El futuro se ha apropiado del presente, se lo ha llevado por delante como airea este inolvidable domingo de rugidos juveniles que deja instalado a España en la cima de los deportes mediáticos. Vuelve a mandar en el tenis cuando aún no se ha terminado ... de irse Rafa Nadal, a través de los golpes geniales de Carlitos Alcaraz, un chaval que repite corona en la catedral del tenis con una paliza histórica sobre el gigantesco Djokovic. Tiene 21 años y ya colecciona cuatro Grand Slams.
Un éxito tan difícil de calificar como el trono al que se subió la selección de fútbol con una insólita campaña perfecta, ganando los siete partidos. Redondeada ayer primero con una nueva travesura casi infantil de Nico Williams y Lamine Yamal, 22 años el que marcó el gol (nombrado mejor del partido), 17 recién cumplidos el que lo asistió (cuatro firmó en el torneo, más que ninguno) y con otro acto de fe colectiva y calidad, sin importar titulares y suplentes, cuando el marcador se torció.
Un equipo que supo crecer indiferente a una federación manchada y descompuesta, presidida ocasionalmente por un directivo investigado que vive el cargo con furor fotográfico... también a los efectos de una peculiar concentración, convertida a ratos en mercado persa, con visitas de agentes y negociaciones de contrato, y a unas cuantas frases que amenazaron con desviar la atención (el presidente del Athletic desde fuera, Morata desde dentro...)... y levantándose de la desconfianza general, de un planeta que decidió catalogar como del montón a la mayoría de sus jugadores y de don nadie a su entrenador.
España quiso enseñar futuro y se devoró todo el presente. Campeón de todo.
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