Fran Garrigós, el último campeón del Mundo de judo: «Después de Tokio me planteé dejar de competir»

Tenía el peor sorteo que recuerda, había vencido en semifinales al actual campeón olímpico, el japonés Naohisa Takato, en un combate que recuerda como «muy, muy difícil» que tuvo que remontar y le esperaba en la final el uzbeko Dilshodbek Baratov. El ritual previo era el de siempre: enfundado en los cascos y concentrado a ritmo de reggaetón. El último encuentro, en cambio, sí fue diferente: se lo jugaba todo y ganó improvisando con una técnica que nunca antes había practicado en competición: un kata guruma que valía oro.

«En el gimnasio hay un compañero que la hace, y un día explicándola me quedé. En el combate hubo un momento en que dije: voy a probar». Y le salió. El árbitro indicó waza-ari, pero Garrigós seguía impasible. «Estaba tan cansado y quería estar tan concentrado por si seguía el combate que no quería despistarme». Pero se acabó y, ya sí: «Estalló todo. Es una alegría conseguir un sueño que tenía desde pequeño. Salir del tatami y poder darme un abrazo con Quino, que llevamos años trabajando en esto, es algo muy emocionante». Su novia, la también judoca Ana Pérez Box, le esperaba fuera del tatami para fundirse en otro abrazo.

El 7 de mayo quedó grabado en la memoria del madrileño y en la historia del deporte español tras colgarse el oro en el Mundial en Doha, un éxito que hasta ahora solo han conseguido Miriam Blasco (1991), Isabel Fernández (1997) y Niko Shera, su compañero de tatami y hasta ahora único bicampeón del mundo (2018 y 2021).

«Ya he asimilado todo. He vuelto a los entrenamientos y a la rutina. Necesitaba pasar un tiempo tranquilo, pasar tiempo con la familia y disfrutar del éxito y poder celebrarlo». Garrigós habla tranquilo sentado en el tatami que le ha llevado a lo más alto, el del Dojo Quino, en Brunete (Madrid) conocido ya como la factoría de Quino Ruiz por ser éste el artífice de los dos últimos campeones del mundo.

Allí llegó hace ya 12 años, cuando un jovencísimo Fran comenzaba a despuntar en campeonatos internacionales. «Yo empecé en el gimnasio Lee con 4 años. Mis padres decidieron apuntarme porque era muy travieso y para que llegara más cansado a casa y ya una vez que era cadete y había ido al campeonato de Europa y sacaba medallas nacionales decidí dar un paso y buscar la mejor opción y era Brunete».

En estos 12 años, Quino se ha convertido en su «segundo padre». «Siempre está ahí, dentro y fuera del tatami. Es capaz de sacar lo mejor de cada persona, es pasión por el judo». Eso explica que los últimos campeones del mundo hayan salido del humilde gimnasio de la localidad madrileña, donde se entrena de lunes a sábado, mañana y tarde. Una rutina que el deportista compagina con el trabajo de una nutricionista y un psicólogo que le ayuda a aprender de las victorias y las derrotas y vencer la presión que casi le hace abandonar.

Con Quino de la mano ha pasado por dos citas olímpicas y va camino de una tercera, pero su carrera deportiva pudo haber acabado mucho antes de ser campeón del mundo. «Después de Tokio me planteé si me apetecía seguir compitiendo», reconoce. «Había sido un buen año, esperaba hacer un papel y teníamos mucha presión porque solo se hablaba de judo. Habíamos sacado cuatro medallas en el mundial unos meses antes y no esperaba perder en el primer combate».

Esa derrota le hizo reflexionar y plantearse muchas cosas. «Decidí pasarme unos meses tranquilo, seguía viniendo a entrenar, pero disfrutando. Terminé la carrera y luego volví a competir para ver si seguía teniendo ganas, y ahí me di cuenta de que me gusta la competición y de que quiero seguir compitiendo».

Tras esa crisis de fe ha alcanzado sus mejores resultados deportivos: dos oros europeos (Lisboa, 2021 y Sofía 2022) y un bronce mundial (Budapest, 2021) antes de poner el broche de oro en Doha que le situará, si nada se tuerce, como uno de los grandes favoritos en los Juegos de París 2024. «Lo afronto con muchas ganas, tengo muchas ganas de hacer un buen papel y de aprender de los errores que he tenido tanto en Tokio como en Río».

España lleva más de 20 años sin traerse una medalla olímpica. Hay que remontarse al año 2000, cuando Isabel Fernández logró el oro en Sídney. No obstante, Garrigós es optimista. «El judo español está en un buen momento, lo viene demostrando en todo el circuito internacional, siempre estamos en el podio y esperamos que el año de París sea un buen año para el judo, que se lo merece».

Sin embargo, aún queda todo un año en el que además de preparase en lo deportivo, sigue preparando su futuro más allá de la competición. «El judo es algo de lo que no se puede vivir y tienes que tener una salida de futuro», apunta.

La suya la tiene clara. El año pasado terminó la carrera de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte y ahora está cursando un máster de alto rendimiento. «Me gustaría, sobre todo, ser entrenador de algún equipo nacional o presidente de la federación española».