingresos que gastos y tienen dificultades para pagar sus créditos, entran en morosidad. En esa situación, el problema no es el capital del que dispone un banco para cubrir ese desfase, sino la ausencia de medidas oportunas y suficientes para que las empresas no lleguen a una situación de impago. La EBA ha anunciado que, mientras dure la crisis, no hará estas pruebas, porque sabe que sus datos serán tenidos en cuenta por las agencias de rating, que rebajarán sus calificaciones y eso afectará negativamente a las entidades frente a los inversores.

Mejor que medir el supuesto escenario de crisis y el impacto de la posible morosidad en los balances, resulta más eficaz impedirlo. Sin embargo, bien por la falta de datos, una valoración confiada, o bien por el miedo a tomar decisiones de riesgo, el hecho es que éste se ha descontrolado en todos los ámbitos y ahora se va por detrás de los acontecimientos. Con las prisas se han olvidado de adoptar medidas fiscales y esto generará situaciones desiguales, por lo que es de prever que los litigios entre privados y contra la administración se disparen si la crisis dura un trimestre.

El estancamiento se debe a la baja rentabilidad del capital

Vuelve a quedar al descubierto que el estancamiento económico se debe a la desaceleración del crecimiento de la productividad, la vulnerabilidad a una crisis y los trabajos de baja calidad. Estos tres asuntos hacen que la tasa de rentabilidad del capital a largo plazo disminuya y deje poco margen para nuevas inversiones y expansión.

Los gobiernos no son consecuentes con sus propias estimaciones

Según el Instituto Internacional de Finanzas, la relación entre la deuda global y el producto interno bruto ha alcanzado un máximo histórico de más del 322 por ciento en el tercer trimestre de 2019, con una deuda total cercana a los 253 billones de dólares, por lo que se llega a esta crisis muy justo de fuerzas. A pesar de ello, los costes de la crisis del coranavirus exigirán más endeudamiento. Ante una emergencia desconocida, de fuerza mayor, los Estados deben asumir los costes y esto lleva a más deuda del Estado.

Además de lo anterior, un informe reciente de la OCDE afirma que, a finales de diciembre de 2019, el saldo global de bonos corporativos no financieros se situó en 13.5 billones de dólares, el doble en términos reales respecto a diciembre de 2008, «el aumento es más sorprendente en los EE.UU., donde la Reserva Federal estima que la deuda corporativa ha aumentado de 3,3 billones de dólares antes de la crisis financiera a 6,5 billones de dólares el año pasado. La empresa matriz de empresas como Google, Alphabet, Apple, Facebook y Microsoft sólo tenía un efectivo neto a fines del año pasado de 328.000 millones de dólares, por lo que gran parte de la deuda se concentra en sectores de la vieja economía, en la que las empresas generan menos efectivo que las Big Tech. El servicio de esa deuda es, por tanto, más oneroso».

Hay que añadir también que el último informe de estabilidad financiera global del FMI realiza una simulación en la que muestra que una recesión tan severa como la de 2009 tendría como resultado que las empresas, con una deuda pendiente de 19 billones de dólares, obtendrían ganancias insuficientes para pagar esa deuda.

No es de extrañar que, en estas circunstancias, y tras la parálisis política inicial ante una crisis que dio señales de peligro en enero, se esperen decisiones económicas, financieras y fiscales más firmes y coordinadas de las autoridades. Con razón o sin ella, los mercados ven a los gobiernos muy noqueados. A pesar de todo, quedan recursos y mecanismos, pero hay que tomar la delantera.

Carlos Balado es periodista y director general de Eurocofin

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