La odisea impensable de un atleta sordo y ciego: «Debes reeducar el cerebro; no te sirve nada de lo vivido»
Mario Raúl Martínez Castaño, que perdió la vista y la audición, correrá de Burjassot a Madrid por los que no pueden ver: «Debes reeducar el cerebro; no te sirve nada de lo vivido»
Orlando Ortega: «Ha sido muy doloroso intentar volver y no conseguirlo»
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Iniciar sesiónSalió del médico con una sentencia «demoledora»: «Te vas a quedar ciego y sordo, y hoy por hoy no hay cura». En 2016, a Mario Raúl Martínez Castaño (Burjassot, 48 años) le diagnosticaron el síndrome de Usher, que padecen unas cuatro mil personas en España. ... Le costó más de un año escapar del túnel que construyeron a su alrededor aquellas palabras. De forma pausada pero constante, se fue despidiendo de la visión, de la audición, pero abrazó otros 'sentidos' como la ilusión, el coraje, el no darse por vencido a través del deporte.
«Empecé a correr como vía de escape a aquel diagnóstico; sentí que cuanto más entrenaba, más feliz y más fuerte me sentía para afrontar el día a día, que no es nada fácil con mi condición. Correr me da la vida, me mantiene activo, motivado, felicidad plena. El deporte es de las mejores herramientas para superar situaciones difíciles», sentencia el valenciano a este periódico.
Construía su vida entre la familia y su panadería. Y llegó el apagón, paulatino pero irremediable. Un proceso largo, lleno de incertidumbre, obstáculos y pérdidas. «No fue fácil; no te vale nada de lo que has aprendido en la vida. Tenía empresa, familia, coche, mi Harley y tuve que reinventarme, reeducar el cerebro para aprender una nueva vida que no tiene nada que ver con la que había tenido siempre». No ver, no oír, tras 38 años con todos los sentidos disponibles.
«Fui perdiendo la vista en dos años, y la mayor dificultad es que quería seguir corriendo en la calle. Un día me caí a una acequia. Llegaba a casa lleno de golpes, con esa frustración de tirar la toalla. Me decía 'no vuelvo a salir', pero al día siguiente tu cerebro lo quiere volver a intentar. Aunque no me daba tanto miedo chocarme como los problemas que me dieron los vértigos, a raíz de ir perdiendo la audición. Mis guías están avisados porque los vértigos vienen de golpe y te tiran. Ocurren porque el cuerpo ha perdido los dos pilares fundamentales: la vista y la audición», cuenta.
En la reeducación contó, y subraya su importancia, con asistencia psicológica y un motor que lo pone en marcha en los peores y más cansados días: su hija. «Mi padre, mi abuela y mis tíos son ciegos, y esta es una enfermedad degenerativa y hereditaria, así que sabía que me podía tocar. Soy fuerte y echado para delante, pero mi familia no; sobre todo mi madre que le tocó sufrir doble. Y con una niña tampoco quieres que lo pase mal. Sufres más por ellos que por ti. Con el deporte intenté ocultar mis sentimientos; que no vieran cómo me afectaba, y mostrar que a pesar de las dificultades, se puede seguir adelante, dar una vuelta a tu vida de 180 grados y ser plenamente feliz, como soy ahora».
Correr y meditar
Zancada tras zancada, aprendió a construir una nueva vida con dos sentidos menos, pero desarrollados otros aspectos para llenar el vacío. «Cuando pones tu cabeza en una situación incómoda y difícil, te llegan muchos mensajes negativos, y corriendo tienes mucho tiempo para pensar. Pero he aprendido a entrenar disfrutando; es como una meditación. Hago que desaparezcan todos esos pensamientos intrusivos o los transformo en fuerza», sostiene. Ha encontrado el propósito, mucho más grande que él, más fuerte que sus pensamientos y sus debilidades: carreras de ultrafondo y retos para ayudarse internamente y ayudar a los demás. «Cada vez que me tienta rendirme, saber por qué lo estoy haciendo me ayuda a levantarme y seguir».
