Esbozos y rasguños

La tortilla rusa de Mendy

El francés no es para todos los públicos, solo para paladares sofisticados que ya solo buscan momentos de arrebato y sorpresa en su vida

El guisante de Guardiola

Volvió al once del Madrid don Ferland Mendy, el héroe sin cantar de gesta de la pasada eliminatoria ante el Manchester City con aquel gol salvado bajo palos del que pocos se acuerdan ya porque las jugadas defensivas son como las comedias en la noche ... de los Óscar: un género menor. El francés es un jugador misterioso e imprevisible, un espíritu libre, como casi todos los laterales izquierdos de la historia reciente del Real Madrid.

Los defensores que han ocupado esa banda del Bernabéu parecen sentir una irremediable inclinación por el riesgo, jugadores con alma ofensiva que se transforman en hombres lobos algunas noches y remontan la banda como licántropos que se echan al monte para aullar a la luna, dejando el caos a sus espaldas. Talentosos con cierto aire despistado o despistados con cierto aire talentoso, cada uno a su manera, pero únicos en su especie. Desde Roberto Carlos a Marcelo, pasando por el simpar Coentrao, hasta llegar a Mendy, el funambulista de la frontal, una especie de Vinicius que a veces hace lo mismo que el brasileño solo que en dirección contraria y sin las luces puestas, sin olvidar a Drenthe, que ese sí que conducía en dirección contraria en el sentido más literal de la expresión y con la calle Velázquez como testigo.

Incluso el fugaz Theo Hernández, ahora asentado como uno de los mejores en su puesto, tampoco transmitía en el campo la sensación de ser el típico compañero que te recomienda poner todos tus ahorros en renta fija.

Heredero de esta tradición, Mendy es capaz de mostrarse en una jugada como un defensor rocoso y en la siguiente le puede hacer una dejada de rabona al portero mirando al tendido y rozando lo criminal. En cada regate que intenta, Mendy parece Charly García tirándose a la piscina del hotel Aconcagua desde el noveno piso: nadie entiende del todo bien sus motivos y tampoco se le ve demasiado alterado durante el proceso siendo una maniobra en la que podría haberse quedado paralítico.

Sin embargo, hay algo de belleza y poesía en semejante acto de inconsciencia y descontrol. Hay ciertos pases de Mendy que no deberían ver los niños de las academias de fútbol que aspiran algún día a ser aseados laterales sacando el balón jugado desde atrás, como cuando se prohibió que vieran Superman tras su estreno porque más de uno intentó saltar por la ventana. Mendy no es para todos los públicos, solo para paladares sofisticados que ya solo buscan momentos de arrebato y sorpresa en su vida, igual que Arguiñano en Airbag jugando a la ruleta rusa con una tortilla de setas venenosas.

Tras un par de ferlandadas, Mendy se quedó en la caseta en el descanso y Camavinga pasó a ocupar su puesto. Cuando Camavinga juega de improvisado lateral recuerda un poco a Robin Williams disfrazado de la Señora Doubtfire: da el pego y le permite infiltrarse en su propio terreno sin ser detectado. Es un riesgo controlado que está dispuesto a correr Ancelotti, al que siempre se le acusa de ser comedido y calmado, pero luego se arranca con inventos así, como poner a Di María de interior o a Camavinga de lateral. Ancelotti es un plato vanguardista que se disfraza de helado de vainilla para despistar.

Con Vinicius, que jugó un rato, ocurre eso que William Holden solía decir del ingenio de Billy Wilder: «tiene la cabeza llena de hojas de afeitar». Cada movimiento suyo, cada detalle, está pensado para desangrar lentamente al rival como si quisiera hacer morcilla de sus marcadores. No todos sus tajos son mortales de necesidad, pero muchos pequeños cortes suyos acaban siempre por tumbar al rival más robusto. Mendy también tiene la cabeza llena de hojas de afeitar, pero a su manera. Unas veces hace recortes de tendencias suicidas y otras casi se autolesiona regateando en medio de Anfield para poder sentirse más vivo y despertar al equipo del letargo de las posesiones largas.

Lo mejor de Mendy es que, como Vinicius, siempre sonríe en los momentos más complicados. Como el valiente espadachín Scaramouche, él nació con el divino don de la risa y la convicción de que el mundo estaba loco.

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