Tanto es así que hoy inicia un reto mayúsculo: correr de Burjassot (Valencia) a Madrid, 438 kilómetros en siete etapas. Está listo porque acumula otros desafíos con los que rompió barreras físicas, mentales y sociales: primer sordociego en correr 12 horas en cinta (con récord Guinness), y también completó 24 horas en pista. De cada hazaña, visibilidad para los que no pueden ver ni oír y movimiento solidario para recoger fondos para la Fundación Lucha contra la Ceguera Infantil.
«Cada reto nace del anterior. En esos momentos de vulnerabilidad, cuando el cuerpo más fatigado está, no hago caso del cansancio y sí de lo que me sale del corazón. No me conformaba con las 24 horas en pista; no me conformaba con las 12 horas en cinta, quería algo más», afirma. No lo hace a lo loco. Lo estudió con su entrenadora, Mar Mengot, que no mira su discapacidad ni le pasa una. «Puede con todo. Cumple los entrenamientos a rajatabla y supera las dificultades que surgen. Ha aguantado un volumen de trabajo que muy poca gente es capaz de manejar, y menos, con esa alegría», indica la preparadora.
¿Estaba preparado para afrontar este Valencia-Madrid? «Valoramos los kilómetros que llevábamos (más de 5.000 este año), lo que habíamos entrenado y sí, adaptando las sesiones podíamos hacerlo». Irá con su guía Paco Cortés, con quien tiene la compenetración en su punto. «Requiere tiempo para llevar la misma zancada, la misma brazada, la misma respiración. De dos personas tenemos que hacer una y se crea esa magia tan bonita para superarlo todo. Correremos con la cuerda guía y también con la barra direccional porque son muchos kilómetros y nos apetecerá estar con nosotros mismos», apunta el atleta. «Me llama cuando quiere hacer “las barbaridades”, como él dice. Y cada vez que coincidimos es una experiencia genial. Para mí, Mario es un referente en cuanto a superación. Lo más gratificante es todo lo que aprendo de su capacidad de adaptación ante los “palos” que te da la vida», señala Cortés a este periódico. Y recalca: «Mario es una persona muy positiva, y eso se nota: lo transmite en todo lo que hace. Gracias a él estoy aprendiendo mucho sobre su enfermedad y sobre otras muchas que apenas conocemos y que merecen ser visibilizadas. Me impresiona especialmente su autonomía en el día a día. Yo llevo toda la vida corriendo y, aun así, sería incapaz de hacerlo sin el sentido de la vista. Lo he probado con un antifaz, en una pista sin obstáculos, y no pude completar ni una vuelta. La sensación de ansiedad y estrés fue enorme».
Siete días con paradas en Burjassot, El Rebollar, Minglanilla, Alarcón, Villar de Cañas, Tarancón, Morata de Tajuña y Madrid. Siete días de pista, carretera, subidas, bajadas, descansos, caídas, alegrías. Un terreno desafiante en el que Martínez, sin embargo, se siente seguro si lo compara con otros territorios como la ciudad y el día a día.
La vida y la sociedad son una cuando no hay discapacidad y otra más oscura y retadora cuando no oyes ni ves. «Son muchos pequeños retos. Suelo coger transporte público, para romper esa barrera, pero todo es muy complicado. O un paso de peatones, no todos están adaptados con sonido. O para comunicarme, que por suerte tengo un implante coclear, pero necesito ambientes silenciosos y las ciudades no suelen ser entornos muy favorables. Es como estar en un videojuego, porque vas superando niveles y pantallas». Por eso, concluye: «Es más difícil caminar por una calle que pegarme cuatro o cinco horas a una pista de atletismo».
Pero ahí están sus zancadas para intentar mejorar la vida de los que recibirán un diagnóstico como el suyo: «Sueño con que los niños no reciban jamás esa frase demoledora de 'te vas a quedar ciego y sordo'. O, al menos, que puedan escuchar un 'pero hay cura o algo que lo estabilice'. Un 'pero' que les dé luz». La que quiere encender para ellos.
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